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Jesús Fernández-Villaverde

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El futuro demográfico de la humanidad: los cambios sociales

Por ser el futuro incierto, uno tiene que ser más cuidadoso que nunca y considerar todos los escenarios. Y en España no estamos pensando en detalle sobre nuestro futuro demográfico

Foto: Una pareja pasea por Oviedo. (EFE)
Una pareja pasea por Oviedo. (EFE)

En las dos entradas anteriores de esta miniserie sobre el futuro demográfico de la humanidad, he explicado cómo la población humana llegará, con alta probabilidad, a un pico entre 2050 y 2060, para empezar a caer a partir de ese momento, y cómo esta caída acarreará ciertos retos económicos importantes que pondrán en riesgo el mantenimiento del estado del bienestar o el crecimiento de la productividad. En esta entrada final de la trilogía demográfica esbozaré algunas consecuencias que pueden atisbarse sobre cuestiones fundamentales para nuestra sociedad actual, como son la familia o la vivienda.

La tarea, sin embargo, es delicada. Como sociedad, estamos aventurándonos por caminos nunca transitados. Lo que finalmente acontezca nos sorprenderá, por lo que los párrafos siguientes han de entenderse más como conjeturas razonables que como predicciones detalladas.

Pero, antes de entrar en estas conjeturas, resulta clave apuntar que la caída de la población va a acompañarse de un envejecimiento de la misma, causado por un incremento de la esperanza de vida. Aunque en la discusión pública la caída de la fertilidad y el envejecimiento de la población suelen mezclarse en un fenómeno conjunto de cambio demográfico, son dos asuntos diferentes. Una sociedad puede sufrir una caída de la población sin envejecimiento (como ocurrió durante la antigüedad tardía en Occidente), mientras que, de manera contraria, podemos tener un envejecimiento con una fertilidad estable. Sin embargo, la caída de la fertilidad y el envejecimiento son consecuencias que suelen reforzarse mutuamente. Déjenme que me explique.

Si usted tiene 77 años, ya ha vivido más que cualquiera de los monarcas españoles desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII

En mi clase de grado de Historia Económica de Estados Unidos siempre resalto que los abuelos fueron “inventados” en Nueva Inglaterra a finales del siglo XVIII. Pongo la palabra 'inventados' entre comillas porque no me refiero a los abuelos como figura biológica (desde el principio de la humanidad, todos hemos tenido abuelos), sino como categoría social clave en las relaciones familiares. La razón es sencilla: una combinación de un alto nivel de renta per cápita (Nueva Inglaterra a finales del siglo XVIII era la región más rica del planeta y, además, con una distribución de renta relativamente igualitaria) con un clima poco favorable a las enfermedades infecciosas más comunes de la época (frio pero no excesivo en invierno y calor moderado en verano) generó que, por primera vez en la historia, un porcentaje alto de personas sobrevivieran los suficientes años para involucrase en la vida de sus nietos. La idea de qué era un 'abuelo' y cómo tenía que comportarse en relación con sus nietos se fue extendiendo al resto de Estados Unidos y Europa a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX, según la esperanza de vida también crecía en estas regiones.

Un simple ejemplo de cómo la baja esperanza de vida en tiempos pasados impedía la aparición del 'abuelo' es analizar la edad que tenían los monarcas españoles cuando fallecieron, desde los Reyes Católicos a Alfonso XIII, el último rey muerto. Dado que hombres y mujeres tienen esperanzas de vida diferentes, miremos primero la edad de los reyes de España a su muerte. Fernando el Católico: 63 años; Felipe I: 28 años; Carlos I: 58 años; Felipe II: 71 años; Felipe III: 42 años; Felipe IV: 60 años; Carlos II: 38 años; Felipe V: 62 años; Luis I: 17 años; Fernando VI: 46 años; Carlos III: 72 años; Carlos IV: 70 años; Fernando VII: 48 años; Amadeo I: 44 años; Alfonso XII: 27 años; Alfonso XIII: 54 años (sí, me he saltado José I, que nunca fue reconocido por las Cortes; tenía 76 años cuando falleció). La edad de muerte de las reinas fue: Isabel la Católica, 53 años; Juana I, 75 años; Isabel II, 73 años. En comparación, Juan Carlos I, que ya ha disfrutado de las ventajas de la medicina moderna, está a unos días de cumplir 84 años, una edad madura, pero en absoluto excepcional en los países avanzados en 2021. Pensémoslo de esta manera: si usted tiene 77 años, ya ha vivido más que cualquiera de los monarcas españoles desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII.

