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Los giros de Rivera abrasan a Inés Arrimadas
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Estefania Molina

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Los giros de Rivera abrasan a Inés Arrimadas

Arrimadas ha atado su suerte a la de Albert Rivera desde el momento mismo en que aterrizó en el Congreso. Si él gana, ella gana. Si él cae, ella quedará muy quemada ante la opinión pública

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y la portavoz, Inés Arrimadas. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y la portavoz, Inés Arrimadas. (EFE)

Cuando Inés Arrimadas dejó el Parlament para dar el salto a la arena política nacional, un miembro de Ciutadans me trasladó su impresión sobre el futuro del partido en Cataluña. “No sabemos si será Carlos Carrizosa o Lorena Roldán quien se quede al frente, o quizás habrá bicefalia. Pero a veces parece que a Rivera no le gusten los barones… los contrapoderes”. Lo que en su día fue una opinión personal, se solapa ahora con la actualidad reciente. Toni Roldán y Javier Nart, contrarios al veto a Pedro Sánchez, dejan la formación. Y entre los fieles, Arrimadas se empieza a abrasar —peligrosamente— por los giros de Rivera.

Es el coste de ser la cara visible de Cs en Madrid, en la crisis más grave que se recuerda. Unos días toca decir que los madrileños votaron “cambio” y habrá “regeneración”, aunque el PP lleve décadas gobernando en la comunidad. Otros, anunciar que se parte peras con Manuel Valls un lunes al mediodía, tras afirmar la noche anterior que trabajarían juntos “cuatro años” más en Barcelona. En el 'impasse', negar que se “negocie” con Vox, ya que “solo se sientan a hablar”. Y a la postre, el chaparrón por la dimisión de figuras del sector socioliberal de Cs, entre duras críticas a la derechización de la formación.

Foto: Albert Rivera y Luis Garicano. (EFE)

¿Y entre tanto, por qué no sale el presidente de Cs a dar la cara y asumir sus decisiones?

Lo enjundioso es que Arrimadas no era una ‘bombera’ al uso en el entorno de Cs. Esa función la ejercía José Manuel Villegas. Lo llamativo es que la política catalana era la baronesa por antonomasia. La persona que cualquier ciudadano de a pie habría señalado como futuro relevo de Rivera. El tirón popular de la portavoz era tal que su presencia en las campañas electorales suponía un talismán muy apreciado en sus filas. Se pateó Andalucía en diciembre, como se pateó toda España en abril al grito de “voy a dejarme la piel para que Rivera sea el próximo presidente del Gobierno”.

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE) Opinión

Y tanto dejarse la piel, Arrimadas ha atado su suerte a la de Albert Rivera desde el momento mismo en que aterrizó en el Congreso. Si él gana, ella gana. Si él cae, ella quedará muy quemada ante la opinión pública, al no hacer el contrapunto en la estrategia de Cs. Ahora bien. Nadie puede esperar de una portavoz, miembro de la cúpula dirigente, que critique al presidente del partido. Su labor es defender el proyecto.

Sin embargo, con la líder catalana pareciera que la expectativa era otra, casualmente. Lo comentaba el director de Opinión del diario 'El Mundo', Jorge Bustos, en Twitter. “Si alguien esperaba de Inés Arrimadas otra respuesta que la firmeza en la estrategia, sigue sin entender nada. Arrimadas es Rivera. Y ambos están moldeados por la misma presión”, reiteraba sobre la adhesión total y convicción de la jerezana con la línea política seguida.

Sucede que no es lo mismo ser el ariete del independentismo en el Parlament que batirse el cobre en la ‘jungla’ nacional. Y es que Arrimadas forjó su leyenda como dura opositora al ‘procés’ en una de las emergencias territoriales más graves de los últimos tiempos. Todo constitucionalista habría elogiado esa labor.

Pero al llegar a la capital del Estado, los galones caen con la misma rapidez con que uno se sitúa en uno de los dos bandos. Atrás queda su talante diferenciado de Rivera en Cataluña. Incluso su éxito entre los antiguos votantes de los socialistas catalanes (PSC). Ahora, ni el candidato independiente Celestino Corbacho compra eso de que Ada Colau y Ernest Maragall sean lo mismo.

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Pasa también que quizá Cs sea una plataforma hiperpersonalista que dinamita la posibilidad de sucesor alguno. Al final del día, la nueva política se revela como un proyecto que pone todo el capital humano al servicio de satisfacer los intereses de sus líderes. Rivera y Pablo Iglesias parecen anteponer —por igual— la ambición personal al sino del conjunto de la formación. Eso rompe los contrapesos internos, que se ven repelidos del proyecto único —a salvedad de Luis Garicano—.

¿Y el resto, qué espera? Francisco Igea, candidato de Ciudadanos en Castilla y León, pareció quedarse con las ganas de echar al Partido Popular de la comunidad tras más de 30 años de gobierno. Opinaba mi fuente que al presidente de Cs no le gustaban, tal vez, los barones. Pero a falta de nuevo invento, los dirigentes territoriales son la única forma de garantizar el control interno en las formaciones políticas. La sola manera de centrar al líder, dar discusión real y salud al partido.

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Por su parte, Rivera ansía liderar la derecha para llegar a Moncloa. Y peligrosamente, esa decisión está trayendo consigo el coste de abrasar a su antes mayor activo y recambio conocido: Inés Arrimadas García.

Cuando Inés Arrimadas dejó el Parlament para dar el salto a la arena política nacional, un miembro de Ciutadans me trasladó su impresión sobre el futuro del partido en Cataluña. “No sabemos si será Carlos Carrizosa o Lorena Roldán quien se quede al frente, o quizás habrá bicefalia. Pero a veces parece que a Rivera no le gusten los barones… los contrapoderes”. Lo que en su día fue una opinión personal, se solapa ahora con la actualidad reciente. Toni Roldán y Javier Nart, contrarios al veto a Pedro Sánchez, dejan la formación. Y entre los fieles, Arrimadas se empieza a abrasar —peligrosamente— por los giros de Rivera.

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