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Al Grano
Por
Sánchez no es Trudeau, ¡qué le vamos a hacer!
El presidente bracea para mantener su flotabilidad. Agotará la legislatura —dice—, a pesar de la corrupción de cercanías y las desatadas conjeturas sobre unas elecciones
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Es el enésimo de los despropósitos normalizados en la política nacional. Acostumbrados al esperpento nuestro de cada día, ya no le damos mayor importancia al hecho de que la estabilidad del Gobierno dependa de un grupo político que ve a Sánchez como el jefe de una caterva de "negligentes, trileros, gandules, piratas, prepotentes, manipuladores, mentirosos, chantajistas, indecentes, traidores, incumplidores…".
No me lo invento. Está en el diario de sesiones correspondiente al debate y votación del llamado decreto ómnibus del Gobierno que el frente derechista PP-Vox-Junts (música celestial en los oídos de Gabriel Rufián) tumbó la semana pasada.
Con esa retahíla de descalificaciones se dirigió a los socialistas Miriam Nogueras, la desafinada voz del partido de Puigdemont, que es el principal costalero parlamentario de Sánchez, alineado en esta ocasión con el tándem de la derecha-ultraderecha que aparece en las encuestas como alternativa ganadora al vigente Gobierno de coalición PSOE-Sumar.
Este domingo Sánchez se vino arriba entre los militantes canarios. Nada nuevo. Sigue braceando para mantener su flotabilidad. El pregón no cambia. Vende que agotará la legislatura, a pesar de la corrupción de cercanías, las tentaciones escapistas instaladas en la ecuación Frankenstein (todos presionan con sus respectivas exigencias), aunque en su día él mismo dijera que "un Gobierno sin Presupuestos no gobierna nada" y a pesar de que se hayan disparado las conjeturas sobre una inevitable convocatoria anticipada de las elecciones generales.
El primer ministro de Canadá ha renunciado por pérdida de popularidad, frenar el malestar interno y frenar la polarización
La variable decisiva es Carles Puigdemont. Otro farsante que tal baila. También marcado por la sed de flotabilidad. O, lo que es lo mismo, marcado por el miedo a hacerse invisible en Waterloo. El fugado insiste en condicionar su apoyo a que Sánchez se someta a una "cuestión de confianza" para saber si tiene o no tiene respaldo parlamentario que justifique el estribillo de que "hay Gobierno para rato". Pero en la cara B del disco canta el "no es no" a una moción de censura de Feijóo con los votos de Vox.
¿A qué viene entonces una cuestión de confianza que, según esa lógica, Junts apoyaría para evitar la caída de Sánchez?
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Solo hay una respuesta: debilitar a Sánchez, pero no hundirlo, porque débil es más rentable. O sea, estirar sin romper. Y Sánchez lo sabe. De ahí la convicción reinante en la Moncloa de que Junts tampoco quiere elecciones.
Y, por tanto, no las habrá. Aunque se malogre el capital ético e ideológico del PSOE, aunque el reto de la gobernabilidad derive hacia el desgobierno y aunque la confiscación política de las instituciones (medios afines a la Moncloa lo llaman "mensajes de autoridad") sea cada vez más descarada.
Así estamos. Por desgracia para el pueblo soberano, Sánchez no es Trudeau, que a principios de mes anunciaba su renuncia a seguir como primer ministro de Canadá (a la espera de sucesor) por su pérdida de popularidad, para frenar el malestar interno en su partido liberal, poner freno a la polarización y mejorar el funcionamiento del Parlamento.
Hombre, en pérdida de popularidad, malestar interno y polarización, Pedro Sánchez va sobrado, pero en la comparación de sus respectivos egos gana por goleada a Justin Trudeau.
¡Qué le vamos a hacer!
Es el enésimo de los despropósitos normalizados en la política nacional. Acostumbrados al esperpento nuestro de cada día, ya no le damos mayor importancia al hecho de que la estabilidad del Gobierno dependa de un grupo político que ve a Sánchez como el jefe de una caterva de "negligentes, trileros, gandules, piratas, prepotentes, manipuladores, mentirosos, chantajistas, indecentes, traidores, incumplidores…".