Apuntes de liderazgo
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Lo esencial del talento
Lo que marca la diferencia entre el desempeño de unas personas y otras es en qué han aplicado su inteligencia, en cómo y hacia dónde han movilizado su talento
Definir la inteligencia en pocas palabras no es tarea fácil. Sus múltiples aristas han ocupado a un montón de investigadores, psicólogos y expertos en la mente. Por hacer un poco de historia, la inteligencia comenzó a identificarse hace un siglo con su propiedad más elemental: la capacidad cognitiva para asimilar, procesar y producir información, comprender y aprender, expresarse y razonar. Es el plano más tangible de la inteligencia y también el más sustituible por la inteligencia artificial, capaz de superar a la mente humana cada vez en más materias, como estamos viendo.
En el año 83, el profesor de Psicología de Harvard e investigador Howard Gardner puso patas arriba el concepto de inteligencia, al fraccionarlo en múltiples manifestaciones y cuestionar su medición tradicional. Así, además de la lingüística y la lógico-matemática —que formaban el 'hit-parade' de la inteligencia medible hasta ese momento—, Gardner otorgaba este mismo status a otras habilidades: la musical, la espacial, la corporal, la naturalista, la intrapersonal y la social. Estas dos últimas serían recogidas años más tarde por Daniel Goleman para elaborar con ellas su archifamosa teoría de la inteligencia emocional, que añadiría más leña al fuego del debate, al poner sobre la mesa la importancia crítica de la gestión de las emociones para determinar la inteligencia.
Al margen de teorías o definiciones, lo que verdaderamente importa de la inteligencia, al final, es lo que hacemos con ella. Su fin último consiste en dirigir el comportamiento, la conducta, aprovechando los conocimientos adquiridos y gestionando las emociones, como dice el filósofo y pedagogo José Antonio Marina, que tan brillantemente la ha estudiado y escrito sobre ella. El talento, a su vez, sería para él la inteligencia triunfante, la que consigue poner todos sus recursos en acción para dirigirlos hacia la consecución de unas metas bien elegidas.
Esto último es lo que marca la diferencia entre el desempeño de unas personas y otras: en qué han aplicado su inteligencia, en cómo y hacia dónde han movilizado su talento. Almacenar ingentes cantidades de información dentro de mentes prodigiosas, dotadas de una sobresaliente agilidad para su procesamiento, siempre será un don que envidiar, no seré yo quien lo niegue. Pero de poco vale si luego se toman decisiones estúpidas o contrarias al bien. La prueba de su verdadero valor se verá a la hora de comportarse y actuar.
El progreso profesional depende, sobre todo, de elegir bien. Acertar entre las opciones que se van presentando a lo largo de los años puede acelerar la carrera y hacerla más fructífera. Fallar, en cambio, puede generar fracasos y sinsabores que lamentar. Una de las primeras cuestiones a resolver es, precisamente, a qué dedicarse. Antes, esta era una decisión categórica que condicionaba la vida profesional. Ahora, cada vez lo es menos. El cambio permanente y acelerado en el que vivimos tolera e incluso promueve los cambios de dedicación y de carrera, que son vistos cada vez más como un valor que enriquece, afortunadamente, no como un lastre inamovible que encasilla y condena 'in aeternum'.
Pues bien, estas decisiones son indicador de talento de quien las toma. Pueden ser de lo más variopinto, cambios de función, de sector, de área, de empresa, de geografía, de responsabilidad e incluso de profesión, las posibilidades son múltiples para quienes pueden y/o quieren elegir. Aprovechar el bagaje de conocimientos y experiencias que se van acumulando a la hora de tomar estas decisiones es una ventaja competitiva a la que no todo el mundo sabe sacar partido.
Y lo que es más importante, controlar las emociones a la hora de elegir, por mucho que cueste. Una frase que me encanta dice “decidimos con las emociones y justificamos con las razones”, toda una provocación para algunos, supongo. Ante una decisión errónea, por precipitada, la tentación de justificarla con argumentos peregrinos y empecinados pone en evidencia a quien lo intenta en vano. Quién no se ha obcecado alguna vez por un calentón repentino y lo ha lamentado cuando llega la calma. Contenerse cuando es menester es otra demostración de talento.
En definitiva, el talento es una mezcla compleja y diversa, que está presente en todas las personas en dosis diferentes en cada una de sus múltiples manifestaciones. Se trata de un cúmulo de elementos variopintos generados por la inteligencia que, por cierto, suelen simplificarse alegremente a la hora de calificarlo. No solo son las habilidades y destrezas de cada persona, o los conocimientos almacenados en su memoria. También es lo que ha sido capaz de aprender de la experiencia vivida, o la motivación que ha conseguido generar para movilizar sus recursos hacia un fin deseable.
El talento es una mezcla compleja y diversa, presente en las personas en dosis diferentes en cada una de sus múltiples manifestaciones
Además, el talento está condicionado por la personalidad y sus rasgos más característicos derivados de su propia naturaleza, pero también de factores ambientales —educativos, sociales y organizacionales—, que pueden inhibirlo o, por el contrario, liberarlo e impulsarlo. Y, por encima de todo, el talento de una persona se evidencia en las decisiones que toma, que es lo que de verdad importa.
En el trabajo con profesionales y directivos, utilizamos una buena dosis de experiencia y distintas metodologías para valorar todos estos elementos, pues cada uno de ellos influye a la hora de hacerse una imagen fiel de lo que puede aportar una persona a una organización. Evaluar a un profesional por lo que ha hecho es relativamente fácil, lo difícil es hacerlo por lo que puede llegar a hacer. Eso ya es todo un arte del cual, después de 30 años, sigo aprendiendo cada día.
Definir la inteligencia en pocas palabras no es tarea fácil. Sus múltiples aristas han ocupado a un montón de investigadores, psicólogos y expertos en la mente. Por hacer un poco de historia, la inteligencia comenzó a identificarse hace un siglo con su propiedad más elemental: la capacidad cognitiva para asimilar, procesar y producir información, comprender y aprender, expresarse y razonar. Es el plano más tangible de la inteligencia y también el más sustituible por la inteligencia artificial, capaz de superar a la mente humana cada vez en más materias, como estamos viendo.
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