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Más falsa que Judas: eso es interesante
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Alberto Olmos

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Más falsa que Judas: eso es interesante

Emma Cline explora la falsedad y la mentira en su novela 'La invitada', protagonizada por una joven que sobrevive aprovechándose de los ricos

Foto:  La portada de 'La invitada'. (EC Diseño)
La portada de 'La invitada'. (EC Diseño)
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No son títulos muy estimulantes, Las chicas, La invitada, los que pone Emma Cline a sus novelas, y además el primero, ese genérico y surfero The girls, apareció cuando todas las escritoras estaban titulando igual: artículo determinado femenino en plural ("Las") y un sustantivo que supurara sororidad y resistencia ("brujas", "soñadoras", "amigas", "revoltosas"). Esta matraca hizo que apenas llegara a abrir su novela de debut, publicada en 2017, porque se me confundía con todas las demás novelas innecesarias.

Ahora un amigo me recomienda La invitada, que sólo me he decidido a leer después de conocer los líos en los que se metió Emma Cline con Las chicas. Son de aúpa.

Según Wikipedia y fuentes peores, Cline fue denunciada por plagio. Su novio detectó pasajes en Las chicas que procedían de su propio manuscrito inédito, al que Emma Cline debió llegar utilizando un programa espía. Como hacemos muchos autores, el exnovio de Cline (fastuosamente llamado Chaz Reetz-Laiolo) se enviaba a sí mismo su novela en marcha por correo electrónico. Cline pudo haber accedido a esa cuenta correo para robarle la novela, y hacerse millonaria. Random House le había ofrecido dos millones de dólares por sus primeras tres novelas, tras ganar un concurso de cuentos. ¡Eso es América!

Si vas poniéndoles programas espías a los ordenadores de tus novios, seguramente tendrás cosas curiosas que contar

Aunque la justicia absolvió a Cline del delito de plagio (quizá el delito donde más fácilmente te absuelven del mundo), la autora reconoció que sí había instalado ese programa espía en el ordenador de su novio, y que lo hizo para controlar que no le fuera infiel. También admitía que había copiado alguna frase suelta.

Este suceso judicial, retorcido y ambiguo, me hizo pensar que Emma Cline debía de ser una escritora interesante. Si vas poniéndoles programas espías a los ordenadores de tus novios, seguramente tendrás cosas curiosas que contar.

Mejor ser mala que ser víctima

Cualquiera que escriba tiene mucho que aprender de La invitada, pero las autoras españolas muy especialmente. No todas tus mujeres protagonistas tienen que ser víctimas. Es mucho más divertido que sean malas.

Alex, la joven de 22 años cuya vida seguimos durante una semana, es todo un bicho. Miente desde la primera página y sigue mintiendo y manipulando gente hasta la última. La invitada supone un espectáculo de falsedad sucesiva, de supervivencia del pobre engañando a todos los que tienen dinero.

Emma Cline escribe con frase corta y táctil, se le van muchas páginas diciéndonos cómo son las cocinas de las mansiones, las entradas de las mansiones, los coches que conducen los que tienen mansiones. Hay un tono amoral que recuerda al mejor Bret Easton Ellis, y también hay mucho niño pijo haciendo fiestas como en Las leyes de la atracción (1987). Pero el fondo de su misoginia recreativa (si La invitada la escribiera un hombre, sería misógina; como la escribe una mujer, sabemos que estamos simplemente ante un personaje interesante, casualmente una mujer insistentemente manipuladora) remite a Patricia Highsmith. También Perdida, de Gillian Flynn, sacaba punta y bastante dinero de la mala mujer. Chicas, con la maldad podéis haceros ricas; con el victimismo sólo conseguiréis un premio Nacional.

Chicas, con la maldad podéis haceros ricas; con el victimismo sólo vais a poder conseguir un premio Nacional

Cline suma a su prosa precisa un excelente dominio de la elipsis. En las primeras páginas, tienes que poner mucho de tu parte para entender que Alex es escort o prostituta: nunca se dice directamente. Hay una escena de sexo oral en la página 37 digna de estudio. Mientras otro autor o autora se atrevería todo procaz a describir crudamente la acción erótica, Cline se va por las ramas, haciendo de esa escena algo mucho más perturbador e incómodo. "Seguramente se había manchado el vestido, daba igual. Simon quería que se pusiera el azul".

La invitada es una versión estilizada del topos literario "volver a casa". Como en La Odisea (ya ven) o, mucho más tarde, El nadador (John Cheever), la protagonista se pasa casi trescientas páginas esperando el reencuentro con su novio, un cincuentón obviamente millonario con el que ha discutido en la página 60. Esa tensión del regreso da sentido a la acumulación de mansiones, piscinas y desconocidos y autopistas que recorremos con Alex mientras transcurre la semana que queda para la fiesta del Trabajo, día elegido por ella para presentarse en casa de su "sugar daddy" (Simon) y volver a ser feliz. Es decir, volver a tener criados.

placeholder  Portada de 'Las chicas' de Emma Cline. (EC Diseño)
Portada de 'Las chicas' de Emma Cline. (EC Diseño)

Y todo, sin excepción, y todo el tiempo y maniáticamente está bañado de falsedad. "Alex había imaginado la clase de persona que le gustaría a Simon, y esa fue la persona que le dijo que era". "Calcular exactamente cómo de infantil debería mostrarse para sortear su ira". "¿Cómo podía darle la vuelta para convertirlo en una historia aceptable?"

Alex también roba todo lo que puede; nada, un billete aquí, un bibelot allá, pastillas para dormir… Su actitud es la de quien sabe que hay mucho dinero en el mundo, y lo poco que necesita robar tampoco va a arruinar a nadie. Conoce las estrategias para colarse en clubs de campo, para caer bien a las mujeres de los señores, para hacerse amiga de sus hijos o confidente de sus sirvientas. Se pasa una semana consiguiendo que todo el mundo le pague la comida y todo el mundo le deje una casa donde dormir. Para conseguir estas cosas a veces hay que acostarse con la gente. Alex se acuesta con unos cuantos.

La invitada es una novela impecable, cargante para el lector de best sellers en algunas de sus páginas descriptivas, pero hay vida fuera de las novelas que parecen videojuegos. Una vida mejor, de hecho. Una vida de auténtica literatura.

No son títulos muy estimulantes, Las chicas, La invitada, los que pone Emma Cline a sus novelas, y además el primero, ese genérico y surfero The girls, apareció cuando todas las escritoras estaban titulando igual: artículo determinado femenino en plural ("Las") y un sustantivo que supurara sororidad y resistencia ("brujas", "soñadoras", "amigas", "revoltosas"). Esta matraca hizo que apenas llegara a abrir su novela de debut, publicada en 2017, porque se me confundía con todas las demás novelas innecesarias.

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