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¿Deberían toparse las hipotecas?
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Juan Ramón Rallo

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¿Deberían toparse las hipotecas?

Si las personas no se responsabilizan de lo que firman, entonces solo hay a largo plazo una respuesta razonable: impedir que firmen aquello de lo que no se quieren responsabilizar

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A quienes nos horroriza la transformación de plazos, esa imprudente práctica financiera consistente en endeudarse a corto plazo e invertir a largo plazo, las hipotecas a tipo de interés variable no dejan de parecernos una anormalidad que dentro de un marco institucional con incentivos menos perversos probablemente ni existiría. Las entidades financieras que se preocuparan seriamente por proteger su liquidez emitirían deuda a largo plazo —cédulas hipotecarias—, a un determinado tipo de interés fijo, y con esa financiación ya cerrada a largo plazo, otorgarían un préstamo hipotecario cobrando un margen (igualmente fijo) sobre el interés que pagan por las cédulas.

Sin embargo, en el mundo actual, donde se incentiva institucionalmente el deterioro de la liquidez de los bancos, las entidades crediticias otorgan la financiación hipotecaria sin tener ellas mismas cerrada su financiación a largo plazo, todo lo cual las aboca a tener que buscar continuamente refinanciación —o, al menos, a estar en disposición de hacerlo— sobre parte del crédito hipotecario que han otorgado y, en consecuencia, a exponerse a los cambios en las condiciones de financiación del mercado. Un banco puede tener que acudir al mercado interbancario a captar reservas sobre aquella porción de sus pasivos a corto plazo que venzan en favor de otras entidades o, bajo el presente modelo de reservas amplias, puede tener que desprenderse de reservas que están siendo provechosamente remuneradas en el banco central. Todo lo cual introduce un riesgo de interés para la entidad: el riesgo de tener que incorporar un pasivo más costoso a su balance o el riesgo de tener que desprenderse de un activo rentable de su balance.

Foto: Ione Belarra y Yolanda Díaz, en una imagen de archivo. (EFE/Rafa Alcaide)

La cuestión, pues, es quién soporta ese riesgo de interés dentro del actual modelo de banca basado en el descalce de plazos: o lo soporta el banco (en las hipotecas a tipo de interés fijo pero no financiadas con deuda a largo plazo) o lo soporta el hipotecado (en las hipotecas a tipo de interés variable). Sentado lo anterior —a saber, que deberíamos ver como irregular el que gran parte del balance de la banca esté expuesto al riesgo de interés y que ello solo ocurre en la práctica por las salvaguardas de liquidez que introducen los bancos centrales—, lo que uno debe plantearse es si tiene sentido que aquellos clientes que contrataron una hipoteca a tipo de interés variable se estén quejando ahora —y reclamen la correspondiente protección del Estado— por el hecho de que el coste de sus hipotecas esté variando al alza.

Y la respuesta que se deriva del sentido común más elemental es que no, no lo tiene. Si uno no quería exponerse al riesgo de que los tipos de interés subieran, lo que debería haber hecho es contratar una hipoteca a tipo fijo. Por supuesto, ello habría requerido que, durante los últimos años en los que el euríbor estuvo a nivel ultrabajos (incluso negativos), esos hipotecados hubiesen pagado cuotas más elevadas de lo que realmente pagaron e incluso puede que algunos de ellos no hubiesen podido permitirse tales hipotecas. Pero si la capacidad de repago de una deuda depende de que el euríbor se mantenga en territorio negativo durante varias décadas, o incluso de que no se eleve al 3,5% (un nivel bastante estándar en términos históricos), entonces tal vez la cuestión es que esas hipotecas jamás deberían haber sido solicitadas ni otorgadas. O, si esa hipoteca ha sido solicitada y otorgada, que se resuelva según contractualmente se ha acordado entre las partes, sin necesidad de recurrir a rescates estatales.

Foto: Varias personas hacen la compra en un mercado madrileño. (EFE/Víctor Casado) Opinión
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Y es que si las personas no se responsabilizan de lo que firman, ni siquiera cuando las contingencias a las que se exponen entran dentro de lo perfectamente esperable, entonces solo hay a largo plazo una respuesta razonable: impedir que firmen aquello de lo que no se quieren responsabilizar. Si la hipoteca a tipo variable se va a convertir por fuerza de la ley en una hipoteca que solo puede variar a la baja y nunca al alza, entonces debería desaparecer como opción de endeudamiento: hipoteca fija según el euríbor promedio esperado a largo plazo para todos. Especialmente para aquellos que prefieran una hipoteca a tipo variable sin querer, o poder, responsabilizarse de las variaciones al alza.

A quienes nos horroriza la transformación de plazos, esa imprudente práctica financiera consistente en endeudarse a corto plazo e invertir a largo plazo, las hipotecas a tipo de interés variable no dejan de parecernos una anormalidad que dentro de un marco institucional con incentivos menos perversos probablemente ni existiría. Las entidades financieras que se preocuparan seriamente por proteger su liquidez emitirían deuda a largo plazo —cédulas hipotecarias—, a un determinado tipo de interés fijo, y con esa financiación ya cerrada a largo plazo, otorgarían un préstamo hipotecario cobrando un margen (igualmente fijo) sobre el interés que pagan por las cédulas.

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