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Caza Mayor
Por
La Vuelta ciclista y la 'batasunización' de Sánchez
Nunca dio miedo fuera de España. Durante un tiempo molestaba. Pasó a producir risa y está empezando a salir de la pena para entrar en el bochorno
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Sánchez acudió este domingo a Málaga para hacer lo que mejor sabe hacer: levantar muros y dividir a los españoles. El presidente defendió las protestas en la Vuelta ciclista y manifestó su reconocimiento a los deportistas, pero "también nuestra admiración a un pueblo como el español que se moviliza por causas justas como la de Palestina". Una declaración que, traducida al catalán, vendría a ser algo así como "apreteu, apreteu".
El discurso 'templado' del presidente del Gobierno dio pie a los acontecimientos posteriores. La organización de la Vuelta a España tuvo que cancelar la última etapa. Los manifestantes invadieron varias zonas del recorrido que transcurría por el centro de Madrid.
La cosa debe pintar mal para que Sánchez se vea obligado a alcanzar semejantes niveles de radicalidad. Todo sea para ganar unos puntos de intención de votos y que le saquen 23 de las 24 horas del día en RTVE. No es que se haya podemizado, es que se ha batasunizado. Un presidente de Gobierno que vitorea a los que sabotean una prueba deportiva de referencia en su propio país. Otro golpe de ingenio de Sánchez. Uno más.
En Moncloa deben pensar que lo de la Vuelta ciclista a España, con protestas propalestinas por la participación del equipo Israel Premier Tech y una ciudad como Madrid tomada por la Policía, no solo sirve para movilizar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sino también a los suyos, a los militantes socialistas, un tanto suspicaces por esas pequeñas corruptelas que están salpicando al partido y al entorno presidencial.
Se equivoca la guardia de corps sanchista si piensa que sobreactuaciones como la de Málaga les dan puntos. La política exterior no vende tanto como cree este Gobierno. En España, quienes han usado la política exterior para apuntalar la estabilidad y la prosperidad sacan más réditos que los que alimentan la confrontación constante. La radicalidad de su discurso en el ámbito internacional refleja la deriva menguante de Sánchez.
"Quedar fuera de la cumbre de la Casa Blanca sobre Ucrania el 18 de agosto fue solo el segundo mayor desaire sufrido por España aquel día. El otro varapalo para los expertos en política exterior de Madrid fue que la comitiva dio asiento al presidente de Finlandia —un país con una población que es una octava parte la de España— junto a líderes de Reino Unido, la Comisión Europea, Francia, Alemania, Italia, la OTAN y Ucrania. Analistas y diplomáticos en Madrid coincidieron con tristeza en que la presencia de España habría perjudicado la causa europea y ucraniana. El motivo: a Trump no le gusta Sánchez".
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Así comenzaba un reciente artículo publicado por el prestigioso semanario The Economist que hablaba de la soledad de Pedro Sánchez en Europa y de la progresiva pérdida de peso político de España en el mundo. Un artículo que habrá hecho las delicias de José Manuel Albares, aka Napoleonchu, un ministro cuya soberbia solo es comparable a su habilidad para meterse en charcos y no salir airoso de ninguno.
En Exteriores se restriegan los ojos incapaces de entender cómo un líder internacional de la talla de Sánchez, osado como pocos, capaz de hacer lo que nadie se atreve —desafiar a Trump, llamar genocida a Netanyahu, apoyar a los propalestinos que boicotean la Vuelta ciclista a España— y con una superioridad moral a prueba de hemeroteca, ha podido perder toda su influencia en el ámbito internacional, "aunque sus posiciones a menudo coincidan con la opinión pública", reconoce The Economist.
La explicación es que ya nadie se cree al presidente español. Saben que sus convicciones internacionales son tan férreas como un chicle mascado y que están condicionadas por sus necesidades demoscópicas que, tal y como apuntan las encuestas, son muchas.
