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La guerra contra tu suegra, best seller mundial
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Alberto Olmos

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La guerra contra tu suegra, best seller mundial

'Blackwater': La riada es un folletín muy disfrutable aunque admita más el calificativo de misógino que el de matriarcal

Foto: Blackwater, de Michael McDowell. (Blackie Books)
Blackwater, de Michael McDowell. (Blackie Books)
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Sin nada que leer, obedecí a las masas y me compré la primera entrega de la saga Blackwater (Blackie Books). Se trata de una novela dividida en seis tomitos, al precio de diez euros cada uno, de la que seguramente han oído hablar. En resumen: en 1983, Michael McDowell publicó la obra y solo cuarenta años después ha recibido atención fuera del mercado anglosajón. Éxito en Francia e Italia. Éxito también —somos mansos— en España.

Estas resurrecciones literarias, en la época que padecemos, siempre se engalanan de eslóganes no poco hábiles. Aquí se nos decía que Blackwater retrataba un matriarcado; se publicitaba que su autor era homosexual y que murió a causa del virus VIH; se añadía que suyo fue el guion de Bitelchús, justo cuando la secuela de la película acababa de salir. Había como un muy buen rollo ideológico alrededor de esta obra olvidada.

La primera entrega de Blackwater se titula La riada. Fatalmente, reconocemos en sus páginas lo que se ha vivido hace unos días en la Comunidad Valenciana, torrentes incontrolables, devastación, gente salvándose en los tejados de las casas y la larga y pesarosa reconstrucción de un pueblo. Leemos: "Quienes no han vivido nunca una inundación imaginarán tal vez que los peces entran y salen de las ventanas rotas de las casas sumergidas, pero no es así. En primer lugar, las ventanas no se rompen, ya que, por muy bien construida que esté la casa, el agua se filtra entre las tablas del suelo, de modo que alcanza la misma altura dentro de la despensa que fuera, en el porche. Pero es que, además, los peces no abandonan nunca los cauces originales de los ríos, como si los seis u ocho metros más de libertad de que disponen ahora no existieran. El agua de las riadas es repugnante y está llena de basura repugnante…"

La riada se adscribe fácilmente a la escuela realista del siglo XIX. Pensemos en Dickens o en Balzac. McDowell no inventa nada, pero hace su trabajo extraordinariamente. Vemos los ambientes, conocemos a los personajes, oímos sus parlamentos y nos adentramos en sus emociones con fluidez y perspicacia. No sé por qué esta obra puede considerarse "literatura popular". Es literatura de primer nivel.

La novela llega a un punto donde todo se sustenta en lo manipuladoras que son las mujeres, y en cómo una manipula mejor que la otra

La inundación destruye prácticamente el pueblo, llamado Perdido, y en los primeros días de recuperación los lugareños encuentran a una joven que dice haber venido al pueblo a ejercer de maestra y haber sido sorprendida por la riada. Esta joven es la pieza fantasmagórica de la novela, pues, de forma dosificada, vemos que su comportamiento admite el calificativo de mágico o sobrenatural. A veces, no parece humana; otras, consigue que crezcan árboles en medio del barro. Luego hace cosas peores.

Hasta aquí, el libro es una delicia. Sin embargo, la vuelta de los personajes a la rutina lleva a McDowell a proponer una trama principal basada en el matrimonio. La familia Caskey está compuesta de hombres pavisosos y de mujeres fuertes. Estas mujeres fuertes contenderán con la recién llegada. La novela llega a un punto donde todo se sustenta en lo manipuladoras que son las mujeres, y en cómo una manipula mejor que la otra. "Quienes mandaban en el pueblo eran las mujeres", leemos, pero no en el sentido de que ese pueblo tenga una alcaldesa o una empresaria, ni en el de que sea a todos los efectos "un matriarcado", sino en el sentido un poco casposo con el que se pregunta ¿quién lleva los pantalones en casa? y se da a entender que, por detrás del decorado, son las mujeres las que controlan a los hombres. "Mary-Love recurría a la adulación y a las estratagemas psicológicas para imponer su voluntad". Mary-Love es la madre de Oscar, que, tras muchas "estratagemas" conseguirá casarse con Elinor, la mágica recién llegada.

placeholder El escritor Michael McDowell. (editorial Suntup)
El escritor Michael McDowell. (editorial Suntup)

Sumado esto a que en la novela un personaje masculino es débil por "el sello de la feminidad" y a que se afirma que "las chicas tienen que casarse con chicos", Blackwater no me parece tan progre como nos han contado. "A veces se comportaba como una arpía, pero la mayor parte del tiempo estaba tranquila. Se había casado con James Caskey por dinero y porque era un hombre fácil de dominar por naturaleza".

O miren qué afirmación: "Ningún hombre iba a admitir que su madre, su hermana, su esposa, su hija, su cocinera o cualquier mujer que pasara por la calle podían hacer de él lo que quisieran; de hecho, la mayoría ni siquiera se daba cuenta".

No deja de fascinarme que hayan conseguido vender un libro tan conservador como si fuera una fábula feminista

Así, más de media novela (hablo de La riada) retrata la lucha de varias mujeres por hacerle la puñeta a otras mujeres mientras los hombres no saben ni por dónde les da el aire. La principal pugna es entre una suegra y una nuera. ¡Por fin tenemos un best seller sobre suegras malvadas!

Lo cierto es que toda esta parte me interesó mucho menos que la primera. Es verdaderamente un culebrón. La inundación en sí, el conflicto racial (tratado con mucha más mano izquierda que el conflicto de género) y los puntuales arrebatos mágicos de Elinor (hada, ménade o bruja, no sabemos) sobresalen sobre esta guerrilla doméstica que incluye matrimonio, casa, cena de Acción de Gracias y otras batallas exclusivamente entre mujeres.

No deja de fascinarme que hayan conseguido vender un libro tan conservador como una fábula feminista.

Sin nada que leer, obedecí a las masas y me compré la primera entrega de la saga Blackwater (Blackie Books). Se trata de una novela dividida en seis tomitos, al precio de diez euros cada uno, de la que seguramente han oído hablar. En resumen: en 1983, Michael McDowell publicó la obra y solo cuarenta años después ha recibido atención fuera del mercado anglosajón. Éxito en Francia e Italia. Éxito también —somos mansos— en España.

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