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Takoma
Por
Se está rifando… y Sánchez tiene papeletas
Lanzarse contra Goliat a pecho descubierto es una temeridad que solo se puede explicar desde el narcisismo o desde un cálculo electoral de tierra quemada
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A nadie que le dedique más de diez minutos al día a informarse se le puede haber escapado que Donald Trump quiere amedrentar a los Gobiernos y empresas que no le rinden pleitesía. Su manera de entender el poder es cruda y sencilla y no está dispuesto a que se repitan las faltas de respeto que sufrió durante el anterior mandato. Se esfuerza por hacer ver que habrá castigos ejemplarizantes, que está deseando matar a la gallina para asustar a los monos, como dice el proverbio chino.
Por todo ello, la mayoría de los Gobiernos evitan la confrontación y aguantan el chaparrón tratando de pasar como poco desapercibidos. El primer ministro vietnamita, Pham Minh Chinh, lo resumía de manera magistral estos días en Davos: “Si jugar al golf va a beneficiar a mi país y a mi gente, me puedo pasar el día entero jugando al golf si es necesario”.
Y luego está Pedro Sánchez, uno de los pocos gobernantes que no ha escuchado el consejo que repartía gratis Ivan Krastev la semana pasada. Decía que lo más importante para los europeos en estos primeros meses es "evitar hacer alguna estupidez". El presidente español no la hizo en el mitin de un pueblo de Soria, sino en el mismísimo Foro de Davos. O es el político peor asesorado del planeta o está buscando la confrontación directa, provocando a un enemigo a la altura de sus ambiciones para devolver el pulso a las encuestas.
Los Gobiernos europeos tienen el derecho, incluso el deber, de responder a la amenaza que supone la Administración Trump para nuestros intereses y nuestros valores. Pero lo más inteligente es hacerlo mediante una estrategia conjunta y concertada, enunciando nuestra posición con tranquilidad, sin aspavientos. Haciendo algo parecido a lo que hizo Ursula von der Leyen en el mismo escenario de Davos.
Lanzarse contra Goliat a pecho descubierto es una temeridad que solo se puede explicar desde el narcisismo o desde un cálculo electoral de tierra quemada. Porque es verdad que no existe en todo el planeta un agente más eficaz que el naranja a la hora de movilizar y polarizar al electorado contrario. Hay socialistas que fantasean con la escena, con Elon Musk atacando a Sánchez día y noche en X, mientras Trump incluye a España en sus ráfagas semiautomáticas de insultos. Habría incluso una estrategia, combinando la declaraciones de entendimiento mutuo de Albares y los ataques más o menos velados del resto.
El problema es que el segundo mandato de Donald Trump no es el primero de Javier Milei y probablemente la cosa no se quede en unas fintas en el aire. Si el gólem fija su mirada en nosotros, va a encontrar muchos motivos para atacar y muchas maneras de hacer daño. Con Trudeau fuera de circulación, Sánchez es el líder occidental que cumple más requisitos. Es uno de los pocos socialdemócratas europeos en el poder y casi el único al que no han breado. Al menos nada comparable a lo sufrido por Reino Unido, Alemania y Dinamarca, donde no olvidemos que es una presidenta socialista, Mette Frederiksen, la que está respondiendo a las ambiciones de Trump sobre Groenlandia.
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Sánchez representa al partido socialista más fuerte del Parlamento Europeo —junto al italiano— y además es el presidente de la Internacional Socialista. Somos también la potencia europea que con más entusiasmo ha condenado la invasión de Gaza, y la primera en apoyar a Sudáfrica para llevar a Netanyahu ante la justicia internacional. Tenemos una relación especial con Cuba y Venezuela —las obsesiones del nuevo secretario de Estado, Marco Rubio—y el presupuesto en defensa más exiguo de toda la OTAN. Además de una debilidad parlamentaria que nos convierte en la víctima perfecta.
Trump tiene mil maneras de hacernos daño. Algunas son simplemente desagradables, como por ejemplo lanzar una campaña de intoxicación en redes sociales que nos crispe tanto como al Reino Unido de Keir Starmer. Otras pueden costarnos dinero, como los aranceles sobre ciertos productos. Y luego están las realmente dañinas, como la que describe en este artículo Michael Walsh, analista de política exterior americana de la Universidad de Múnich y Stanford:
“Una opción que deberían considerar (EEUU) es reubicar inmediatamente unidades militares seleccionadas de la Estación Naval de Rota (España) a la Base Naval de Ksar Saghir (Marruecos). Eso incluye la empresa Europa del Equipo de Seguridad Antiterrorista de Flotas (FAST). Esa medida tendría claros beneficios (...) enviaría una señal temprana al Gobierno de España de que la asociación estratégica está en peligro de romperse (...) y proporcionaría un mecanismo para ampliar y profundizar la cooperación en materia de seguridad entre Marruecos y Estados Unidos, lo que será necesario si la administración Trump decide abandonar la asociación estratégica con España”.
Como no queremos dar ideas, dejamos a la imaginación del lector las implicaciones que algo así tendría sobre, por ejemplo, la seguridad de Ceuta y Melilla.
A nadie que le dedique más de diez minutos al día a informarse se le puede haber escapado que Donald Trump quiere amedrentar a los Gobiernos y empresas que no le rinden pleitesía. Su manera de entender el poder es cruda y sencilla y no está dispuesto a que se repitan las faltas de respeto que sufrió durante el anterior mandato. Se esfuerza por hacer ver que habrá castigos ejemplarizantes, que está deseando matar a la gallina para asustar a los monos, como dice el proverbio chino.