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Fernando Hierro, el interino que no demuestra ser un entrenador de verdad
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Gonzalo Cabeza

Fernando Hierro, el interino que no demuestra ser un entrenador de verdad

Fernando Hierro llegó por accidente al banquillo, pero no ha llegado a tomar las riendas del equipo, que no tiene claro a qué juega y ha tenido tantas ideas diferentes como partidos disputados

Foto: Hierro separa a sus jugadores en la tangana. (EFE)
Hierro separa a sus jugadores en la tangana. (EFE)

La noche de autos, esa en la que el Real Madrid publicó un comunicado que era en realidad un navajazo en la espalda de la federación española, hubo que tomar decisiones. En caliente, en muy caliente. Y por un presidente novato, ni un mes llevaba en el cargo. Era, además, un problema complejo, porque no tiene precedentes, ni remedios automáticos. Todo lo que pasase, sin excepción, iba a ser malo para el grupo, porque el conflicto generado por Lopetegui no podía pasar sin más, como si nada hubiese ocurrido en esos días convulsos. La elección de Fernando Hierro llegó en medio de un terremoto.

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Rubiales tuvo que decidir y privilegió el orgullo, la lealtad, un mensaje a sus trabajadores y al mundo por encima de cualquier otra consideración. Entendió que tenía que poner a la federación y a la Selección en el lugar que le corresponde, que no se puede reír un club de esa institución por más Real Madrid que sea. Optó por una destitución que generaba prestigio y fuerza, que le reafirmaba como líder, porque los líderes son tajantes, no medrosos. La opción social es irreprochable, pero toda decisión traumática tiene también contraprestaciones. Siempre, sin duda. El presidente federativo consultó a los jugadores, pero los sonidos que llegaron del vestuario no pesaron en la decisión final. Los futbolistas estaban, al menos mayoritariamente, con la idea de seguir igual, porque les pilla en medio y querían el menos caos posible. ¿Hasta qué punto deportivamente era correcto el dedo que apuntaba hacia abajo?

Foto: Tras el empate ante Marruecos y el empate entre Irán y Portugal, España es primera de grupo y jugará contra Rusia en octavos. (EFE)

Esa parte, la deportiva, es la que generaba más dudas. Lopetegui llevaba dos años entrenando al equipo, trabajando los automatismos, la estrategia, conociendo a los jugadores personalmente y decidiendo, por lo que vemos todos y por esas cosas que solo ven los técnicos, quién le valía para cada función. En la clasificación España fue sensacional, como lo fue en la mayor parte de los amistosos. La vitola de favorito en el Mundial, que España lo tiene y ahora es dudosa, no era un camelo sino la consecuencia de lo que se iba viendo cada partido. Y todo eso era más claro con Lopetegui que con Hierro.

Aquí hay un punto claro, que es en el que el mundo del fútbol es incapaz de ponerse de acuerdo y es la importancia del entrenador en un equipo, tanto a medio plazo como en el corto: ¿cómo de necesario es un buen entrenador? La semana pasada, en medio del guirigay que hay organizado en Argentina, se filtró un audio de Diego Simeone. En ese discurso de poco más de dos minutos, tan bien producido y cuidado que más parece una columna hablada, el técnico del Atlético de Madrid quiso reforzar la importancia del entrenador en este deporte. No es un 10%, es más bien un 40%, venía a cuantificar el Cholo. No es solo poner jugadores en el campo, es entrenarlos. Ni Messi es capaz de darle la vuelta a un equipo si no hay nadie al volante... Luego está el mundo de Florentino Pérez, en el que los que llevan traje son responsables de la tragedia pero rara vez se definen como los responsables de las cosas positivas.

Foto: España se clasifica primera de grupo para octavos de final en el Mundial de Rusia (EFE)

Que sea como Zidane

En esa línea pensó Rubiales, que es exfutbolista. No tenía más alternativas posibles que Hierro y Celades y optó por el primero por una cuestión de autoridad. Es uno de los grandes jugadores de la historia de España y uno de esos hombres que llena una habitación con su sola presencia, de los que son escuchados desde la primera palabra. O al menos era así cuando vestía de corto, que no siempre se traslada en el salto al banquillo. De hecho, en Oviedo recuerdan que no tuvo especial sintonía con sus jugadores. En todo caso, y ante la falta de opciones, quedó como entrenador. Y todo su pasado era haber entrenado sin pena ni gloria en el equipo asturiano. Claro que, se podría pensar, también Zidane decía poco cuando salió del Castilla en dirección al primer equipo del Real Madrid y luego ganó tres Champions seguidas. Ese argumento es magnífico para los que creen que el entrenador es, más que nada, una figura decorativa.

