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Cómo Biden salvó el capitalismo y comprometió al resto del mundo
Es muy probable que la Historia juzgue a Biden y el 'Bidenomics' en su justa medida de audacia y pragmatismo, para el panorama que encontró. Pero están por dirimirse los efectos colaterales de sus propios excesos
Finalmente, el anciano de Delaware con más de cinco décadas de servicio público a su país se ha retirado de la campaña electoral para la presidencia de EEUU que se dirimirá en noviembre. Ha sido una legislatura excepcional e histórica. No solo por el relevo a los cuatro años de Trump (2016-2020), la crisis pandémica y de Ucrania por medio, pero, sobre todo, por la prescripción, la solución política con la que afrontó el legado que recibía.
En concreto, dos vectores estructurales hicieron auténticos estragos en la cohesión del electorado durante las dos décadas anteriores. Un capitalismo dopado en liquidez tras el enconamiento de la política económica en prácticas monetarias no ortodoxas, la participación nuclear de los bancos centrales en la economía y la monetización de déficits fiscales. Y la incorporación de China a la globalización con la consiguiente desindustrialización que laceró la participación del factor trabajo en la renta nacional. Como las cuchillas de una tijera, cortaron la sintonía del electorado con las élites políticas y cementaron el desarraigo y la desigualdad económica.
EEUU, el icono de la sociedad abierta, es ante todo pragmático y no tiene rival a la hora de adaptarse. Fue Biden el que puso en práctica un paquete conjunto de medidas llamado Bidenomics que dio la vuelta al paradigma de la gestión macroeconómica, procuró lo mejor para su gente y —atención ortodoxia— recuperó la salud del sistema financiero dejando atrás la época del dinero gratis y el coste de capital a 0.
Lo cierto es que, con el retrovisor puesto, desde que estalló la crisis de deuda el 2008 han sido 15 años de represión financiera: la participación estructural de bancos centrales en los mercados de deuda para contener el coste del dinero. El solapamiento de políticas monetarias y fiscales con la consiguiente monetización de déficits fue el efecto colateral, bendecido por los Gobiernos. Desde la ortodoxia académica, un auténtico anatema. Comenzaron por necesidad (2008-2011), siguieron por inercia y finalmente adujeron al sistema a la toxicidad, anestesiando el engranaje crítico del capitalismo, el sistema de precios como señales de información sobre el riesgo. La viabilidad de un segmento corporativo de compañías zombis cuyo modelo de negocio nunca sería próspero sin costes financieros cercanos al 0%, otro efecto colateral.
Cuando esa política tiene de parte interesada a los propios tenedores de activos (excluida también la juventud) y a los Gobiernos a los que rescatan, minorando la carga de sus déficits, tanto más conveniente esa deriva continua. Cuando, además, esa política monetaria no ortodoxa pasa a ser disfuncional con tipos de interés por debajo del 2% —trampa de liquidez denunciado por Keynes, "como empujar un cordel"— por inducir mayor ahorro en vez de consumo, quizás hemos hecho un pan con unas tortas.
El nivel de paroxismo monetario ha estado en relación directa inversa con el coste de la alternativa, ajustes fiscales, por el lado de ingresos o gastos, que la acción política se encuentra incapaz de siquiera plantear, ya acometer. El gráfico de abajo muestra el nivel de tipos de interés reales a 10 años en la jurisdicción monetaria por excelencia, EEUU, los últimos 15 años. Se reconocerá como un hecho inopinable, que la vuelta a tipos de interés normalizados abre una nueva época. Son el resultado del Bidenomics.
Biden toma las riendas de la Administración americana en enero del 2021. Confronta el colapso económico pandémico y un déficit presupuestario del 15%. No le tembló la mano. Articuló el mayor estímulo combinado de la historia, cuyo precedente cabe identificar en la época de Roosevelt. Se prodigaron programas fiscales de asistencia a las familias menos pudientes (ARA, APA), estímulos a la inversión (IRA) y una línea de política industrial dirigida a la salvaguarda de los sectores considerados más estratégicos.
Quien crea que un estímulo fiscal del 20% del PIB y un balance de la Fed que dobla en tamaño, no es intencionadamente inflacionario, o es un ingenuo o es ignorante. El 70% de la inflación americana se ha debido al estímulo de la demanda. Y ya hicieron algo parecido en el periodo de la posguerra (1945-55) para reducir deuda.
Se estimula la demanda agregada hasta llevar el crecimiento nominal de la economía al mismísimo límite, el que no desancla las expectativas de inflación, con un triple objetivo: 1/ deflactar la deuda, 2/ recomponer la renta nacional a favor del factor trabajo que sufre crónicamente desde el cambio de milenio, y 3/ sobre todo, sacar el sistema del empantanamiento monetario con efectos colaterales corrosivos para la cohesión del electorado.
Paradójicamente, recuperar el coste de capital hundido al 0% durante más de una década, instrumentalizando la inflación, ha supuesto garantizar la viabilidad del sistema capitalista, en lo que tiene de destrucción creativa. La alocación de recursos seguirá un diagnóstico más realista de riesgos y se abre un mundo de zombis por expurgar. Con esto sí que se acabó la fiesta. Los efectos se notaron en los mercados en 2022, a los que se sobrepuso la emergencia de la IA, pero son de largo plazo.
Los instrumentos de política económica están en correlato directo con el cambio de modelo de globalización hacia la geopolítica. Se prima más la seguridad que la cruda eficiencia ("just in time to just in case") y la defensa del perímetro nacional, sea "el trabajador americano" o la ciudadanía americana, frente a una globalización abierta. El discurso del secretario de Estado, Jake Sullivan, en el Brookings Institution, revela la coherencia del cambio histórico en política económica, exterior e interna. Todo un mismo paquete que sella la nueva era. No será America Great Again, pero no deja de ser America First.
El resto del mundo, debido al peso del dólar en los mercados de capital, sencillamente ha ido a la zaga con mejor o peor rédito. Lo cierto es que el trabajador americano ha sido el único que ha mantenido el poder adquisitivo de su salario frente a la inflación, por comenzar el 2021. En Alemania, corazón económico de Europa y garante último de la arquitectura euro, no dan crédito. Siguen contando las habas sin levantar la cabeza y mirar alrededor. Predicando virtud en vez de practicarla. Pero eso, otra historia.
No todo son luces para Biden, también sombras. La prerrogativa de contar con esa moneda refugio en el sistema financiero internacional y no tener competencia digna de mención, también ha sido objeto de abuso. Sirva de prueba un déficit fiscal del 4,5% en 2022, que se benefició del proceso reflacionista, y que se vuelva a dejar correr hasta el 7-8% actual del 2024, por mero oportunismo político. Con un desempleo en mínimos, una excepcionalidad histórica que contamos aquí.
Es muy probable que la Historia juzgue a Biden y el Bidenomics en su justa medida de audacia y pragmatismo, para el panorama que encontró. Pero están por dirimirse los efectos colaterales de sus propios excesos. Al fin y al cabo, esos tipos de interés están al 5% y son un activo enorme para afrontar lo que venga.
Finalmente, el anciano de Delaware con más de cinco décadas de servicio público a su país se ha retirado de la campaña electoral para la presidencia de EEUU que se dirimirá en noviembre. Ha sido una legislatura excepcional e histórica. No solo por el relevo a los cuatro años de Trump (2016-2020), la crisis pandémica y de Ucrania por medio, pero, sobre todo, por la prescripción, la solución política con la que afrontó el legado que recibía.
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