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Un 'actor global' que lidera la expulsión de Israel de Eurovisión, al que se le avería el avión cuando se dirige a ver a Zelenski, que no está cuando Rusia viola el espacio de Polonia y que dice que no va a gastar más en defensa durante la cumbre de la OTAN. Un adalid de la progresía bien alineado con Trump en lo que toca al Sáhara, dispuesto a hacer excepciones en su defensa LGTBI cuando viaja por el Golfo, y poco interesado en los derechos humanos cuando se trata de China o Venezuela. El azote de la corrupción que solo tenía corruptos cerca, el de las maletas de Delcy, el prohibicionista de la prostitución de nuevo cuño.
Nunca dio miedo fuera de España. Durante un tiempo molestaba. Pasó a producir risa y está empezando a salir de la pena para entrar en el bochorno. Lo de la Vuelta es claro ejemplo de ello, pese al éxtasis con el que le reciben en la izquierda radical.
Lo exponía sin eufemismos David Rennie, el editor de Geopolítica de The Economist, en una entrevista en El Confidencial: "No parece que su política internacional le esté trayendo muchos réditos internacionales. Se está quedando aislado y, según toda la gente con la que he hablado, sus motivos son muy domésticos. Tienen que ver con contentar a su coalición".
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Al margen de su cruzada contra Estados Unidos e Israel, sus conchabeos con regímenes populistas de dudosa, por no decir nula, tradición democrática tampoco ayudan a conformar una imagen fiable de Sánchez, al igual que el rol del expresidente Zapatero, que no oculta su papel como lobbista en las relaciones con China y Venezuela, y las amistades peligrosas de determinadas empresas del Ibex con dichos países. Desde la Comisión Europea se tira de las orejas a España por su relación poco inteligente con China. No es el único.
Defienden en Moncloa que la influencia de España en el mundo sigue intacta. "La política exterior española trabaja por el diálogo y el acuerdo. Honrado por la confianza de ambos al escoger Madrid", escribía Albares en un tuit a colación de la cumbre que mantendrán EEUU y China esta semana en la capital de España. El Gobierno lo presenta como un golpe de prestigio, como si fuésemos anfitrión protagonista en la conversación global, cuando ya se han producido otras en Ginebra, Londres y Estocolmo. La realidad es que lo de España se parece a un Airbnb: recogerán la llave sin ver a nadie, firmarán y no habrá ni review.
Tampoco pasaría nada si Sánchez estuviera quemando sus naves en Europa, como dicen algunos, pues, llegados a este punto, se trata del mal menor, reconocen en Moncloa. Sería la reina que hay que sacrificar para recuperar el pulso electoral, para que no se hable tanto de Santos Cerdán y Begoña Gómez y ganar así la batalla doméstica.
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Dicen también que el hecho de que se vea con mal aspecto, sufriente, en postura de víctima internacional frente a presiones de Estados Unidos o de la prensa extranjera, le sirve para generar empatía. Que estar mal les viene bien. Que la imagen de "España señalando mafias internacionales" posiciona al PSOE como referente de "ética internacional".
Dicen muchas cosas, pero muy pocas acertadas y más propias de otros tiempos, cuando Sánchez multiplicaba los panes y los peces. Los guionistas monclovitas de ahora se pierden con los argumentarios. Las palabras se las lleva el viento si no van acompañadas de poder real. Sánchez ha hecho muchas declaraciones, muchas alianzas simbólicas, muchos gestos. Nada sólido.
Este Gobierno no es socialista, sino revanchista; no es obrero, sino logrero; y gradualmente se va quedando sin nada de español en el sentido que importa. Su supervivencia es una anomalía: sin Presupuestos, sin poder sacar adelante asuntos clave como la reducción de jornada, con el fiscal general del Estado imputado y con la mujer del presidente declarando en Plaza Castilla. Por mucha bandera palestina en la que se embutan, no hay guionista ni claque que pueda defender al actual Ejecutivo. Al menos, sin que a uno le saquen los colores.
Sánchez acudió este domingo a Málaga para hacer lo que mejor sabe hacer: levantar muros y dividir a los españoles. El presidente defendió las protestas en la Vuelta ciclista y manifestó su reconocimiento a los deportistas, pero "también nuestra admiración a un pueblo como el español que se moviliza por causas justas como la de Palestina". Una declaración que, traducida al catalán, vendría a ser algo así como "apreteu, apreteu".