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Ni Teresa Ribera ni Page ni Mazón, España ya ha perdido la guerra del agua
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Víctor Romero

Nadie es perfecto

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Ni Teresa Ribera ni Page ni Mazón, España ya ha perdido la guerra del agua

España se encuentra en el tercer puesto de la Unión Europea en cuanto a estrés hídrico por detrás de Malta y Bélgica. Urge dejar de lado la confrontación política y poner las luces largas

Foto: Teresa Ribera, en un congreso de países del Mediterráneo, en Valencia. (EFE/Biel Aliño)
Teresa Ribera, en un congreso de países del Mediterráneo, en Valencia. (EFE/Biel Aliño)
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La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, se reúnen este lunes en la sede madrileña del ministerio. Habrá foto, quien sabe si algún acuerdo (ojalá) y mucho diálogo de sordos. El agua hace tiempo que dejó de ser un bien compartido y planificado con luces largas para convertirse en instrumento de confrontación política. La hipérbole localista dibuja los discursos desde que José Luis Rodríguez Zapatero fulminó el trasvase del Ebro hacia el sur y lo sacó del Plan Hidrológico Nacional (PHN). Aquella decisión, hoy dada por irreversible, estrenó un tremendo pulso entre PSOE y PP con el asunto hídrico como gran factor emocional acaparador de votos. El Agua para Todos frente al Agua para Siempre; los trasvases frente a las desaladoras, entonces tan denostadas y hoy tan necesarias. De aquella guerra todavía resuenan ecos de sus alcantarillas y juegos sucios (véase el caso Azud).

Apartado el Ebro, del que ni siquiera se plantea hoy sacar agua en su desembocadura para una asfixiada Barcelona, el trasvase Tajo-Segura es el penúltimo de los acueductos en disputa. Ribera trazó las restricciones a cuatro meses de las elecciones autonómicas vía decreto ley, para pavor de su colega valenciano Ximo Puig y regocijo de Emiliano-García Page. El primero pagó las consecuencias el 28 de mayo del año pasado. No sabemos en qué medida, pero seguro que influyó: el agua como caudal de votos, en su caso para el Partido Popular de Mazón, especiamente en la provincia de Alicante. Todos los esfuerzos de Puig por penetrar en las comarcas del sur de la Comunidad Valenciana se secaron en cuanto la ministra socialista cerró el grifo del plan de cuenca. Hay amigos, enemigos y compañeros de partido.

Foto: La desaladora de Sagunto, con un cartel contra el envío de agua a Barcelona. (EFE/Manuel Bruque)

A Ribera le asiste una parte importante de razón. La escasez de recursos se ha cronificado y el Tajo sufre. Pero su cerrada negativa a revisar los caudales ecológicos en función de la progresiva ejecución de obras hidráulicas por parte de los inmediatos usuarios (Madrid y Castilla-La Mancha) tampoco se entiende. Esa debería ser la baza de Mazón. Reclamar el cumplimiento de las inversiones comprometidas. Ser exigente con Page, pero también con su colega madrileña Isabel Díaz Ayuso, camuflada en el debate, cuando una parte importante de la salud del Tajo depende del buen hacer en infraestructuras saneamiento del Canal Isabel II.

Con los embalses de Entrepeñas (42,8%) y Buendía (24,7%) penando a las puertas de la primavera, exigir recursos infinitos para abastecer un territorio saturado de turistas y de alta actividad agrícola vende en clave doméstica pero provoca un rechazo análogo en las cuencas cedentes. Es cierto que las huestes de Page juegan a la ceremonia de la confusión cuando dicen que el agua del Tajo tiene como destinos los campos de golf de la Costa Blanca. Hace tiempo que estas instalaciones se riegan con recursos de depuradora. Pero, como señala el catedrático climatólogo Jorge Olcina, que algo sabe del asunto, el problema en la distribución de recursos no está en estas instalaciones deportivas, como en la proliferación residencial en un territorio que acaba de superar su propio récord de visitantes.

Foto: Pedro Sánchez, en su visita a la desaladora de Torrevieja. (Joaquín Reina/Europa Press)

La guerra del agua ya está perdida. Pero no por Ribera, Mazón o Page, sino por el conjunto del país. Los dicen los expertos. España se encuentra en el tercer puesto de la Unión Europea en cuanto a estrés hídrico (relación entre agua dulce extraída y disponibilidad de recurso) por detrás de Malta y Bélgica, señala un informe elaborado por la consultora de Asuntos Públicos Red2Red para Facsa conocido la semana pasada. Lo que viene para los próximos años es una disminución de los recursos el aumento de la temperatura (y, por tanto, aumento de la evapotranspiración), una disminución de las precipitaciones de hasta el 12-24% de media en España en los meses invernales y estivales, respectivamente, y un incremento de los fenómenos extremos (lluvia torrenciales y sequías más intensas, más frecuentes y más largas).

Lejos de alimentar las confrontaciones interterritoriales, lo que los expertos están reclamando son medidas de conservación y protección de los acuíferos y reservas subterráneas que potencien la resiliencia a las sequías, medidas para conservar o recuperar los ecosistemas de humedales e intervenciones políticas que reduzcan la exposición al riesgo y que mejoren la resiliencia en el ámbito urbano y rural. Pero, sobre todo, inversión en infraestructuras nuevas (depuración, reutilización, prevención de inundaciones) y en renovación de las existentes para reducción de pérdidas, tanto en el sector del ciclo urbano como en el regadío, y para protección del medio ambiente.

Eso es lo que se espera de la reunión de hoy entre Ribera y Mazón. Todo lo demás, ruido. Electoral, pero ruido.

La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, se reúnen este lunes en la sede madrileña del ministerio. Habrá foto, quien sabe si algún acuerdo (ojalá) y mucho diálogo de sordos. El agua hace tiempo que dejó de ser un bien compartido y planificado con luces largas para convertirse en instrumento de confrontación política. La hipérbole localista dibuja los discursos desde que José Luis Rodríguez Zapatero fulminó el trasvase del Ebro hacia el sur y lo sacó del Plan Hidrológico Nacional (PHN). Aquella decisión, hoy dada por irreversible, estrenó un tremendo pulso entre PSOE y PP con el asunto hídrico como gran factor emocional acaparador de votos. El Agua para Todos frente al Agua para Siempre; los trasvases frente a las desaladoras, entonces tan denostadas y hoy tan necesarias. De aquella guerra todavía resuenan ecos de sus alcantarillas y juegos sucios (véase el caso Azud).

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