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Laudatio Si, una Encíclica para laicos
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Laudatio Si, una Encíclica para laicos

La violencia que hay en el corazón humano también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire, en los seres vivientes, en el corazón de las entrañas...

Foto: El papa Francisco en una imagen de archivo. (EFE)
El papa Francisco en una imagen de archivo. (EFE)

Nuestra casa común es como una hermana con la cual compartimos la existencia. Es como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. La hermana, nuestra madre tierra, nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable, del abuso de los bienes puestos en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla hasta agotarla, hasta acabar con ella. La violencia que hay en el corazón humano también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire, en los seres vivientes, en el corazón de las entrañas, en nuestra coraza de alma.

Entre los pobres más abandonados, entre los desamparados maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra que gime y sufre dolores de parto. Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta. Su aire es el que nos da aliento, su agua nos vivifica y restaura. Nada de este mundo nos resulta ajeno o indiferente. Ninguna maldad nos doblega, nos atenaza o nos calla.

Frente al deterioro ambiental global, es necesario hacer llegar este mensaje a cada persona sea agnóstica o religiosa, opulenta o menesterosa, libre o con cadenas, desventurada o feliz.

La violencia que hay en el corazón humano también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire...

La problemática ecológica se presenta como una crisis, como una consecuencia dramática de la actividad anárquica y descontrolada del ser humano. Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el ser humano corre el riesgo de destruirla, de ser a su vez víctima de esta degradación, de la posibilidad de una catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial y avanzada.

Es urgente y necesario un cambio radical en el comportamiento humano. Si no van acompañados los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes y el crecimiento económico más prodigioso por un auténtico progreso social y moral, tales avances se volverán contra el ser humano.

El hombre parece no percibir otros significados de su ambiente natural. Solamente aquellos que sirven a los fines de un consumo rabioso, de un uso inmediato y una felicidad insensible y banal.

Es necesaria una conversión ecológica global. Se pone poco empeño en salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humanizada no solo humana. La destrucción del ambiente humano es algo muy serio. No solo le ha sido encomendado el mundo al hombre, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de toda forma de degradación natural y deterioro moral.

Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, en las estructuras consolidadas de poder y corrupción que rigen la sociedad de hoy.

El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y no solo cívico. Supone el pleno respeto a la persona, pero también debe prestar atención al mundo natural, tener en cuenta la naturaleza de cada uno, su mutua conexión con un sistema ordenado y sereno. La capacidad que tiene el ser humano de transformar la realidad debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas, del origen grandioso de su propio ser, de la propia naturaleza menguante que agoniza amedrentada.

Se pone poco empeño en salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humanizada

Se invita a eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial, a corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente. El mundo no puede ser analizado aislando solo uno de sus aspectos. El libro de la naturaleza es uno e indivisible. Incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, la economía, las relaciones sociales, etc.

La degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana y sus desgarros actuales. El ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. El ambiente social también tiene sus heridas. Todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites.

Se olvida que el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza. Invita a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada, donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos, para nuestras inmediatas circunstancias pueriles y mundanas.

El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos, nuestra ruindad terriblemente avara y excluyente, como la verdad más absoluta y real.

Son estos unos párrafos constreñidos que recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que han enriquecido el pensamiento sobre estas cuestiones, a lo que se añade alguna aportación fugaz e inconveniente del que esto junta y enlaza.

Unidos por una misma preocupación

Es necesario que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta. En la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos, estamos llamados a reconocer nuestra contribución, sea pequeña o grande, a la desfiguración y destrucción de la creación que ejemplifica la Tierra.

Se invita a reconocer las agresiones que todos y cada uno de nosotros inflingimos a la diversidad biológica terrenal y a la vida.

Que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Porque un crimen contra la naturaleza es un crimen contra la razón y la belleza, contra la creación y la sensibilidad y contra nosotros mismos, nuestro futuro y el de nuestros hijos y nietos.

Es necesario que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta

Los problemas ambientales tienen raíces éticas y espirituales que nos invitan a encontrar soluciones, no sólo en la técnica, sino en un cambio profundo del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas.

Sería grandioso y estimulante que el ser humano actual pasara del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que el mundo espiritual y terrenal necesita. Es liberación de la dependencia, de la infelicidad y del miedo.

Los humanos estamos llamados a aceptar el mundo como lugar de fraternidad, como modo de compartir con sosiego y con paz no solo con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación, hasta el último grano de polvo de nuestras propias vestiduras y el último aliento de todo ser viviente que habita este planeta que yace dolorido y enfermo postrado en el éter.

Una laica osadía

Son todos fragmentos de la introducción de la recién publicada Laudatio Si. He tomado prestadas frases y palabras, despojándolas de toda referencia religiosa, añadiendo algún aliño osado y alguna que otra licencia indigesta, modificando algo el estilo para poder mostrar una narración unitaria por no decir pendenciera.

Sea por su inspiración divina, por su belleza narrativa extraordinaria o por el aplastante sentido común que emana agazapado entre sus lúcidos entresijos y su verdad poética y literaria, su contenido debería ser asumido por los esperanzados y aprendido en las escuelas.

Sectores ultramontanos de la feligresía católica, sobre todo provenientes de EEUU, incapaces de sentir los pálpitos convulsos y lastimeros de nuestra casa común, parece que se han enojado. Es buena señal.

Ojalá esta Encíclica les acabe convenciendo a ellos y a aquellos otros cuyo único dios proclamado es la codicia y el dinero, la depredación que provocan en la Tierra, hermana enferma que clama por la curación de la herida y la cicatrización de la naturaleza.

Laudatio Si. Alabado seas. El objetivo era mostrar de manera provocadora y diferente un texto exquisito y riguroso llamado a perdurar y sentar Cátedra, sea laica o religiosa, para que agnósticos de todo el mundo lo tomen en consideración y, el resto, asimile algo de ella.

Su Santidad perdone tamaña osadía y tosca irreverencia a este torpe juntador de palabras, frustrado convecino del fracasado Cervantes, altivo ensartador de imposibles molinos de viento desventurados, soñadores o arruinados.

Nuestra casa común es como una hermana con la cual compartimos la existencia. Es como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. La hermana, nuestra madre tierra, nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

Papa Francisco
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