Mala Fama
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No leas este libro extraordinario, mejor compra el premio Planeta
El libro de cuentos de un autor desconocido publicado por un sello diminuto nos devuelve la sensación de gran literatura
Lo tiene todo este libro para que no lea nadie. Primero, son cuentos; después, lo publica un sello que no dispone de dinero suficiente para que los periódicos le hagan caso; además, el autor tiene un nombre intercambiable con el de casi cualquier primo tuyo del que no te acuerdes; por último, el título es inadecuado. Con todo, siempre hay alguien para leer un libro de cuentos publicado por un sello diminuto, de un autor sin glamour y con un título que parece un trabalenguas.
El título: Gagarin o la triste certeza de viajar solo. Publica: La navaja suiza. Firma: José Moreno. 176 páginas. Mientras lo iba leyendo me convencía de no haber leído un libro tan bueno en años. Seguramente he leído libros igual de buenos, es verdad, pero su temática, su estilo y su mérito son de esa estirpe que, si tú mismo escribes, de pronto te dan ganas de escribir así.
Con los años que llevo en este oficio (qué años, ¡décadas!), y habiendo leído de todo, visto no poco y escrito algo, publicado quince veces, aún sigue maravillándome que un libro muy bueno lo tenga más difícil que una completa basura. Con una completa basura puedes ganar el premio Planeta, el Nacional o cien mil euros en royalties. Con un libro bueno, da las gracias si alguien te lo publica. ¿Qué falla aquí? La respuesta se la doy una vez al mes, jugándome la vida: fallan los editores. Creo que tienen un olfato increíble para desechar libros extraordinarios de completos desconocidos. ¿José Moreno? No.
Con los años que llevo en el oficio aún sigue maravillándome que un libro muy bueno lo tenga más difícil que una completa basura
El libro reúne diez cuentos. En el primero, uno piensa, bueno, imitación de Raymond Carver. En efecto, tenemos una prosa funcional, atenta al detalle, y una trama que no ocupa más de una semana, normalmente un día. Los personajes son pobres hombres, con pobres mujeres en casas pobres y con problemas de pobres. Hay divorcios, alcohol, automóviles. Los personajes tienen nombres anglosajones y estamos en algún sitio de los Estados Unidos. Carver estaba de moda en los años 90. Me hizo gracia volver a leer lo que llamaban "realismo sucio".
En este primer cuento, un tipo deja su furgoneta a otro, al que no conoce. En el bar, todos se ríen de él porque dan por hecho que se la ha robado. Ese es un poco el cuento. Las imitaciones de Raymond Carver no son todas delictivas. El chileno Marcelo Lillo (De vez en cuando, como todo el mundo) es casi mejor que Carver haciendo cuentos de Carver. José Moreno quizá ha tenido suerte con su primer cuento, pienso.
Pero sigo leyendo. La primera persona se mantiene. Me gustan los libros de cuentos que parecen novelas, porque uno tiende a considerar que todos esos hombres que cuentan una historia distinta son el mismo hombre. Gagarin es de una unidad exquisita.
Cuento tras cuento, siempre hay una historia; y en la historia, como mínimo, dos o tres acciones interesantes. En Nada importaba demasiado, el protagonista consigue que un farmacéutico le dé un medicamento sin receta, y justo entra un ladrón a robar, con una escopeta. Me voy dando cuenta de la singularidad del autor, que es mezclar varias ideas muy potentes en el mismo cuento y resolverlas con una sorpresa muy satisfactoria. Sus cuentos son entretenidísimos. Los de Carver muchas veces no.
En No necesito nada más, un fontanero accede a salir de casa para arreglar una lavadora. Es apasionante, cinco o seis páginas sobre rodamientos y cal (en serio). De pronto, el fontanero descubre que la clienta, una señora mayor, fue su profesora en el colegio, y se lo revela. Hay cierta tensión sexual, sobre todo porque de niño al fontanero esa profe le ponía mucho. Miren la prosa: "De camino al vehículo me pregunté cómo era posible aquello. No entendía cómo la señora Heatherway se había podido apagar de esa manera, cómo había permitido que los años le pasaran por encima hasta el punto de hacerla casi desaparecer. Aún respiraba, pero eso no significaba que estuviese viva".
Parece prosa fácil. Es muy difícil.
Siempre hay algún cuento de relleno. Aquí no. Por momentos me irritó no poder determinar si había algún cuento era peor que los demás. Todos funcionaban, incluso sorprendían: cuando crees que has detectado la fórmula del autor, la cambia. En el relato del fontanero, estamos en Inglaterra. En el último, desaparece la primera persona. Sin embargo, todo mantiene una consistencia moral y estilística innegociable.
En el último cuento, encontramos la mezcla de un huracán y un club de lectura. Los protagonistas se apuntan al club de lectura para ligar, y no entienden nada de los libros que leen allí.
Lo mejor será que se compren el premio Planeta, aunque no me acuerdo de quién lo ha ganado
Antes, se sitúa el cuento más extenso del volumen, En un océano tostado, de unas treinta y cinco páginas. Yo diría que es el mejor. Tenemos a un desgraciado (otro) que trabaja en una gasolinera sin clientes y donde no le pagan, pero le dejan dormir en un galpón y comer comida envasada de la propia tienda. El dueño deja de venir, pero un amigo le sustituye para cobrar la recaudación de la semana. El gasolinero duda, ¿será un estafador y el dueño del negocio habrá muerto? Luego llega un hippie en camioneta, y quiere poner un bar… La suma de conflictos, excentricidades y pesadumbres impresiona mucho y, desde luego, no aburre nunca. El autor maneja un mundo propio de una ligereza como de delito menor. No hay épica, pero tampoco una cotidianidad predecible.
Un autor español al que me recuerda Gagarin es Jon Bilbao (Estrómboli); pero hay mucho más del Sam Sheppard de
En todo caso, ya saben que yo de literatura no tengo ni idea, así que seguramente este libro no es para tanto. Para asegurarnos, lo mejor será que se compren el premio Planeta, aunque no me acuerdo de quién lo ha ganado.
Pero cómprenlo, que viene la Navidad.
Lo tiene todo este libro para que no lea nadie. Primero, son cuentos; después, lo publica un sello que no dispone de dinero suficiente para que los periódicos le hagan caso; además, el autor tiene un nombre intercambiable con el de casi cualquier primo tuyo del que no te acuerdes; por último, el título es inadecuado. Con todo, siempre hay alguien para leer un libro de cuentos publicado por un sello diminuto, de un autor sin glamour y con un título que parece un trabalenguas.
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