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En las semanas que llevamos padeciendo la crisis del Covid-19,​ hay algunas evidencias que se han consolidado y que formarán parte de nuestro horizonte inmediato

Foto: Foto: EFE.
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Las modernas sociedades complejas se desenvuelven en escenarios de incertidumbre. La reducción de la incertidumbre no entraña un mejor conocimiento del futuro, sino una acumulación de experiencias del pasado. Eso es, precisamente, lo que está sucediendo con la actual pandemia sanitaria. Hay algunas incógnitas que se empiezan a despejar, pero no son el resultado de nuestra capacidad de análisis o de nuestra intuición proyectiva. Es el reloj del tiempo el que marca la hora y no hay ningún relojero que la pueda anticipar. Nunca ha sido tan verdad el viejo adagio de que “se hace camino al andar”.

La realidad se ha convertido en un caleidoscopio cuyo filtro es el tiempo. En las semanas que llevamos padeciendo la crisis del Covid-19, hay algunas evidencias que se han consolidado y que formarán parte de nuestro horizonte inmediato una vez se hayan disipado los nubarrones de la enfermedad.

La primera de ellas y de enorme relevancia es el desolador y catastrófico panorama económico al que nos enfrentaremos en las próximas semanas y meses. En la mayoría de los sectores, la economía ha dejado de funcionar. El Gobierno ha optado por paralizar la práctica totalidad de la actividad económica —excepto los denominados sectores esenciales—, y esta estrategia de hibernación, naturalmente, tendrá un enorme coste.

Foto: Un supermercado en Londres. (EFE)

No estoy juzgando la oportunidad de la decisión. Desconozco, aunque intuyo, las razones de peso —que seguro que las hay— que sustentan la determinación del Gobierno. Pero lo que con seguridad no podrán evitarse son las consecuencias. La economía, en las sociedades modernas, se configura como un sistema sumamente complejo cuya funcionalidad se articula en una serie de variables interdependientes que no responden a una causalidad lineal. Lo que esto significa es que no es posible apagar el interruptor y esperar, cuando lo volvamos a encender, que resplandezca la misma luz.

Bajo ninguna hipótesis podrá ser así. La economía es un sistema dinámico y lo que eso significa es que el tiempo es una variable fundamental. Ayer pertenece al pasado y el futuro no es su restablecimiento. Algunas de las empresas paralizadas desaparecerán, otras se verán obligadas a reestructurarse y todas tendrán que adaptarse a las nuevas condiciones. Todo apunta a que, en cualquier caso, el precio será muy elevado.

Foto: Tiendas cerradas. (EFE)

Lo que nos espera el día después es, con toda probabilidad, un empobrecimiento general. Naturalmente, no afectará a todos por igual. La capacidad de resistencia variará en función de múltiples coordenadas, de las cuales la renta disponible no será la menor. Paradójicamente, serán los sectores más humildes de la población los más perjudicados por la bienintencionada política gubernamental de proteger a toda la población.

No servirá de mucho el ingente paquete de subsidios y ayudas que el Gobierno se propone distribuir. Porque en cualquier caso será necesario financiarlo y no hay otra manera de hacerlo que emitiendo deuda, lo que necesariamente tendrá un enorme coste fiscal. A medio plazo, nos encontraremos en un escenario con un enorme déficit fiscal que, en ausencia de toda ayuda externa, lastrará cualquier crecimiento futuro. Y solo hay una manera de pagarlo: mediante nuestros impuestos.

Y esta es la segunda evidencia que acredita la crisis del coronavirus: la definitiva evaporación de aquel sueño romántico de una Europa solidaria e integrada. La rotunda y reiterada negativa de los países más ricos de Europa a mutualizar el coste de la crisis sanitaria acredita una sospecha largo tiempo incubada: las desmedidas expectativas que había generado el proyecto de la Unión Europea.

Foto: Un manifestante camina con una bandera europea. (Reuters) Opinión

Europa es una realidad geográfica y cultural. Su historia es, también, la historia de las divisiones y conflictos entre las naciones que la integran. La creación de un espacio económico conjunto ha atenuado esas tensiones hasta hacerlas casi desaparecer. Pero no ha creado una nación. Europa carece de una identidad política común porque es un crisol que refracta la identidad de cada uno de los países que la integran.

Si algo evidencia con absoluta nitidez esta desoladora conclusión es, precisamente, la respuesta puramente individual y aislada a lo que está siendo el paradigma de una crisis colectiva. Europa no articula una respuesta conjunta y solidaria porque la solidaridad se residencia en un anclaje biológico que no se extiende a los extraños. Y no es solo una cuestión de dinero. Son médicos cubanos, rusos y chinos los que han acudido en ayuda de Italia.

Quizá la inercia burocrática haga que la Unión Europea permanezca. Pero emocionalmente, hay algo que se ha quebrado definitivamente. Y las emociones son decisivas para configurar las identidades colectivas.

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*Álvaro Lobato. Magistrado en excedencia. Patrono de Fide.

Las modernas sociedades complejas se desenvuelven en escenarios de incertidumbre. La reducción de la incertidumbre no entraña un mejor conocimiento del futuro, sino una acumulación de experiencias del pasado. Eso es, precisamente, lo que está sucediendo con la actual pandemia sanitaria. Hay algunas incógnitas que se empiezan a despejar, pero no son el resultado de nuestra capacidad de análisis o de nuestra intuición proyectiva. Es el reloj del tiempo el que marca la hora y no hay ningún relojero que la pueda anticipar. Nunca ha sido tan verdad el viejo adagio de que “se hace camino al andar”.

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