A esta observación le tenemos que añadir que, en Europa Occidental, el matrimonio a partir de la baja Edad Media era relativamente tardío

Observar la edad con la que fallecieron nuestros reyes resulta interesante porque, estando en el culmen de la pirámide social, siempre han tenido acceso a los mejores médicos, comida y condiciones de vida. Mientras que el estrés causado por su cargo puede explicar la muerte temprana de Carlos I, poco justifica la corta vida de Luis I o Fernando VII. Además, y en comparación con otras monarquías europeas, ningún monarca español ha sido asesinado (aunque las circunstancias de la muerte de Felipe I fueron un poco raras y al pobre Carlos II lo “mataron” las demenciales políticas matrimoniales de sus abuelos y bisabuelos).

Es decir, que llegar a los 60 años era ya un logro para la inmensa mayoría de la población (la esperanza de vida era mucho más baja, alrededor de 40 años, pero esta esperanza estaba lastrada por la altísima mortalidad infantil). A esta observación le tenemos que añadir que, en Europa Occidental, el matrimonio (más allá de las élites aristocráticas) a partir de la baja Edad Media era relativamente tardío, con novios cerca de los 25 o 26 años y novias entre los 23 y 24 (esto se llama el modelo europeo de matrimonio).

Foto: Foto: EFE. Opinión
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Es decir, que si un hombre se casaba con 25 años y el primer hijo nacía con 26 años (el porcentaje de hijos nacidos antes del matrimonio o menos de nueve meses desde el mismo era reducido), el primer nieto solo podía llegar cuando uno rozara los 52 años (y esto asumiendo que el primogénito sobrevivía lo suficiente como para tener un hijo, algo que, con mucha probabilidad, no ocurría). La vida de la gran mayoría de la gente no era lo suficientemente larga como para ver más que al primer par de nietos y estar en contacto con ellos, a lo sumo, unos pocos años. Los abuelos eran figuras distantes, con las que uno apenas se relacionaba o a las que no llegaba a conocer nunca.

Hoy, cuando es fácil llegar a los 90 años, uno puede tener un hijo con 30 años, un nieto con 60 y ver a sus primeros bisnietos. Las consecuencias de este cambio en las relaciones intergeneracionales, en especial en un ambiente de baja fertilidad, son tremendas. Muchos niños crecen rodeados de un alto número de adultos, pero con muy pocos niños en su entorno familiar. En China, por ejemplo, es un tópico hablar de los “pequeños emperadores”: cuatro abuelos, dos padres, un hijo. Los hijos disfrutan de una cómoda vida con seis adultos alrededor de ellos y ningún “competidor”. Son monopolistas de los servicios emocionales de vástagos. Aún recuerdo la pregunta que me formuló un compañero chino de doctorado en Estados Unidos, ya producto de la política del hijo único, al enterarse de que yo venía de una familia numerosa: “¿Qué se siente al tener un hermano?”.

Cuatro abuelos significan, en muchas familias, dos pisos en herencia, y dos padres, otro piso adicional

La idea de tener varios hermanos le parecía tan diferente de su experiencia vital (y de toda la gente que había conocido en China en su generación) que la foto de mis hermanos que vio en mi piso le fascinaba. ¿Es de extrañar que los problemas de socialización de muchos adolescentes sean más altos que en el pasado, en especial cuando abandonan el hogar familiar? ¿O en la dificultad de crear redes de apoyo intrageneracionales?

Pero pensemos en consecuencias más concretas de esta pirámide invertida de relaciones sociales. Cuatro abuelos significan, en muchas familias, dos pisos en herencia, y dos padres, otro piso adicional. Es decir, hay una clara expectativa de una gran transferencia de riqueza en el futuro. Pero, a la vez, tal herencia puede retrasarse muchas décadas. ¿Qué efectos tendrán estas grandes pero tardías herencias sobre la oferta de trabajo, el ahorro y la inversión en los jóvenes actuales? Una peligrosa combinación de promesa golosa y espera interminable que podemos llamar el 'síndrome Carlos de Inglaterra'.

