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Mi primer Madrid-Barcelona en estado independiente (como exaficionado al Barça)
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Pedro Martín

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Mi primer Madrid-Barcelona en estado independiente (como exaficionado al Barça)

Después de 50 años siendo aficionado del FC Barcelona y tras comprobar cómo la política ha absorbido al deporte, la ilusión por 'mi' club se esfumó y el sábado iré al Bernabéu sin animar a nadie

Foto: Aficionados con camisetas de Messi y Ronaldo durante la Supercopa de España. (EFE)
Aficionados con camisetas de Messi y Ronaldo durante la Supercopa de España. (EFE)

Hace un par de meses me sinceraba, y espero que sin molestar a nadie porque no era esa la intención, cuando conté que después de 50 años siendo seguidor del Barça se me había acabado el amor a esos colores. Básicamente, porque el club catalán había intensificado en los últimos tiempos su apoyo a posturas políticas e ideológicas muy particulares que poco o nada tienen que ver con el espíritu que empuja a cualquier aficionado, sea de Terrassa, Madrid, Villablino o Guayaquil, a apoyar a un equipo de fútbol y no a otro. El deporte es deporte, y cuando alguien lo instrumentaliza con otros fines comete un error grave, quizás imperdonable, y corre el riesgo de pisar callos, sobre todo si hablamos de entidades tan globales como el Fútbol Club Barcelona, con una mayoría de su hinchada habitando fuera de territorio catalán, e incluso fuera de España. Es un proceso progresivo, y no dejas de sentirte barcelonista de la noche a la mañana por más que una parte de la afición, mediatizada a mi juicio, se empeñe en faltar al respeto al resto de los culés por pensar de modo distinto sobre cuestiones extradeportivas. Del mismo modo que un divorcio no es el fruto de un día difícil, una mala cara o una contestación inadecuada; pero muchas malas caras, muchos días duros y muchas respuestas inapropiadas acabarán con una buena relación más temprano que tarde. Y el Barça, por acción u omisión, se empeña en olvidarse de sus aficionados no soberanistas, cuando el asunto en cuestión debió quedarse siempre fuera del Camp Nou, de la Masía y de la actividad diaria de un club al que nadie prohíbe presumir de la ciudad de Barcelona, de Cataluña y de la señera. Señera, no estelada ‘indepe’ sinónimo de una mentalidad anácronicamente excluyente.

A raíz de lo que me gusta llamar 'mi declaración de independencia', muchos me han preguntado en estas semanas de qué equipo soy ahora, como si fuera factible acostarse siendo del Barça musitando “tot el camp es un clam…” para levantarte horas después entonando el “hala Madrid…” enroscado en la bandera merengue. Porque lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Empiezo a dudar de que, de manera natural y espontánea, pueda dedicar el resto de mis días a apoyar a otro equipo. Y eso que llegué a Madrid allá por 1971, residí muchos años a tiro de piedra del Vicente Calderón y he visto más partidos en Chamartín que en el resto de estadios del mundo juntos. Hoy por hoy, no siento otros colores; salvo los de la selección nacional. Esa que volverá de Rusia con una copita de más, si es que la FIFA no lo impide.

Foto: Leo Messi durante su partido frente al Girona. (EFE) Opinión

En ese escenario de independencia mental, entre desencantado y cabreado después de que ‘mi’ club durante medio siglo me animara a coger la puerta, llega el Clásico del sábado, un Madrid-Barça que podría ser decisivo si los azulgranas venciesen, pues crecería su ventaja hasta los 14 puntos, a falta del partido pospuesto de los de Zidane contra el Leganés. Y aunque la Liga es muy larga y cada triunfo vale tres puntos, 14 es una cifra abultada que pesaría ya como una losa sobre Florentino y los suyos. En cambio, si el Real Madrid gana el sábado, reduciría su desventaja hasta los ocho puntos, y eso es tanto como hacer sentir el aliento en la nuca a tu rival cuando hablamos de la jornada 17 en un campeonato que se compone de 38.