Ahora se empieza a ver a Hierro, que tiene la desgracia de tener que madurar su presencia en medio de todos los focos posibles. Es el Mundial, lo más grande, un lugar en el que, además, no hay margen de error -o casi-. Han pasado tres partidos y es difícil encontrarle el norte al técnico. Entre otras cosas porque se ha decidido a no dejar ver una sola idea, sino a ir cambiando encuentro tras encuentro. En el primer partido, Koke; en el segundo, Lucas Vázquez; en el tercero, Thiago. Tres jugadores distintos para tres ideas de juego completamente diferentes. Con la primera refuerzas el equilibrio y das más fuerza en el medio. La segunda debería servir para abrir en banda y jugar diferente, con más regate y más velocidad. El último supuesto, el que alineó contra Marruecos, es el que más se parece a la España de siempre, pases interiores, bajitos, juego fluido.

Tres equipos diferentes y únicos, todos ellos buenos, claro, porque España sí que puede presumir, junto con Alemania, de ser la plantilla más profunda del campeonato. ¿Por qué se cambia de un día a otro? Se podría argumentar que se adaptan al rival, pero cualquiera a estas alturas sabe que eso es erróneo. Cuando eres mejor equipo, favorito, tienes que pensar en tu juego y en cómo dominar, no en lo contrario. El problema de Hierro, el primero de ellos al menos, es de definición. Tiene que tener muy claro a lo que quiere jugar y morir con una idea. Ha faltado eso en esta primera fase en la que España se va primera de grupo, pero futbolísticamente no tuvo un gran merecimiento.

placeholder Iago Aspas se reivindicó. (EFE)
Iago Aspas se reivindicó. (EFE)

Los cambios, ¿tarde?

Hay ciertas cuestiones en las que tampoco tiene soltura, puede ser una cuestión de experiencia o, simplemente, que no es lo suficientemente bueno para ser entrenador a estos niveles. Tiene que ver con los cambios, que es una de las asignaturas claves en la vida de un entrenador. Leer el partido y encontrar opciones, hacerlo a tiempo, que esas modificaciones en el equipo no rompan nada de lo que está saliendo bien. Iago Aspas le salió correcto, el delantero gallego no había jugado un minuto y, desde que salió al campo, demostró que tiene un hueco. De revulsivo o, quizá, de titular. Cabe preguntarse si no fue excesivamente tarde, si con un concepto diferente desde antes el equipo no se hubiese ahorrado un final de infarto.

Porque además, Hierro juega con unas cartas buenísimas, pero algo ajadas. Es obvio que Iniesta y Silva, por poner los dos ejemplos más rotundos, son jugadores eternos, de infinita clase. También lo es que su dni ya no les marca como jovenzuelos y que los mejores días de su fútbol ya están a su espalda. Se han convertido en caviar, un recurso muy preciado, que pueden propulsar el plato hasta el éxtasis, pero que hay que utilizarlo con cabeza, porque en exceso es capaz de romper la armonía del plato hasta convertirlo en fallido.

Foto: Carvajal intenta llegar a un balón ante la mirada de De Gea durante el partido contra Marruecos en Kaliningrado. (EFE)

Son muchas las preocupaciones que puede tener Hierro, la horquilla va desde esos jugadores que están peor de físico, los ya citados, los centrales y Busquets, hasta la reafirmación personal. Porque él es el primero que, a buen seguro, hoy se pregunta si está capacitado para armonizar todos los detalles que exige su labor, desde la relación con unos jugadores que llevan 70 partidos de temporada hasta cuestiones de estrategia, de dibujo o de concepto.

Ya no hay vueltas atrás posibles, y lo que pudo ser un descalabro en algunos minutos en Kaliningrado se terminó convirtiendo en un resultado magnífico para España, que es primera y, en principio, se encontrará por el camino un cuadro algo menos complejo que el que tendría de no haber contado con la ayuda de la fortuna en ese minuto loco. Rubiales, para demostrar su poder, tuvo que echar a Lopetegui. Hierro, para afianzar el suyo, lo tiene algo más complicado. Necesita encontrar un modelo que funcione con los mimbres que tiene en sus manos. Si da con las teclas bien, hay equipo para todo. Si la cosa se tuerce, él mismo, Rubiales y Lopetegui tendrán una parte de la culpa de la decepción.

La noche de autos, esa en la que el Real Madrid publicó un comunicado que era en realidad un navajazo en la espalda de la federación española, hubo que tomar decisiones. En caliente, en muy caliente. Y por un presidente novato, ni un mes llevaba en el cargo. Era, además, un problema complejo, porque no tiene precedentes, ni remedios automáticos. Todo lo que pasase, sin excepción, iba a ser malo para el grupo, porque el conflicto generado por Lopetegui no podía pasar sin más, como si nada hubiese ocurrido en esos días convulsos. La elección de Fernando Hierro llegó en medio de un terremoto.

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