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La "barraca" de Gaudí
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La "barraca" de Gaudí

Gaudí no dejó obra, por desgracia, en Madrid. Pero, desde hace unas semanas, y hasta el 5 de febrero de 2023, una muestra acerca a los madrileños una parte de su tesoro

Foto: Vista de una maqueta a escala 1:150 de la Casa Milà. (EFE/Luis Millán)
Vista de una maqueta a escala 1:150 de la Casa Milà. (EFE/Luis Millán)

"Alocada y delirante barraca": con tales epítetos despachó Josep Pla el Palau de la Música, de Doménech i Muntaner, donde, decía el ampurdanés, era obligado cerrar los ojos para poder escuchar la música. Más severo aún fue Eugeni D’Ors, primer espada de la intelectualidad catalana de la época, para quien la Casa Milá era una "cantera troglodítica" y toda la obra de Gaudí, según podemos leer al crítico Robert Hughes, "algo tan repugnante como un sombrero viejo". Como se ve, no lo tuvo fácil en sus inicios el modernismo, juzgado como la apoteosis del mal gusto por quienes debían haber sido sus valedores intelectuales (tan solo Dalí, que había educado su mirada en el París de las vanguardias, comprendió que los hallazgos estéticos modernistas perdurarían).

El desdén fue la norma durante bastante tiempo. Las riadas de japoneses que hoy exploran extasiados su ondulante fachada de piedra ignoran que, aún en los años 60 del pasado siglo, la Pedrera alojaba un bingo y un mercadillo hippy. Fue una exposición en 1957 en el MoMA de Nueva York (ciudad donde Gaudí soñó con levantar un rascacielos) la que obró el milagro (Gaudí era muy religioso) de la resurrección. Hoy, el gran arquitecto catalán cuenta con no menos de siete de sus edificios en la lista de Patrimonio Mundial por la UNESCO: el Park Güell, el Palacio Güell, la Casa Milà (La Pedrera), la Casa Batlló, la cripta de la Colonia Güell, la Casa Vicens y la cripta y la fachada de la Natividad de la Sagrada Familia. Una peripecia, del desprecio a la gloria, que nos recuerda que el mérito a veces tarda en ser reconocido.

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Gaudí no dejó obra, por desgracia, en Madrid. Pero, desde hace unas semanas, y hasta el 5 de febrero de 2023, una muestra (la primera en la capital desde hace 20 años) acerca a los madrileños una parte de su tesoro. Más de 150 piezas procedentes de las más importantes colecciones de quien fue llamado el Dante de la Arquitectura: planos originales, dibujos, maquetas, muebles, elementos arquitectónicos, esculturas, fotografías y materiales audiovisuales que introducen al visitante en la mente de un creador genial, un universo poblado por catenarias, hiperboloides y una profunda simbología. Al atractivo de la exposición se suma su emplazamiento: en CentroCentro, en pleno Palacio de Cibeles, donde el genio de Gaudí entra en diálogo con el edificio de Antonio Palacios, ese Gaudí gallego (más ecléctico, tirando al art nouveau) que hizo de Madrid una metrópoli moderna.

Mis dos ciudades, la Barcelona que me vio nacer y la Madrid donde trabajo, a veces fingen que se pelean. En realidad, colaboran mucho más de lo que parece, y esta exposición, que no se habría podido llevar a cabo sin el trabajo conjunto de ambos ayuntamientos, es prueba de ello. Y, para confirmarlo, quien se acerque a ver la muestra del genial arquitecto podrá visitar en el mismo espacio otra muestra que con Gaudí tiene dos cosas en común: Barcelona y la rebeldía artística. Underground y Contracultura en la Cataluña de los 70. Otra historia para otro artículo, pero un ejemplo adicional de esa corriente de simpatía y afecto entre Madrid y Barcelona que ha demostrado ser resiliente y resistir a los vientos y las mareas de la política. Dos ciudades complementarias, de fama mundial, unidas por todo tipo de vínculos sentimentales y creativos, que siempre han prosperado juntas y que no deben competir porque, cuando le va bien a una, también le va bien a la otra. Llegarán más proyectos conjuntos. Por ahora, celebremos que, durante unos meses, la línea que lleva de Madrid al cielo sea una línea curva, la línea del modernismo.

*Andrea Levy Soler es delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid.

"Alocada y delirante barraca": con tales epítetos despachó Josep Pla el Palau de la Música, de Doménech i Muntaner, donde, decía el ampurdanés, era obligado cerrar los ojos para poder escuchar la música. Más severo aún fue Eugeni D’Ors, primer espada de la intelectualidad catalana de la época, para quien la Casa Milá era una "cantera troglodítica" y toda la obra de Gaudí, según podemos leer al crítico Robert Hughes, "algo tan repugnante como un sombrero viejo". Como se ve, no lo tuvo fácil en sus inicios el modernismo, juzgado como la apoteosis del mal gusto por quienes debían haber sido sus valedores intelectuales (tan solo Dalí, que había educado su mirada en el París de las vanguardias, comprendió que los hallazgos estéticos modernistas perdurarían).

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