A la vez, los jóvenes, con razón, me responderán que poco consuelo encuentran en haber recibido estas atenciones de los adultos o pensar en herencias futuras cuando todos los escalones sociales están “copados” por las generaciones anteriores. De nuevo, lo más fácil es ver esto con un ejemplo. Pensemos en las empresas de profesionales liberales (bufetes de abogados, consultoras, auditoras) o la docencia universitaria, carreras que históricamente han sido una oportunidad, no perfecta pero tampoco nimia, de avance social para muchos. Cuando los abogados o catedráticos se retiraban o fallecían con unos 60 años, se abrían las puertas a la promoción de los que venían detrás en el escalafón. Hoy, uno ve constantemente a abogados o catedráticos con 75 años (por ejemplo, en los países donde la jubilación no es obligatoria) todavía en el auge de sus facultades laborales. Y, mientras que la sociedad en su conjunto y estos profesionales de más edad salen ganando, al disfrutar de muchos años adicionales de productividad, es innegable que esto también provoca “atasco” entre los que vienen detrás.

Foto: Un recién nacido. (EFE)

Si a esta longevidad le añadimos que las posiciones en las empresas de profesionales liberales y docencia universitaria se irán reduciendo según vaya cayendo la población (necesitamos muchísimos menos catedráticos en un país en el que nacen 300.000 niños al año que un país en el que nacen 900.000, por mucho que incrementemos el porcentaje de estudiantes universitarios en cada cohorte), podemos entender mucho mejor la ansiedad de muchos jóvenes que se preguntan cuándo tendrán las oportunidades que tuvieron sus padres y abuelos. ¿Es de extrañar, pues, que muchos de estos jóvenes respondan a esta falta de claridad sobre su futuro retrasando la formación de nuevas familias y teniendo muchos menos hijos?

Todo esto se complica mucho más cuando, además, nos damos cuenta de que estos cambios no van a distribuirse de manera uniforme en el territorio, incluso aunque nos concentremos en un solo país como España.

Con la fertilidad actual y unas hipótesis razonables de emigración, es muy probable que España pierda en torno a 10 o 12 millones de habitantes durante las próximas décadas. Como ya he explicado en otras ocasiones, el juego electoral, por muchos motivos, no va a permitir unos niveles de emigración tan altos como para mantener la población actual (esta predicción es independiente de mis preferencias personales con respecto al nivel óptimo de emigración para España). El problema es que esos 10 o 12 millones de habitantes no van a desaparecer de Madrid o de la costa mediterránea, van a desaparecer del resto del país.

Todavía no me he encontrado a ningún estudiante que me haya dicho que su sueño es vivir en el interior de Pennsylvania

Madrid va a seguir disfrutando de dos ventajas que comparte con otras grandes urbes del planeta. La primera es la que ofrece vivir en una gran ciudad, que genera unas ganancias de productividad mucho más altas que en décadas pasadas, fenómeno que los economistas todavía no entendemos muy bien, pero que está abrumadoramente documentado.

La segunda es que dispone de una potentísima oferta de bienes de ocio (restaurantes, bares, teatros, eventos deportivos), unos bienes muy demandados por las generaciones más jóvenes, y en los que las grandes ciudades disfrutan de una tremenda ventaja comparativa, ya que no se puede distribuir por internet: se puede teletrabajar, pero el “telebar” no es lo mismo que el bar en persona. Además, estos bienes de ocio son complementarios con tener pocos hijos: es mucho más fácil ir a un restaurante de moda cuando no se tienen hijos que cuando hay que cuidar a cuatro muchachos en casa. Muchos de mis estudiantes en la universidad me cuentan que su sueño es vivir en Brooklyn o San Francisco. Todavía no me he encontrado a ningún estudiante que me haya dicho que su sueño es vivir en el interior de Pennsylvania (y eso que es una región preciosa desde el punto de vista de belleza natural).

La costa mediterránea va a atraer más y más población porque, cuando nos hacemos viejos o ricos, por norma general, nos gusta irnos al calor. De nuevo, en Estados Unidos he oído a muchos banqueros de inversión o abogados de éxito decirme que están ahorrando para comprase una casa en Santa Bárbara, pero todavía no me he encontrado con nadie que esté ahorrando para mudarse a Dakota del Norte (y eso que el estado cuenta con parques nacionales espectaculares). Lo mismo hay alguna persona por ahí soñando con Dakota del Norte, pero claramente no es la norma. Las consecuencias de esta despoblación acelerada de muchas regiones se notarán en todos los ámbitos. Primero, y de manera automática, en el juego político.

¿Cómo será la política española? ¿Qué efectos tendremos sobre el sistema de partidos y las coaliciones gobernantes?