No sufriré nada si gana el Madrid a mi ‘ex’

Puede que no sea el partido del siglo, y ni siquiera el encuentro del año, pero indudablemente tiene su trascendencia. Además, un Madrid-Barça siempre centra el interés con independencia, y perdón por el término, de que se jueguen algo ese día o del puesto que ocupen en la clasificación. Yo estaré allí para verlo, sentado en la grada confiando en disfrutar de un buen espectáculo deportivo. Sin preferencia alguna esta vez, pues lo mismo me da un 0-4 que un 4-0 o un 2-2 si me divierto, veo goles y paso dos horas para recordar.

Foto: Florentino Pérez, en el palco de San Mamés en el Athletic-Real Madrid disputado en 2011.(EFE) Opinión

No tiene sentido pedir el divorcio a una esposa y luego morirse de celos por verla con otro; del mismo modo que no sufriré nada, espero, si gana el Madrid a mi ‘ex’. O si el Barça le endosa una goleada a los blancos a domicilio. Tengo amigos que me oyen decir cosas así y dudan de mi sinceridad, pero es lo que siento y lo que cuento. Pase lo que pase el sábado, solo será un resultado deportivo, y animo a que todos ayudemos a desligar el fútbol de otras realidades, pues es precisamente el fútbol uno de los pocos reductos que aún nos sirven para evadirnos de la actividad cotidiana y sus problemas. En esos 90 minutos no te acuerdas de tu bajo sueldo ni de los suspensos del niño, ni de la bronca del jefe o el golpe en la aleta del coche. Y haríamos mal pensando que un Madrid-Barça puede ser extrapolado a otros ámbitos, pues se empieza por ahí y se acaba como aquel que organizó unos Juegos Olímpicos para exhibir el poder de una pretendida raza superior.

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Esto se trata de 11 contra 11 corriendo tras un balón para meter más goles en la portería contraria que el rival, pero nada más. Conviene restar fundamentalismo al deporte y potenciar su vertiente como espectáculo, pues de esa manera degustaremos mejor placeres como el que supone contemplar sobre el césped a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, dos astros de esos que aparecen una vez cada década, pero que en nuestra Liga se miden varias veces al año desde hace muchas temporadas, para envidia de los aficionados al fútbol del resto del planeta. Y con eso prefiero quedarme ahora que no milito, y que analizo todo con más objetividad y menos apasionamiento. Que gane el mejor.

*Pedro Martín es periodista del mundo del motor y exaficionado del Barcelona

Foto: Kepa, junto a Sergio Ramos, durante el último Athletic-Real Madrid. (FOTO: Cordon Press)

Hace un par de meses me sinceraba, y espero que sin molestar a nadie porque no era esa la intención, cuando conté que después de 50 años siendo seguidor del Barça se me había acabado el amor a esos colores. Básicamente, porque el club catalán había intensificado en los últimos tiempos su apoyo a posturas políticas e ideológicas muy particulares que poco o nada tienen que ver con el espíritu que empuja a cualquier aficionado, sea de Terrassa, Madrid, Villablino o Guayaquil, a apoyar a un equipo de fútbol y no a otro. El deporte es deporte, y cuando alguien lo instrumentaliza con otros fines comete un error grave, quizás imperdonable, y corre el riesgo de pisar callos, sobre todo si hablamos de entidades tan globales como el Fútbol Club Barcelona, con una mayoría de su hinchada habitando fuera de territorio catalán, e incluso fuera de España. Es un proceso progresivo, y no dejas de sentirte barcelonista de la noche a la mañana por más que una parte de la afición, mediatizada a mi juicio, se empeñe en faltar al respeto al resto de los culés por pensar de modo distinto sobre cuestiones extradeportivas. Del mismo modo que un divorcio no es el fruto de un día difícil, una mala cara o una contestación inadecuada; pero muchas malas caras, muchos días duros y muchas respuestas inapropiadas acabarán con una buena relación más temprano que tarde. Y el Barça, por acción u omisión, se empeña en olvidarse de sus aficionados no soberanistas, cuando el asunto en cuestión debió quedarse siempre fuera del Camp Nou, de la Masía y de la actividad diaria de un club al que nadie prohíbe presumir de la ciudad de Barcelona, de Cataluña y de la señera. Señera, no estelada ‘indepe’ sinónimo de una mentalidad anácronicamente excluyente.

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