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Laissez faire
Por
Trump: contra la burocracia... ¿y la democracia?
Cuando Trump o Musk cargan contra la burocracia, no solo se refieren a los cuerpos intermedios de la administración federal, sino también a los jueces
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Este pasado jueves, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), el presidente de Argentina, Javier Milei, le entregó una motosierra dorada a Elon Musk. La simbología del gesto era obvia: durante su primer año de mandato, Milei ha luchado contra la burocracia reduciendo el número de empleados públicos, recortando su salario y, sobre todo, desregulando la actividad económica privada de las onerosas y arbitrarias cargas normativas que recaían sobre ella (mención especial en este punto merece la extraordinaria labor que está desarrollando Federico Sturzenegger al frente del Ministerio de Desregulación argentino).
Desde luego, resulta en gran medida ilusionante que los vientos libertarios de Milei impulsen las decisiones del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) a cuyo frente se halla Elon Musk. El potencial reprimido de la economía estadounidense, por culpa de su hipertrofiado sector público y de su desquiciada maraña regulatoria, es enorme y, en consecuencia, desatarlo podría propiciar esa nueva Era Dorada de prosperidad que tanto ha prometido Donald Trump.
De momento, de hecho, el lenguaje de Elon Musk contra la burocracia estadounidense ha sido incluso más beligerante que el empleado por Javier Milei, antes y después de alcanzar la presidencia. Desde el mismísimo Despacho Oval, Musk denunció que EEUU no vive en una democracia —donde prevalezca la "voluntad popular"— sino ante una burocracia, un gobierno de los burócratas. El diagnóstico tiene su ápice de verdad: cuando los cuerpos intermedios del Estado se multiplican, estos terminan desarrollando unas dinámicas e intereses propios que no tienen por qué coincidir en absoluto con los de los electores. Tal como nos demuestra la Escuela de la Elección Pública, la supervivencia y el crecimiento de la burocracia terminan convirtiéndose corporativamente en un fin en sí mismo para los burócratas: la burocracia pasa de ser un instrumento con el que, supuestamente, alcanzar ciertos fines de políticas públicas a convertirse en un organismo autónomo que busca engordar y multiplicarse por entero al margen de los fines para los que fue creada e incluso enfrentándose a todos aquellos que intenten plantarle cara.
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Desde esta óptica, pues, la lucha contra la burocracia constituye un sano horizonte libertario compatible con el adelgazamiento del Estado. Y, al respecto, el Gobierno de Trump ya ha aprobado diversas órdenes ejecutivas que posibilitan una importante poda de esa burocracia: limitar la tasa de reposición del personal público a un puesto por cada cuatro amortizados; diseño de planes de eficiencia para acabar con el personal innecesario o superfluo, y autorización para que el DOGE cierre organismos, observatorios o agencias que resulten inútiles. Hasta aquí, bien en principio: por supuesto, habrá que estar atentos a cómo se implementan todas estas medidas, pero son medidas encaminadas en la buena dirección.
Ahora bien, la retórica de Donald Trump y de Elon Musk en contra de la burocracia —y a diferencia de lo que ocurre con Javier Milei— también parece extenderse a un territorio muchísimo más preocupante para la preservación del Estado de derecho y, por ende, de las libertades individuales. Y es que cuando Trump o Musk cargan contra la burocracia, no solo se refieren a los cuerpos intermedios de la administración federal, sino también a los jueces. En una serie de tuits recientes, Elon Musk ha promovido la destitución de los jueces que no se sometan a la voluntad del pueblo, esto es, a la voluntad de Trump: "Debemos enjuiciar a los jueces que están socavando gravemente la voluntad del pueblo y destruyendo a Estados Unidos. Es la única manera".
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Y acaso los haya que piensen que estoy llevando la equiparación entre "la voluntad del pueblo" y "la voluntad de Donald Trump" demasiado lejos. Pero, por desgracia, no. Tan es así que una de las últimas órdenes ejecutivas firmadas por Trump busca que los funcionarios de la administración federal desobedezcan las resoluciones judiciales cuando estas contraríen los mandatos del presidente de los EEUU:
"El presidente y el fiscal general, sujetos a la supervisión y control del presidente, proporcionarán interpretaciones autorizadas de la ley para la rama ejecutiva. Las opiniones del presidente y del fiscal general sobre cuestiones jurídicas son vinculantes para todos los empleados en el desempeño de sus funciones oficiales. Ningún empleado de la rama ejecutiva que actúe en su capacidad oficial podrá presentar una interpretación de la ley como la posición de los Estados Unidos que contravenga la opinión del presidente o del fiscal general sobre un asunto jurídico, incluyendo, entre otras, la emisión de regulaciones, guías y posturas defendidas en litigios, a menos que el propio presidente o el fiscal general, por escrito, lo autoricen expresamente".
Es decir, Trump pretende que la interpretación de la ley que apliquen los funcionarios sea la que efectúe el propio Trump, no los tribunales. Algo que supone una subversión directa de la separación de poderes: el Ejecutivo no interpreta la ley, sino que aplica la ley tal como la redacta el Legislativo y la interpreta el Judicial.
La retórica de Trump y Musk contra la burocracia se extiende a un territorio mucho más preocupante para el Estado de derecho
El riesgo de autocratización de los EEUU, pues, es un riesgo cierto. La calidad de su democracia lleva años deteriorándose —con el presidente usurpando funciones del Congreso y con el Congreso corrompiéndose ante los poderes fácticos—, pero Trump podría acelerar ese proceso de decadencia republicana —y auge imperial— si logra socavar la autoridad y las competencias de los tribunales estadounidenses. Los checks and balances saltando por los aires.
En suma, la burocracia puede en muchos casos convertirse en un estamento extractivo de la ciudadanía y los llamamientos a racionalizarla —incluso a pasarle la motosierra— han de ser prima facie bienvenidos. Pero no perdamos de vista que esa burocracia —sobre todo si se la define en términos muy amplios— también puede constituir un contrapoder frente a la arbitrariedad del Ejecutivo y, en tal caso, eliminarla o anularla será un modo de facilitar la concentración de poder en las manos del presidente-autócrata. Está por ver si todo el discurso antiburocracia de Trump y Musk representa un genuino rechazo al Estado mastodóntico o, en realidad, solo esconde una treta para justificar su asalto desacomplejado contra la democracia estadounidense.
Este pasado jueves, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), el presidente de Argentina, Javier Milei, le entregó una motosierra dorada a Elon Musk. La simbología del gesto era obvia: durante su primer año de mandato, Milei ha luchado contra la burocracia reduciendo el número de empleados públicos, recortando su salario y, sobre todo, desregulando la actividad económica privada de las onerosas y arbitrarias cargas normativas que recaían sobre ella (mención especial en este punto merece la extraordinaria labor que está desarrollando Federico Sturzenegger al frente del Ministerio de Desregulación argentino).