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De la azada a la geoingeniería (o al revés)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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De la azada a la geoingeniería (o al revés)

Queda gente respetable como Sir David Attenborough, el de los espectaculares documentales de la BBC, o el astrónomo real Lord Rees, antiguo presidente de la añeja

Queda gente respetable como sir David Attenborough, el de los espectaculares documentales de la BBC, o el astrónomo real lord Rees, antiguo presidente de la añeja Royal Society y cosmólogo de la Universidad de Cambridge, que pregonan desconsolados que el futuro no se prevé nada halagüeño para nuestros hijos y nietos.

Gente respetable…

El comunicador tiene claro que hemos alterado la selección natural de las especies y describe al hombre como una plaga destructora, si no bíblica, a causa de la velocidad con la que modifica y destroza la biología de este planeta, y no sólo la de tales seres arrogantes. Pretendidos dueños, titulares de todos los predios, al osar controlar su propia genética, empobreciéndola, y no sólo la de los otros congéneres racionales a causa de su irracionalidad sin malsana ambición.

El viejo sabio del cosmos, por su parte, cree que es demasiado tarde para revertir los próximos efectos anegantes y perniciosos del cambio climático. Piensa que sólo la geoingeniería más radical podrá atenuar el escenario desesperado que se avecina.

… otros que no lo son tanto…

Los que afirmaban que lo del cambio climático antropogénico era una patraña y se cachondeaban de los calentólogos van aceptando ya el entuerto, los menos obtusos y recalcitrantes. Lo cual les está obligando a cambiar de discurso como si aquí no pasara nada, ahora o en el futuro. Dos razonamientos esgrimen, entre otros, a cual más calenturiento.

El primero es repetir los argumentos de antaño con el tabaco. Todo el mundo sabía que era malo, pero como no era (ni es) posible demostrarlo con total exactitud, cual causa que conlleva un efecto directo y mensurable, siguen a rajatabla de nuevo el refrán: ojos que no ven pulmones que no sienten (corazón ya no queda).

Ahora dicen que puede que sí, que el planeta se calienta, seguramente. Ya nos acomodaremos a la nueva situación. Como es imposible cuantificar el porcentaje consecuencia de la actividad humana del de origen natural, para qué vamos a hacer nada, ni siquiera preocuparnos, y menos investigar con el fin de evaluarlo. La ignorancia consciente y programada vuelve a servir de atenuante para lo importante y lo financiero, no sólo en España.

El segundo argumento que justifica la inacción está basado en los dogmas predicados por la economía técnica actual, denominada neoclásica. Proclama que el crecimiento económico lo producen tres parámetros: capital, trabajo y otros factores de producción.

Variable esta última que el despistado premio Nobel Solow asocia a esa cosa etérea, sagrada y divina, de nombre tecnología. Sosteniendo que siempre será posible sacar oportuno conejo de la chistera académica, que no física y natural, con el fin de obviar lo que sea, incluida la finitud de los recursos naturales y los constreñimientos de este planeta esférico, limitado y miserablemente terrenal: biológicos, geológicos, atmosféricos o acuáticos. Molestas externalidades herederas de la astrología ancestral en ningún caso ciencia de verdad.

La bondad y eficacia de la tecnología es imposible de medir y de cuantificar. Puede servir para matar o empobrecer, o para aliviar penas y generar felicidad. O para destruir este planeta a plazos, sin ningún remordimiento, mediante artilugios pretendidamente científicos atenuadores de responsabilidad.

Estratagemas codiciosas pretendidamente rigurosas para deshonrar la ciencia de verdad. Religión laica que multiplica los panes y los peces, o el crecimiento económico permanente, que incrementa la riqueza por la cara o con el auxilio de los alelados bancos centrales.

… que no recitan mantra correoso e incómodo…

La economía se convertirá por fin en ciencia el día en que interiorice las externalidades más molestas relacionadas con las limitaciones de este planeta y desarrolle teorías aplicables al mundo real: cuando la economía fundamental reciba su acta fundacional o, al menos, bautismal.

El sistema económico en vigor obliga a crecer de acuerdo con un pervertido sistema contable que no contempla ni apunta los destrozos que la actividad económica genera ni, por lo tanto, sus pérdidas terrenales recurrentes.

Con los paradigmas logísticos o urbanísticos actuales, por ejemplo, es imposible crecer sin incrementar el derroche energético, las emisiones o la contaminación. Se podrían elaborar otros nuevos. No interesa a los que dicen que saben porque les obligaría a pensar. Se volverían políticamente incorrectos, por fin honrados con ellos mismos. No está de moda.

El academicismo económico obliga a pasar por aro presuntamente intelectual a los meritorios, anquilosándolos tempranamente el cerebro con sus falsas prédicas y las enseñanzas restringidas al corto plazo. Sentando cátedra servil para que los más listillos y espabilados, en ningún caso rigurosos, puedan acceder al Olimpo sectario o nobelado desvestido de ciencia.

