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'Fake news' en la era de las cámaras de resonancia
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'Fake news' en la era de las cámaras de resonancia

La mentalidad de que la magia y la ciencia están al mismo nivel es el origen intelectual que está detrás de las 'fake news', de la posverdad o de los hechos alternativos

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¿Puede la cultura luchar contra la biología? Era un debate superado a favor de la cultura, pero que ha renacido con fuerza tras el auge de las llamadas 'fake news': noticias falsas elaboradas para inducir comportamientos. Una simple molécula cuestiona muchas de las estrategias para prevenirlas: la dopamina, un neurotransmisor que produce nuestro cerebro cuando sentimos placer y que también se segrega cuando leemos o escuchamos algo que confirma nuestras ideas. Es la base química de un fenómeno psicológico —el sesgo de confirmación— que explica muchas pautas de nuestro comportamiento no ya emocional sino también 'racional': desde lecturas que elegimos a comida que consumimos. Y aclara por qué, si nadie nos dirige, preferimos leer lo que confirma nuestras ideas y rechazar lo que las refuta. De ahí el poder que tienen los algoritmos de las redes sociales o buscadores como Google.

Existen experimentos de cómo 'sufre' el cerebro, por ejemplo, con los creyentes religiosos, cuando se les obliga a leer textos que cuestionan la existencia de Dios. Y también con los seguidores de grupos de antivacunas (incapaces de ver la demoledora cantidad de datos a favor de las vacunas); los anti cambio climático, xenófobos o, incluso, fervientes seguidores de partidos políticos, equipos de fútbol o terapias alternativas.

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Hasta hace poco, la cultura —desde la academia a los medios de comunicación— dirigía el pensamiento en el sentido de que se superaran los impulsos biológicos. Pero, desde mi punto de vista, eso se ha roto por dos frentes: por un lado, la universidad, que empezó a cuestionar que la verdad existiera o que pudiera buscarse, y, por otro, los medios tradicionales, que han perdido influencia y ahora son las redes sociales o los buscadores los que informan directamente.

Empecemos por la universidad y su “aversión a la verdad y los hechos”. En la Grecia clásica hubo un fuerte debate entre los sofistas —que creían que no existía ninguna verdad sobre otra— y Sócrates o Aristóteles, que sostenían que la verdad podía obtenerse por la lógica y la razón. Hasta la revolución científica del siglo XVI, la autoridad la tenía la Biblia. Pero el método científico lo cambió todo: existía una forma de obtener la verdad a partir de medidas, datos, experimentos... La ciencia y el periodismo nacieron por la misma época y el método científico se usó también como técnica de verificación en otras áreas: desde el derecho, para determinar la culpabilidad, hasta el periodismo y sus pasos de verificación de una noticia. La ciencia y el periodismo tenían el mismo objetivo: buscar la verdad y hacerla pública.

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Sin embargo, desde mediados del siglo XX, los conceptos de 'verdad' y 'pensamiento racional', fundamentos de la Ilustración, han sufrido un varapalo intelectual en determinadas universidades occidentales patrocinadoras de la filosofía posmoderna que rechazaba la ciencia. La 'mancha' empezó en departamentos de literatura y, después, se fue extendiendo a estudios culturales, antropología, comunicación, sociología, derecho, políticas o incluso economía. Analizaban desde Feyerabend y su idea de que no existe diferencia entre la ciencia y un cuento de hadas sintetizado en su lema 'todo vale [anything goes]; hasta Lyotard, que considera que la ciencia es solo una narrativa más, o el mismísimo Derrida, cuya obra se centra en la crítica de lo que él considera la ideología totalizante del 'logocentrismo', es decir, el pensamiento basado en la lógica y la razón.

Cuando en 1992 la Universidad de Cambridge —posiblemente la más importante del mundo, pues de allí emergieron desde el empirismo de Bacon hasta Newton o Darwin, entre otros muchos— concedió el doctorado 'honoris causa' a Derrida, algo en Occidente se quebró. La lógica y la razón ya no eran relevantes para la universidad y cuando los estudiantes que salían de ella tenían responsabilidades —mediáticas, docentes, políticas, jurídicas…—, su concepción sobre lo que es verdad cambió.

