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La inoportuna decisión del BCE sobre sus objetivos de inflación
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Juan Ramón Rallo

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La inoportuna decisión del BCE sobre sus objetivos de inflación

La histórica decisión del BCE no solo es cuestionable desde el punto de vista del fondo, sino también de las formas

Foto: Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo. (EFE)
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo. (EFE)
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El Banco Central Europeo ha acordado revisar sus objetivos de inflación: en lugar de aspirar a una inflación cercana, pero por debajo, al 2% anual, buscará alcanzar esa tasa del 2% y lo buscará, además, como propósito de medio plazo: dicho de otro modo, no reaccionará inmediatamente (subiendo o bajando los tipos de interés) por el mero hecho de que algunos años la inflación se ubique por encima o por debajo de ese objetivo. Por tanto, y en román paladino, el BCE se volverá más tolerante que hasta ahora con las desviaciones temporales de la inflación: tardará más en reaccionar ante ellas restringiendo la oferta monetaria.

En principio, se trata de un cambio de regla monetaria similar a la aprobada hace algunos meses por la Reserva Federal en EEUU —inflación promedio del 2% a medio plazo, no inflación del 2% cada año—, pero algo más estricta. Y, como en el caso de EEUU, tiene problemas de arbitrariedad similares: en esencia, que reduce la previsibilidad de las decisiones de la autoridad monetaria. ¿Cuántos años permitirá el Banco Central Europeo que la inflación se desvíe con respecto al objetivo del 2%? En lugar de evolucionar ante un marco institucional en que la política monetaria se basa en reglas más anticipables, nos movemos hacia marcos mucho más discrecionales: los banqueros centrales serán quienes decidan, a partir de ahora, cuándo la inflación se habrá desviado demasiado de su obligación estatutaria como para empezar a actuar, con lo que la misión de los inversores pasará a ser más que nunca la de anticipar el oráculo indescifrable de los banqueros centrales.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE)

Pero es que, además, este cambio de objetivos —aun cuando uno pudiera ser favorable al mismo— no ha podido llegar en un peor momento. Tal como ya tuvimos ocasión de explicar hace unas semanas, las anómalamente altas tasas de inflación actuales podrían terminar descontrolándose si los inversores temen que los bancos centrales hayan dejado de priorizar la preservación del valor de mercado de sus pasivos anteponiendo a ella la financiación en condiciones laxas de los Estados: técnicamente, que hayamos pasado de un régimen de dominancia monetaria a uno de dominancia fiscal. Personalmente, tiendo a pensar que ese cambio de régimen no se ha producido y que, si la inflación se desbocara de un modo considerable y persistente, los bancos centrales responderían con contundencia aun cuando ello generara problemas económicos para familias y empresas, así como problemas financieros para los gobiernos.

Foto: Christine Lagarde. (EFE)

Pero ¿qué pasaría si este cambio de reglas es interpretado por los mercados como una excusa para justificar, dentro de la apariencia de que seguimos dentro de un régimen de dominancia monetaria, que no se deban incrementar los tipos de interés durante los próximos años en beneficio del presupuesto estatal? O, en otras palabras, ¿qué pasaría si este cambio de reglas se interpreta como un intento de ocultar que estamos transitando hacia un régimen de dominancia fiscal, donde el banco central permite pasivamente que la inflación se desboque para atender a las necesidades de financiación de los Estados? Pues que, entonces, podríamos asistir a una profecía autocumplida: reducción de la demanda global de euros (por su menor calidad) y, en consecuencia, inflación generada desde el lado monetario en lugar de desde el lado real (que es desde donde hasta la fecha han procedido las mayores tensiones inflacionistas).

Podría generar la apariencia de que los banqueros centrales irán modificando las normas sobre la marcha

En definitiva, la histórica decisión del BCE no solo es cuestionable desde el punto de vista del fondo (¿es preferible incrementar el grado de discrecionalidad de los banqueros centrales hasta volver sus decisiones futuras mucho menos anticipables?) sino también de las formas (¿es el primer conato serio de inflación durante los últimos 13 años el mejor momento para mandar a los mercados el mensaje de que, aunque nos sigue preocupando la inflación, vamos a despreocuparnos temporalmente de ella?). Si se hubiera adoptado hace meses, o años, no habría sido tan problemática: ahora, podría generar la apariencia de que los banqueros centrales irán modificando las normas sobre la marcha para no verse sometidos a ninguna norma.

El Banco Central Europeo ha acordado revisar sus objetivos de inflación: en lugar de aspirar a una inflación cercana, pero por debajo, al 2% anual, buscará alcanzar esa tasa del 2% y lo buscará, además, como propósito de medio plazo: dicho de otro modo, no reaccionará inmediatamente (subiendo o bajando los tipos de interés) por el mero hecho de que algunos años la inflación se ubique por encima o por debajo de ese objetivo. Por tanto, y en román paladino, el BCE se volverá más tolerante que hasta ahora con las desviaciones temporales de la inflación: tardará más en reaccionar ante ellas restringiendo la oferta monetaria.

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