Inquisición en estado puro que insiste en obviar los recursos limitados disponibles, lo constreñido del volumen planetario, su atmósfera y sus océanos. Su incapacidad para almacenar eternamente las defecaciones emitidas por esta sociedad en forma de emisiones, contaminación o residuos. O de degeneración genética en forma de pérdida de biodiversidad tal como comenta estremecido sir David Attenborough.

Externalidades que el ausente Krugman se empeña en ignorar a causa del escaso discernimiento intelectual, una deficiente capacidad de asimilación y raciocinio limitado proclamado en mediática atalaya, un púlpito inquisitorial más. Que le impide a él o a cualquier otro gurú nobelado soltar argumentos coherentes, de cajón, científicos y razonados que dignifiquen su presunta ciencia desgajándola de la astrología.

… pero que imploran el desarrollo de la geoingeniería

En vista de que la tecnología es la solución a los males que aquejan estos solares, hay una corriente que pretende aplicar tecnología a mansalva sin evaluar sus consecuencias. Ignorando que el primer paso para devolver el raciocinio al hombre es atemperar este planeta. Modificando el imposible crecimiento económico actual por otro más pausado y científico generador de empleo. El fin último es evitar que el chiringuito se les ponga en evidencia, obviar el desarrollo de la economía fundamental.

La herramienta escogida es la geoingeniería. Esta, aplicada de forma humilde, podría contribuir a desarrollar la ciencia de la escasez cuando la economía fundamental arrancara. O que, aplicada a lo bestia, contribuiría a aliviar algo los males de este planeta si no es demasiado tarde, según aseveración de lord Reed, el noble cortesano que mencionábamos al principio.

Para aclarar el asunto, cinco ejemplos de geoingeniería, dura y blanda, podrían ser:

- El bloqueo de parte de la radiación solar hacia la Tierra mediante discos reflectantes enviados al espacio a bordo de lanzadores electromagnéticos

- La fertilización masiva de los océanos con partículas metálicas a la manera de los arrecifes artificiales creados a partir de buques hundidos

- Mediante inmensas granjas acuáticas de hierbajos marinos que absorban el CO

- Generando volcanes artificiales cuyas cenizas bloqueen la radiación solar, como el impronunciable volcán islandés Eyjafjallajökull hizo en 2010. ¿Mediante bombas atómicas amaestradas? ¡Quién lo iba a decir!

- O, sistema más cauto y humilde, con una adecuada gestión de la radiación solar en la Tierra mediante mecanismos baratos a la vez que sabios y eficientes. Con medidas tan simples como la vuelta a encalar las casas o instalar tejados blancos o verdes de manera que reflejen la luz del Sol y eviten la necesidad de instalación masiva de sistemas mecánicos de climatización. Utilizando de nuevo materiales de pobre en la construcción de los edificios de acuerdo a las condiciones climáticas del lugar, como antaño. Reciclando a los arquitectos con arrobas de sabiduría ancestral, la que no se ha olvidado, o de cualquier otro tipo. Buena falta les hace. Como la que existía en Andalucía y todavía queda en la abrasadora cultura árabe. Demoliendo las aberraciones acristaladas recientes como la deficiente lupa de diseño en construcción en Londres.

¿Consecuencia de tales implantaciones? ¿Algún efecto secundario? Los habrá. Dará igual. Algo inventará el bicho humano para contrarrestar los efectos secundarios de los sistemas desarrollados con el fin de paliar los efectos primarios provocados por esta desbocada sociedad de consumo arbitrario incapaz de otear la felicidad.

Ello obligará a tomar entrópicas iniciativas con el fin de paliar las consecuencias terciarias producidas por los efectos secundarios que atenúan los delirantes mecanismos de mercado primarios.

Círculo vicioso imposible de atajar en vez de intentar de una vez por todas arreglar las cosas con modesta sabiduría de la de verdad. Que impida volver a los tiempos de la azada cuando la atmósfera o los mares se saturen de pestilencias o se acidifiquen los últimos, cuando los recursos escaseen, cuando el inmenso condensador oceánico reviente, cuando el margen de actuación se agote.

Ande yo caliente y ríase la gente. Epitafio escatológico de la tecnología tal como va, de la economía tal como nos envilece, y el de esta civilización empeñada en cultivar con la azada la mente.

Queda gente respetable como sir David Attenborough, el de los espectaculares documentales de la BBC, o el astrónomo real lord Rees, antiguo presidente de la añeja Royal Society y cosmólogo de la Universidad de Cambridge, que pregonan desconsolados que el futuro no se prevé nada halagüeño para nuestros hijos y nietos.

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