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Somos muchos —sobre todo en Humanidades y Ciencias Sociales— a los que la universidad nos ha atiborrado con pensadores contrarios a la lógica y la razón. En Comunicación, por ejemplo, se estudia más a Derrida, Foucault o Lyotard que a Newton o Galileo. Se estudia más semiótica que termodinámica. Que haya políticos con estudios universitarios que afirmen que la serie de televisión 'Juego de tronos' (donde muchos problemas políticos se resuelven con magia) les puede enseñar algo es muy preocupante.

Esta mentalidad de que la magia y la ciencia están al mismo nivel —como sostiene Feyerabend— es el origen intelectual que está detrás de las 'fake news', de la posverdad o de los hechos alternativos. 'Mi verdad' es tan importante como 'tu verdad'. Eso es lo que afirman ahora los políticos y lo que los cardenales le sugerían a Galileo para que su teoría heliocéntrica fuera solo “un experimento mental”; no la verdad de cómo se mueve el Sistema Solar.

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Las redes sociales solo han amplificado esta actitud. En Facebook, WhatsApp o Twitter, solo me junto con aquellos que piensan como yo, de forma que se crean cámaras de resonancia —'echo chambers', en inglés— que refuerzan nuestras creencias y nos aíslan de otras. Si yo considero que las vacunas son peligrosas, me rodearé de gente que piensa como yo, compartiremos noticias que refuercen mi idea y no tendré acceso al discurso 'disidente' que hasta hace poco era el dominante. Buscadores como Google crean algoritmos para hacernos felices. Si yo tecleo 'peligro + vacunas' aparecen enlaces diferentes a si busco 'beneficios + vacunas'. Si esto sucede con las vacunas o con la emergente cantidad de gente que cree que la Tierra es plana, pese a toda la contundencia científica —en la física y la química— contra estas creencias, qué no pasará con áreas como política, economía o periodismo, donde las metodologías no son tan claras. Por qué los contrarios a Hillary Clinton no van a creer que es adoradora de Satanás. Cualquier idea es susceptible de ser transmitida en redes, cualquier discurso diseminado por audiencias que ahora son activas y que no solo son ciudadanos sino complejos entramados informáticos y, en ese contexto de sobreabundancia de información, de crisis de las instituciones, de los expertos y hasta del método científico, Feyerabend y su 'todo vale' triunfan.

Las 'fake news' no solo son un problema del periodismo que, dentro de su crisis, sigue haciendo un trabajo solvente sino de un ecosistema de información que permite alimentar a cada ciudadano con su particular dieta de relatos que aumente su segregación de dopamina. Damian Thompson, en su libro 'Los nuevos charlatanes', alerta contra lo que él denomina contraconocimiento y que desemboca en una pandemia de credulidad: “Ideas que en su forma original y bruta florecieron únicamente en los arrabales de la sociedad hoy las consideran en serio incluso personas cultas en el mundo occidental”, señala Thompson. No se me ocurre otra forma de defendernos de las 'fake news' que volver al pensamiento científico: datos, verificación, rigor, racionalidad. Y, por supuesto, al periodismo de calidad. El periodismo está haciendo autocrítica. ¿La hace la universidad?

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Carlos Elías

*Carlos Elías es catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid. Moderador de la sesión de Fide 'Fake news y el entorno político y social actual'. Su próximo libro es 'Science on the Ropes. Decline of Scientific Culture in the Era of Fake News' (Springer, 2019).

¿Puede la cultura luchar contra la biología? Era un debate superado a favor de la cultura, pero que ha renacido con fuerza tras el auge de las llamadas 'fake news': noticias falsas elaboradas para inducir comportamientos. Una simple molécula cuestiona muchas de las estrategias para prevenirlas: la dopamina, un neurotransmisor que produce nuestro cerebro cuando sentimos placer y que también se segrega cuando leemos o escuchamos algo que confirma nuestras ideas. Es la base química de un fenómeno psicológico —el sesgo de confirmación— que explica muchas pautas de nuestro comportamiento no ya emocional sino también 'racional': desde lecturas que elegimos a comida que consumimos. Y aclara por qué, si nadie nos dirige, preferimos leer lo que confirma nuestras ideas y rechazar lo que las refuta. De ahí el poder que tienen los algoritmos de las redes sociales o buscadores como Google.

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