Mala Fama
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Hay una escritora que todavía escribe sobre los pobres
Claire Keegan publica 'Bien tarde en el día', donde prosigue su indagación sobre cómo la precariedad condiciona las relaciones humanas
No sé si se acuerdan ustedes de los pobres. Eran personas que quedaban bien en las novelas, porque el pobre en literatura siempre propicia descripciones llamativas (chabolas, cuartuchos, barriadas), vocabulario vivaz y vertiginosas progresiones del personaje. A lo mejor, en la última página, se hacía rico. Entre medias, podían robar o resistirse al delito, casarse por dinero o vender a una hija en el mercado. La pobreza sólo ha dado cosas buenas a la literatura.
Sin embargo, como los escritores están todos becados o en el ático de la familia, y como la "identidad" es el tema central de nuestro tiempo, las novelas ya no hablan de los pobres. Hay como una ausencia de materia en los libros, de cosas que se tocan, y un exceso de cosas que no se pueden calcular ni decir de qué están hechas; o sea, de sentimientos. No sé cuándo fue la última vez que un personaje de la narrativa española salió a ganarse la vida, por la mañana. Piénsenlo. A ningún escritor joven de nuestro tiempo se le ha ocurrido un personaje que, de buena mañana, salga a ganarse la vida.
El caso es que Claire Keegan es irlandesa, y eso ya quiere decir que, o escribe de hadas, o escribe de patatas. La literatura irlandesa gira en torno a las patatas y, cuando no hay más remedio, sacan a las hadas. Es un resumen que les hago para que no tengan que leer demasiada literatura irlandesa.
Desde Jonathan Swift por lo menos (
No sé cuándo fue la última vez que un personaje de la narrativa española salió a ganarse la vida, por la mañana. Piénsenlo
Cuando me salió al paso el nombre de Claire Keegan (Irlanda, 1968), asociado al hecho de que tenía prestigio internacional, me acerqué a sus libros con cautela. Siendo mujer, lo normal era que nos hablara de las penurias de su sexo, principalmente. Si no, ¿cómo habría ganado todo ese prestigio?
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La literatura de Keegan es curiosa, al calor de estas dos lecturas. Por un lado, no escribe sobre sí misma, no escribe sobre mujeres solamente y no escribe como si no valiera la pena contar bien una historia. Para Keegan, yo creo, lo único que merece la pena es contar bien una historia. Tarda como diez años entre una historia bien contada y la siguiente historia bien contada.
En Cosas pequeñas como esas nos lleva a la Irlanda de los años 80, donde —no se sorprendan— todo el mundo era pobre. El protagonista (luego Cillian) es un carbonero que reparte madera y carbón a domicilio, así que tiene ocasión de ver mucha miseria. Él mismo es huérfano y sólo aspira a sacar adelante a su familia. Con un personaje así, en España ya no sabemos qué escribir. Ningún escritor sabe qué es eso de sacar adelante a una familia.
También ve un orfanato, este hombre, al que sirve madera o carbón, y donde van a parar las niñas descarriadas de la comarca. "Hay chicas que se meten en problemas", le dice su esposa.
Cosas pequeñas como esas es una novela breve, apretada, angelical, lírica y, desde luego, antigua. Parece Dickens con las ganas justas de escribir. Son 96 páginas. Se nota que la autora ha pensado mucho qué no poner (de ahí que parezcan faltar doscientas páginas en cada uno de sus libros); qué no poner, sobre todo, en las relaciones de pareja, que se nos presentan llenas de sobrentendidos y silencios. No les digo más acerca de la trama para no destrozársela.
La nueva, Bien tarde en el día, es aún más corta, quince euros me costaron sus 57 páginas. Es, en rigor, un cuento, ni siquiera muy largo. Yo creo que lo podrían haber enviado por WhatsApp, si fueran generosos.
Pero es un cuento que me ha interesado mucho, porque no sabe uno qué quiere decirnos la autora. Encontramos de nuevo a un protagonista masculino que, lo que es dinero, no tiene mucho. Vuelve a casa después del trabajo, un poco como Jack Lemmon en El apartamento (1960): está solo y es pobre y su vida es bastante triste, con una gata como única compañía. Entre rutinas humillantes, vamos sabiendo que tenía una novia, con la que se iba a casar. Pero la novia no está con él.
¿Qué ha pasado?
Pasaron cosas tremendas, como se desprende de esta frase: "Y esa noche que compraste las cerezas en el Lidl me hiciste saber que te costaban más de seis euros"; o de este apunte: "El restaurante cobró cuatro euros por la entrega. Él hubiera querido ir a buscar el pedido".
La novelita, el cuento, está lleno de pequeñas racanerías, de gente que echa cuentas cada vez que paga algo, no vaya a estar más barato en la tienda de enfrente. Sobre todo el novio. Hasta para comprar el anillo de bodas tiene el chico ocasión de ponerse a temblar por los precios.
En el libro se habla de "misoginia", pero no está muy claro si una chica en realidad te puede dejar porque no le compras suficientes cerezas. ¿Es la pobreza misógina? ¿Qué nos quiere decir Claire Keegan?
Seguro que en un club de lectura se resuelven todas estas dudas.
No sé si se acuerdan ustedes de los pobres. Eran personas que quedaban bien en las novelas, porque el pobre en literatura siempre propicia descripciones llamativas (chabolas, cuartuchos, barriadas), vocabulario vivaz y vertiginosas progresiones del personaje. A lo mejor, en la última página, se hacía rico. Entre medias, podían robar o resistirse al delito, casarse por dinero o vender a una hija en el mercado. La pobreza sólo ha dado cosas buenas a la literatura.
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