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¿Consiguió el comunismo chino acabar con las desigualdades?
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Juan Ramón Rallo

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¿Consiguió el comunismo chino acabar con las desigualdades?

Los hijos o los nietos de esas élites decapitadas no deberían poseer ningún tipo de ventaja competitiva frente al resto de la población. Pero ¿realmente es así?

Foto: La bandera de China. (EFE/Mark R. Cristino)
La bandera de China. (EFE/Mark R. Cristino)
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¿Cuál es el origen de las desigualdades socioeconómicas? Una (simplista) explicación habitual es que estas se deben meramente a diferencias patrimoniales de partida: los hijos de los ricos tienden a ser más ricos que los hijos de los pobres, de modo que la brecha entre ambos no se cierra o incluso puede llegar a abrirse. Pero si las desigualdades actuales son fruto de las desigualdades históricas, ¿cómo se originaron esas desigualdades históricas que todavía persisten hoy? En este punto, entraríamos en un terreno más especulativo, pero podríamos remitirnos a la violencia (la apropiación originaria de medios de producción), las conexiones políticas (lo que no dejaría de ser otra forma de violencia) o el mero azar.

Si la teoría sobre que las desigualdades presentes son meramente fruto de la desigualdad patrimonial pasada (recalco el 'meramente', puesto que pocos rechazarán que ese factor tenga su influencia), entonces si practicáramos la tabla rasa dentro de una sociedad, si colocáramos forzosamente a todo el mundo en la casilla de salida, la desigualdad debería desaparecer o, al menos, debería dejar de reproducirse entre las familias que originariamente eran ricas y las que originariamente eran pobres (esto es, acaso resurjan ciertas desigualdades, pero deberían estar totalmente descorrelacionadas de la estructura de desigualdades pre tabla rasa).

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, conversa con el titular de la cartera de Agricultura, Luis Planas. (EFE/Mariscal) Opinión
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Pues bien, a lo largo de la historia ha habido diversos 'experimentos' con estas características: siempre que se produce una revolución 'antisistema' (por ejemplo, una revolución socialista) suficientemente prolongada, nos hallamos ante un escenario de tabla rasa social. Las antiguas élites son derrocadas, sus propiedades confiscadas y sus posiciones sociales degradadas. Por consiguiente, los hijos o los nietos de esas élites decapitadas no deberían poseer ningún tipo de ventaja competitiva frente al resto de la población. Pero ¿realmente es así?

Uno de los últimos trabajos del gran Alberto Alesina se dirigió precisamente a analizar los efectos del maoísmo sobre la estructura intergeneracional de la desigualdad en China. Recordemos que el maoísmo supuso un fortísimo 'shock' político, económico y social para el país: no solo ejecutó una reforma agraria que redistribuyó masivamente la tierra, sino que lanzó una Revolución Cultural, que suprimió todas las reminiscencias del viejo orden burgués (incluso del viejo orden maoísta de la década de los cincuenta). Me evito hablar de toda la destrucción personal, material y cultural que ambos procesos conllevaron. ¿Qué sucedió con la desigualdad durante y después de esos grandes reseteos sociales?

Foto: Panel de cotizaciones en una calle de Hong Kong. (Reuters)

De acuerdo con la investigación de Alesina y sus coautores, los hijos de las 'élites económicas' (por categorizarlas de algún modo), que antes del maoísmo obtenían ingresos un 20% superiores a los del resto de la sociedad y que poseían una probabilidad un 11% superior de completar la educación secundaria, sufrieron enormemente durante la etapa maoísta: sus ingresos pasaron a ser un 5% inferiores a los del resto de la sociedad y su probabilidad de completar los estudios de secundaria también se ubicó entre un 5% y un 10% por debajo de la del resto de la sociedad.

Sin embargo, concluida la represión y restablecidas ciertas libertades civiles y económicas tras el maoísmo, esas desigualdades reemergieron. Así las cosas, en la etapa actual, los nietos de las élites premaoístas vuelven a obtener unos ingresos un 15% superiores a los del resto de la sociedad y la probabilidad de completar los estudios de secundaria vuelve a ser unos 10 puntos superior a la del resto. Por consiguiente, pese a la tabla rasa institucional, pese a haber colocado a todos en la casilla de salida, las desigualdades han reemergido y lo han hecho, además, entre los mismos grupos sociales que antes del reseteo.

Todo lo cual acaso nos indique algo acerca de la persistencia de la desigualdad en la sociedad: que esta no tiene un origen meramente patrimonial, sino también individual o familiar. Tal vez haya personas más propensas a ahorrar, a emprender o a asumir riesgos que otras; o tal vez algunas familias tiendan a transmitir con mayor insistencia esos valores que otras. De ser así, la desigualdad podría ser en parte explicable por un cierto capital personal, familiar o social que políticamente no podría expropiarse o redistribuirse ni siquiera con procesos revolucionarios tan salvajes y liberticidas como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural. Y los intentos por expropiarlo o redistribuirlo solo nos conducirían a brutales cercenamientos de las libertades individuales y al sonoro fracaso social.

¿Cuál es el origen de las desigualdades socioeconómicas? Una (simplista) explicación habitual es que estas se deben meramente a diferencias patrimoniales de partida: los hijos de los ricos tienden a ser más ricos que los hijos de los pobres, de modo que la brecha entre ambos no se cierra o incluso puede llegar a abrirse. Pero si las desigualdades actuales son fruto de las desigualdades históricas, ¿cómo se originaron esas desigualdades históricas que todavía persisten hoy? En este punto, entraríamos en un terreno más especulativo, pero podríamos remitirnos a la violencia (la apropiación originaria de medios de producción), las conexiones políticas (lo que no dejaría de ser otra forma de violencia) o el mero azar.

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