Con V de voto
Por
Vox, el coronavirus, y el estado de 'guerra' nacional
La crisis del coronavirus amenazaba con generar un caldo de cultivo idóneo para el apogeo de Vox, entre llamamientos a la unidad nacional
La crisis del Coronavirus amenazaba con generar un caldo de cultivo idóneo para el apogeo de Vox, entre llamamientos a la unidad nacional, desinformación circulando en las redes y Santiago Abascal dirigiéndose a los españoles por vídeo reclamando el control de fronteras. El imaginario colectivo de una guerra, en forma de virus de Wuhan. Pero la única forma de frenar la pulsión iliberal, ante el desasosiego de la población, era precisamente que el Gobierno actuase de forma contundente en la crisis del Covid-19 aprobando el estado de alarma.
Y es que cuenta Fiódor Dostoyevski, en su capítulo 'El Gran Inquisidor' de 'Los Hermanos Karamazov', que la autoridad aparece como un yugo buscado de forma incesante por el hombre, con el fin de aliviar sus miedos y garantizarse seguridad. "La humanidad rezaba con fe y pasión: 'Señor, dígnate a venir a nos'" (…) —y añade más tarde el autor— "Hoy, estos hombres están más plenamente convencidos que nunca de que son libres por completo, pese a que ellos mismos nos han traído su libertad y la han depositado sumisamente a nuestros pies".
Pasa que en tiempos de crisis, la ciudadanía reclama más que nunca la presencia de la autoridad bajo la que refugiarse. De hecho, hasta estaría dispuesta a aceptar medidas que habitualmente no, como en el caso de los confinamientos en pueblos y hogares. Por ese motivo, Sánchez perdió su oportunidad de capitanear la crisis al desaparecer en la primera semana, en vez de ponerle rostro al control de la situación, como hacían los demás mandatarios internacionales. Para que los ciudadanos encontrasen un referente donde cobijarse.
En vez de eso, las autonomías empezaron a actuar por su cuenta: Madrid, Cataluña —confinando a la población de Igualada—… Todo ello, generando una sensación de descontrol, una coralidad de voces, de un sálvese quién pueda, con los ciudadanos hacía días llenando carros en el supermercado. Y eso ponía fácil el discurso crítico con el Estado autonómico de Abascal. Una crisis para la que se inventó el del estado de alarma, cuya potestad centralizadora no daña la descentralización autonómica, sino que la fortalece y legitima.
Ello debería llevar a una reflexión del Gobierno de coalición: que nuestro acervo legal, hasta en sus partes más delicadas, es la única forma de parar los pies a los discursos iliberales que circulan por Europa. ¿Acaso será que un ejecutivo progresista no puede confinar a la población en casa? Lo mismo le ocurrió a Sánchez en plena campaña electoral del 10-N, con los altercados en Barcelona. Impopular parecía tomar medidas duras, en un contexto que favorecía claramente a la derecha. Pero más impopular, a la postre, resultaba dejar un vacío de poder.
Pues en tiempos de crisis el ciudadano no recuerda el color de su gobierno, sino la actuación de este. Y, precisamente, eso es el germen vivo del imaginario iliberal: la idea de una amenaza que las autoridades son incapaces de resolver, de mitigar. De hecho, la otra pregunta sería: ¿Qué ha hecho la UE en esta crisis? La descoordinación alimenta hoy el descrédito de la institución, tan cuestionada por los populismos. Máxime, cuando durante décadas, mayor integración —y no el egoísmo— era la medicina que aplicaba la UE para salir de las crisis.
Sin embargo, llama la atención que en esta ocasión Vox no haya capitalizado el malestar en esta crisis, como se podría haber imaginado. Quizás no sea hoy menor en términos de discurso político que el concejal Javier Ortega Smith fuera de los primeros políticos en enfermar por el virus. Ello ponía de manifiesto el error generalizado de la clase política al subestimar el impacto del Covid-19. En segundo lugar, el contrapoder que ejercía el Partido Popular en Madrid llenaba ese vacío, contra el Gobierno de Sánchez.
Pasa que el coronavirus supondrá un punto de inflexión, al evidenciar la ruptura del paradigma de la seguridad al que las democracias occidentales estaban acostumbradas desde hace décadas. Esa idea de que con el fin de las guerras masivas entre Estados se había puesto fin a las amenazas a la seguridad ;a salvedad del terrorismo transnacional. Quién iba a pensar que un virus ignoto podía parar la vida de millones de ciudadanos, ocasionando una crisis de salud pública sin precedentes, minando la economía mundial.
Y ante la ruptura de ese paradigma, solo aquellos que sepan exhibir autoridad en tiempos de crisis podrán ganarse el favor de los ciudadanos. Lo contrario será la pujanza de las fuerzas que mayor rentabilicen el estado de 'guerra nacional'. Ya sea un 'procés', un virus... o la posibilidad de otra recesión económica salvaje como la de 2008 en el horizonte.
La crisis del Coronavirus amenazaba con generar un caldo de cultivo idóneo para el apogeo de Vox, entre llamamientos a la unidad nacional, desinformación circulando en las redes y Santiago Abascal dirigiéndose a los españoles por vídeo reclamando el control de fronteras. El imaginario colectivo de una guerra, en forma de virus de Wuhan. Pero la única forma de frenar la pulsión iliberal, ante el desasosiego de la población, era precisamente que el Gobierno actuase de forma contundente en la crisis del Covid-19 aprobando el estado de alarma.