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Ximo Puig, el síndrome del 95 o cómo luchar contra tu propio destino
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Víctor Romero

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Ximo Puig, el síndrome del 95 o cómo luchar contra tu propio destino

Índices positivos de valoración en la gestión no necesariamente se traducen en votos en un contexto de polarización nacional. Le ocurrió a Joan Lerma con Eduardo Zaplana

Foto: Ximo Puig y Joan Lerma se saludan, en una imagen de 2015. (EFE/Kai Försterling)
Ximo Puig y Joan Lerma se saludan, en una imagen de 2015. (EFE/Kai Försterling)
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Ximo Puig conoce bien esa historia porque estaba en la cocina cuando ocurrió. Aquella derrota se quedó grabada en la memoria de quienes rodeaban al entonces presidente de la Generalitat, Joan Lerma. En el año 1995, en pleno contexto de polarización nacional, y como anticipo del cambio político que se produjo en España un año después, los socialistas valencianos perdieron el poder en la Comunidad Valenciana ante un desconocido Eduardo Zaplana, candidato del Partido Popular. Tuvo su réplica en 1996, pero no tanto como José María Aznar y sus golden boys pretendían. Desalojaron a Felipe González de la Moncloa, aunque para sentarse en su sillón tuvieron que hablar catalán en la intimidad.

No por contundente (PP y Unión Valenciana sumaron más del 50% de los votos), la victoria conservadora era esperada por todos en la Comunidad Valenciana. La arqueología por los archivos del Centro de Investigaciones Sociológicas refleja un estado de opinión para nada desfavorable para el entonces gobierno autonómico del PSPV-PSOE. Del estudio sobre la situación social y política de la autonomía (pinche para leerlo) que el CIS hizo unos meses antes de las elecciones se desprenden índices de valoración del Consell de la Generalitat de aquellos años con los que soñaría hoy cualquier presidente autonómico. Lerma aprobaba sobradamente con un 5,43 de nota, su gestión recibía el visto bueno de casi el 60% de los ciudadanos y su rival, Zaplana, apenas generaba confianza en el 15% de los encuestados. Para el 38% era, además, un completo desconocido.

Nada de eso pesó en el comportamiento electoral. Con una de las participaciones más elevadas en unas autonómicas hasta la fecha, del 76%, el PP obtuvo el 43% de los votos, casi diez puntos más que los socialistas. Los valencianos no estaban en general descontentos con su gobierno territorial, pero prefirieron ofrenar glòries al PP de Aznar. Había comenzado la era popular. Duró veinte años.

Foto: Ximo Puig posa para El Confidencial en su despacho del Palau de la Generalitat. (B. A.)
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Aquel estudio del CIS es oro molido para los gurús electorales. Ni Felipe es Sánchez ni Feijóo es Aznar ni estamos en 1995. Pero en ocasiones, cuando debate nacional y territorial se solapan, eso que los estrategas llaman informes cualitativos puede desprender síntomas de permanencia, pero también convertirse en papel mojado. En el caso del Botànic es una incógnita. Con sus muchos defectos y problemas internos, el Consell de izquierdas no cuenta con altos índices de rechazo social. La mayoría aprueba la gestión en educación, sanidad o servicios sociales, los tres puntales de las competencias autonómicas, según el panel autonómico que el CIS publicó el pasado mes de diciembre. El 51,8% considera buena o muy buena la gestión del barón socialista Ximo Puig y el ejecutivo autonómico con Compromís y Unidas Podemos recibe como nota media de 5,16 puntos en una escala de 1 a 10.

Y, sin embargo, todo eso no termina de cuajar en la traslación a las estimaciones de voto. En el PSPV hay quien tiene pesadillas con aquel escenario de 1995. También entonces hubo incendios forestales; también entonces el rival popular, como hoy Carlos Mazón, llegó de Alicante con el campo en armas por la sequía; y, también entonces, analistas y columnistas capitalinos que apenas si habían dedicado alguna línea a la Comunidad Valenciana y sus intereses ponían la lupa sobre el anfiteatro levantino en busca de un golpe al felipismo en el culo de Lerma. Cambien Felipe por Sánchez y Lerma por Puig. Los planetas se están alineando. Demasiadas señales. Malos tiempos para supersticiosos en el bloque progresista.

Foto: Abascal, Gil Lázaro e Iván Espinosa de los Monteros. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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Si nos atenemos al material demoscópico que se ha ido publicando hasta ahora, habrá noche electoral de infarto sin descartar un relevo en la presidencia de la Generalitat, por una ligera ventaja de la suma del PP y Vox. Los trabajos de campo de las encuestadoras reflejan una mayor movilización de la derecha y un desvanecimiento de los apoyos al bloque de izquierdas, especialmente visible en el caso de Podemos, que los socialistas y Compromís no terminan de compensar. A estas alturas, muchos se preguntan si la campaña de perfil bajo y distensión del barón socialista es la más adecuada. Hay un debate interno en las filas de la federación valenciana sobre si elevar el tono, si pedir más desembarco de Ferraz o si concentrar más o menos potencia de fuego en las tres visitas previstas de Pedro Sánchez a Valencia, Alicante y Castellón.

Probablemente todo eso ya no importe ni sea trascendente. La suerte está echada. Si hay algo que castigan los electores son los giros bruscos de guión. A Puig solo le queda encomendarse a la activación natural de los votantes en el tramo final de la campaña y una recuperación de sus socios de coalición, especiamente los morados, que sigue sin aparecer. La irrupción de Yolanda Díaz, que ni come con Podemos ni con Compromís, le habrá venido bien a ella. Para los de Héctor Illueca ha sido otro martillazo contra la temida barrera del 5%. Tampoco es que un Joan Baldoví abonado a los dúplex de La Sexta esté brillando en campaña. El barón socialista afronta el escaso mes hasta las urnas en una carrera contra su propio destino. El hijo de Lerma contra el hijo de Zaplana. Tercer Botànic o segunda era popular. Es una moneda al aire.

Ximo Puig conoce bien esa historia porque estaba en la cocina cuando ocurrió. Aquella derrota se quedó grabada en la memoria de quienes rodeaban al entonces presidente de la Generalitat, Joan Lerma. En el año 1995, en pleno contexto de polarización nacional, y como anticipo del cambio político que se produjo en España un año después, los socialistas valencianos perdieron el poder en la Comunidad Valenciana ante un desconocido Eduardo Zaplana, candidato del Partido Popular. Tuvo su réplica en 1996, pero no tanto como José María Aznar y sus golden boys pretendían. Desalojaron a Felipe González de la Moncloa, aunque para sentarse en su sillón tuvieron que hablar catalán en la intimidad.

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