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Aquarius, Estado social y xenofobia
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Juan Manuel López-Zafra

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Aquarius, Estado social y xenofobia

Claro que debemos celebrar la decisión de nuestro presidente. Desgraciadamente, con su mejor intención, el Gobierno del Sr. Sánchez no ha hecho sino poner un parche más

Foto: Fotografía de varios inmigrantes rescatados por el Aquarius. (EFE)
Fotografía de varios inmigrantes rescatados por el Aquarius. (EFE)

“El bienestar de las personas en particular siempre ha sido la coartada de los tiranos”. Albert Camus

El anuncio del Gobierno de Pedro Sánchez de acoger al barco Aquarius, de la ONG francesa SOS Méditerranée, no puede sino llenar de orgullo a cualquier persona de bien. Un grupo de 629 refugiados, dejados a su suerte frente a las costas de Libia, que no tienen ocasión de desembarcar ni en Malta ni en Italia ni en ningún otro país de la UE y que se encuentran en situación precaria de alimentos. Cualquier persona que se diga tal no puede menos que prestar ayuda a quien la necesita.

El problema, sin embargo, es de mucho más calado que el de una simple (y necesaria) acción humanitaria. Un problema que surge cuando tu sistema actúa como un imán y nadie está dispuesto a cambiarlo.

La Unión Europea es el principal exponente en el mundo de lo que conocemos como Estado de bienestar. Un sistema que descansa sobre tres pilares fundamentales, como son la educación, la sanidad y las pensiones. Un sistema que cuesta alrededor de tres billones de euros anuales en 'protección social' (sanidad, pensiones) y otros 750.000 millones, aproximadamente, en educación. Solo ese gasto en educación es mayor que el PIB de todos los países africanos situados por encima del Ecuador, excluyendo a Nigeria, decimosegundo país del mundo en producción de petróleo. Junto con los aranceles comerciales, la política agraria común es uno de los mayores generadores de injusticias, al impedir competir, en igualdad de condiciones, a los países productores extracomunitarios. Su presupuesto en 2014-2020 asciende a más de 400.000 millones de euros, mientras, al mismo tiempo, la UE destina alrededor de 1.000 millones de euros anuales a ayuda humanitaria. Como dije en su día, una lavadora de conciencias muy eficaz y poco efectiva.

España acoge el Aquarius para evitar una catástrofe humanitaria

El sistema social del que nos hemos dotado puede ser apoyado o criticado, pero es el que es. Y es, con ligeras diferencias, similar en toda la Unión Europea, en la que sus habitantes gozan del mismo, independientemente de su país de origen. Por otro lado, goza de la característica de 'universalidad', lo que supone que es alcanzable por cualquier persona que se encuentre dentro de su radio de acción, de forma independiente de la contribución que haya efectuado al mismo. Eso supone, de forma inmediata y por sí mismo, una atracción para todos aquellos que quieren una vida mejor. Añadamos la cercanía a África, las condiciones de libertad (en cualquier aspecto) y las posibilidades de trabajar, y es fácil entender por qué buscan aquí esa vida mejor a la que todos aspiramos.

Desde una perspectiva puramente económica, ante una sociedad que envejece como la nuestra, ya expliqué aquí que la inmigración debe verse como una oportunidad, y no como una amenaza. Es evidente que esa no debe ser la única razón que nos mueva, por supuesto. De hecho, debe ser secundaria ante el cumplimiento de las leyes que nos hemos dado y que, como en tantas ocasiones ocurre, no parecen ser de aplicación ante ciertas minorías, que aprovechan nuestros complejos revestidos de respeto. El caso de la violación sistemática de más de 1.500 niñas en Roherham, Reino Unido, durante más de 15 años, con conocimiento de la policía local y tapado por tantos para no ofender y “no remover la nave multicultural”, en palabras del entonces diputado laborista MacShane; los casos de violencia antisemita en la moderna e integradora Suecia (como el ataque a la sinagoga de Gotemburgo) o el gueto danés de Gellerup en Aarhus, la capital cultural de Europa de 2017, son solo algunos ejemplos en que la ley que nos hemos dado retrocede ante la acusación de islamofobia.

Ante una sociedad que envejece como la nuestra, la inmigración debe verse como una oportunidad y no como una amenaza

La cuestión es que la inmigración crece. Alemania ha acogido a más de 1,5 millones de refugiados en los últimos dos años. Solo en 2015, Grecia acogió a más de 850.000 refugiados en sus costas. Entre 2014 y 2017, más de 620.000 refugiados, el equivalente a un millar de Aquarius, han desembarcado en las costas italianas. Nadie puede acusar a Europa de falta de solidaridad, aunque siempre es posible aumentarla.

Y surgen las dudas, claro. Las mismas personas que ofrecen su ayuda, personal y financiera, a los inmigrantes (a través de sus impuestos y sus cotizaciones sociales) empiezan a temer por su puesto de trabajo, por la degradación del acceso a los servicios sanitarios y educativos, por la seguridad. Dudas acerca de si no estaremos ayudando a las mafias en su inhumano transporte de esclavos, al señalarles el camino cuando las ONG, sin duda bien intencionadas, recogen a cada vez más refugiados en aguas territoriales libias, no internacionales. Dudas que las autoridades no resuelven y que, en cambio, incrementan con más medidas de protección social a sus votantes, que no hacen sino alimentar, aún más, el incentivo de los que están más allá de la puerta. Esas mismas personas normales pasan a ser tachadas de fascistas, de xenófobas. Y con ellos los Kurz, Orbans, LePens y 'cinquestelles' que les prometen luchar contra esa inmigración cerrando fronteras y aumentando prebendas. Esas personas que solo tienen miedo a perder los 'derechos' que los políticos les otorgaron a cambio de su voto, y que la mayoría considera inviolables.

Foto: Un momento del rescate en alta mar por parte del Aquarius a personas en pateras.

Porque todos queremos mantener el sistema, pero solo para nosotros, claro. Muchos critican este excelso y carísimo sistema de protección social, absolutamente ineficiente y generador de injusticias, pero cuando llega la hora de desmontarlo o, al menos, reducirlo, entonces saltan las alarmas. Bajo la manta del problema cultural, sin duda real, muchos ocultan el temor a perder prebendas. Si realmente fuese el cultural el más importante, entonces los votos deberían ir a quienes propugnen la reducción del mastodonte estatal, devolviéndonos a los ciudadanos la capacidad de decidir y de obrar. Cambiar el incentivo de la promesa de un mundo gratis por la de un mundo mejor, en el que cada uno trabaje en función de su capacidad y no de su nacionalidad. En el que cada cual acceda a los servicios públicos en virtud de su necesidad real.

Claro que debemos celebrar la decisión de nuestro presidente. Como debemos exigirle soluciones y no parches. Y, desgraciadamente, con su mejor intención, el Gobierno del Sr. Sánchez no ha hecho sino poner uno más.

“El bienestar de las personas en particular siempre ha sido la coartada de los tiranos”. Albert Camus

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