Las circunscripciones electorales de la cornisa cantábrica eligieron a 63 diputados en las primeras elecciones democráticas de 1977 (27 en Galicia, 10 en Asturias, cinco en Cantabria, 21 en el País Vasco). En las elecciones de noviembre de 2019, la cornisa cantábrica eligió a 53 diputados (23 en Galicia, siete en Asturias, cinco en Cantabria, 18 en el País Vasco). Hemos pasado de una situación en 1977, cuando un partido tenía que conseguir un resultado relativamente decente en el norte de España para poder formar Gobierno en Madrid, a una situación donde es factible electoralmente prestar una atención mínima a la región. Con la distribución actual de escaños en el Congreso de los Diputados, la reconversión industrial de los años 80 del siglo XX, que favoreció principalmente a Asturias y Vizcaya, en detrimento de Sagunto, habría sido bien distinta.

En comparación, Madrid ha pasado de 32 diputados en 1977 (uno menos que Barcelona, que tenía 33) a 37 (mientras que Barcelona ha perdido uno, y dispone de 32 en la actualidad). Así se entiende mucho mejor el poder relativo de Ayuso en el PP.

Aventuremos, por un momento, que en unos 20 o 30 años nos encontremos con una cornisa cantábrica con 40 diputados, Barcelona con 28 y Madrid con 45. ¿Cómo será la política española? ¿Qué efectos tendremos sobre el sistema de partidos y las coaliciones gobernantes?

Aquí debemos recordar que este cambio en la distribución de escaños interactuará de manera perversa con nuestra ley electoral. Con un mínimo de dos escaños por provincia, el peso relativo del voto de cada ciudadano en Madrid o Barcelona frente a las provincias muy despobladas irá cayendo, lo que causará agravios cada vez más fuertes, por un lado, y una defensa numantina del sistema actual, por el otro. Además, agravará la esquizofrenia del sistema electoral. Madrid, con 37 diputados, ya eligió en 2019 parlamentarios por un sistema proporcional casi puro (a partir de 25 diputados las diferencias entre un sistema de proporcionalidad pura y un sistema D’Hondt son triviales, lo que importa es el mínimo de votos para entrar en el reparto y ese puede ser alto o bajo con ambos sistemas). Todas las provincias con dos o tres diputados están, en la práctica, en sistema cuasimayoritario. La vida política no puede aguantar estas contradicciones internas en el largo plazo.

Foto: Varias personas observan a un bebé en un hospital en Taiyuán, provincia de Shanxi, China. (Reuters)

Una segunda consecuencia es que muchas provincias empezarán a encontrarse con problemas para suministrar bienes públicos básicos, como universidades u hospitales, que requieren de ciertos tamaños mínimos para operar con una eficiencia razonable. En la provincia de León, en 2020, hubo 2.278 nacimientos. Imaginémonos que el 60% de los nacidos en la provincia en 2020 van a la universidad en 2038 y que el número de estudiantes que salen de la misma a estudiar en otras provincias o el extranjero es igual a los estudiantes que llegan de otras provincias o el extranjero (ambos supuestos son optimistas, en especial cuando sea más fácil entrar en las universidades de las grandes ciudades como consecuencia de la caída de la fertilidad). Esto nos dice que la Universidad de León tendrá 1.367 alumnos de nuevo ingreso en 2038. Con ese tamaño, es casi imposible mantener abierta una universidad de calidad a un coste razonable.

Esto generará, casi seguro, muchísimo descontento en León. Pero ¿qué podrá hacer el consejero de educación de Castilla y León en 2038 con ese panorama demográfico? ¿De dónde sacará el dinero para financiar la Universidad de León? Algunos políticos locales intentarán organizar movimientos políticos, al estilo Teruel Existe o alguna de las iniciativas que hemos visto crecer con pujanza durante las últimas semanas. Pero ¿me puede decir alguien qué remedio existe al vaciado del territorio si hemos reducido la población en 10 o 12 millones de personas? ¿Construir más autopistas o nuevos AVE? Como le he repetido mil veces a mis familiares en Asturias, el AVE a Oviedo a partir de 2023 significará, más que nada, que es más fácil que nunca ser asturiano y vivir en Madrid o ir a pasar el día de compras a Serrano en Madrid en vez de comprar en la calle Uría en Oviedo.

Aunque sea una herejía decirlo y atente contra el discurso oficial de décadas en España, el valor añadido neto para el Principado del AVE será negativo. ¿Poner fibra óptica de última generación? Pues algo ayudará para ver Netflix con más calidad (algo no desdeñable), pero el que quiera trabajar en una tecnológica va a seguir mudándose a Londres o Madrid. ¿El teletrabajo? De acuerdo, pero ya he argumentado que el principal atractivo de las grandes ciudades para la mayoría de los jóvenes es el ocio, no los trabajos.

Nos encontraremos con cientos y cientos de pisos en 2040 o 2050 que nadie va a querer y que empujarán los precios al mínimo

Finalmente, nos encontraremos con un cambio radical del precio de la vivienda. Volvamos al caso de León y recordemos sus 2.278 nacimientos en 2020. La provincia tiene ahora, redondeando, unos 462.000 habitantes. En la primera entrada de esta serie expliqué que la “regla de 85” nos daba una aproximación rápida de dónde estaría la población en el largo plazo de un territorio si los nacimientos se mantuviesen al nivel actual. Si multiplicamos 85 por 2.278 nos salen 194.400 personas, un 60% menos que la población actual. Sí, habrá algo de emigración a León de extranjeros, pero los nacimientos irán cayendo, pues la tasa de fertilidad en la provincia está muy por debajo de la de reemplazo y, como he argumentado antes, muchos leoneses se mudarán a grandes ciudades. Pongamos, solo por simplificar, que estos dos flujos se compensan. Con un 60% menos de población, ¿quién va a ocupar el 60% de las viviendas actuales?

Algunas viviendas desaparecerán (derribos o ruinas en los pueblos más pequeños, los malos pisos construidos en el 'boom' urbanístico de los 60 del siglo pasado se abandonarán), otras serán transformadas en segundas viviendas y, finalmente, con familias más reducidas, el número medio de personas por vivienda caerá algo. Pero, aun descontando estos efectos, nos encontraremos con cientos y cientos de pisos en 2040 o 2050 que nadie va a querer y que empujarán los precios al mínimo.

De nuevo, la tensión más grande vendrá no tanto de la caída del precio de la vivienda, sino la desigualdad en la evolución de precios. Los precios de los pisos en el Barrio Salamanca en Madrid no caerán (a menos que haya un cambio dramático en los patrones de trabajo y ocio, algo que no podemos descartar, pero que creo que es poco probable).

Si se mantienen las tendencias actuales, en 2040, un piso en la calle de Lagasca en Madrid será mucho más atractivo que en 2021

Si se mantienen las tendencias actuales, en 2040, un piso en la calle de Lagasca en Madrid será mucho más atractivo que en 2021. Pero un piso en Astorga va a tener muy mala salida en 2040. Y quien dice un piso en la calle de Lagasca también dice una casa en Marbella o un apartamento en Sotogrande; y quien dice un piso en Astorga también dice un chalé en Ciudad Rodrigo o un adosado en Benavente. Aquellas familias con activos inmobiliarios en el primer conjunto de localizaciones disfrutarán de importantes ganancias de capital y las familias con activos inmobiliarios en el segundo conjunto de localizaciones sufrirán.

Y, si este panorama le preocupa, querido lector, y quiere proponer una solución, solo le pido que se pregunte si esta solución funcionará con una reducción de la población de 10 o 12 millones y dadas las preferencias de la mayoría de los jóvenes.

Termino aquí. En estas tres entradas he escrito casi 10.000 palabras sobre la evolución demográfica de la humanidad. Explicar todas las ideas en las entradas con detalle, presentar muchos más números y justificar la evidencia empírica me ocuparía fácil un libro entero de 250 páginas. Lo dejaremos para otra ocasión. A la vez, de manera repetida he intentado ser cuidadoso y resaltar que la sociedad es un sistema complejo que cambia de manera inesperada. Bien pudiera ser que todo lo que he dicho se quede en aguas de borrajas en una década. Pero argumentar que como el futuro es incierto uno no debe de hacer nada al respecto o no preocuparse por las tendencias actuales es un argumento falaz. Precisamente, por ser el futuro incierto, uno tiene que ser más cuidadoso que nunca y considerar todos los escenarios. Y en España no estamos pensando en detalle sobre nuestro futuro demográfico.

En las dos entradas anteriores de esta miniserie sobre el futuro demográfico de la humanidad, he explicado cómo la población humana llegará, con alta probabilidad, a un pico entre 2050 y 2060, para empezar a caer a partir de ese momento, y cómo esta caída acarreará ciertos retos económicos importantes que pondrán en riesgo el mantenimiento del estado del bienestar o el crecimiento de la productividad. En esta entrada final de la trilogía demográfica esbozaré algunas consecuencias que pueden atisbarse sobre cuestiones fundamentales para nuestra sociedad actual, como son la familia o la vivienda.

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