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Estefania Molina

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Pablo Casado ya no puede escapar de Vox

Desde hace un tiempo, parte el Partido Popular ha vuelto a quedar atrapado en una serie de debates que le incomodan sobre manera, y donde Vox marca el paso de la llamada 'guerra cultural' a la derecha

Foto: El presidente del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)
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Pablo Casado no puede escapar ya de Vox por mucho que en Génova sueñen con ello, porque su destino lleva tiempo anclado al de Santiago Abascal, aritmética y discursivamente, si es que la derecha regresa a la Moncloa en 2023, las primeras elecciones en años donde la izquierda podría perder el poder 'de facto'. Eso es así porque la convención del PP puso de manifiesto otra vez las dificultades de Casado para desmarcarse de ciertos discursos del sector más derechista entre sus referentes. Esta, una deriva que lleva a cuestionar que el líder del PP se plante ante Abascal, cuando se sienten a negociar un Gobierno, y los voxitas exijan sus condiciones.

En primer lugar porque, de un tiempo a esta parte, el PP ha vuelto a quedar atrapado en una serie de debates que le incomodan sobremanera, y donde Vox marca el paso de la llamada ‘guerra cultural’ a la derecha. A saber: es la cuestión de la violencia de género o los derechos del colectivo LGTBI —a diario en las portadas de prensa—, es el aborto —el PP no apoyó en el Congreso la penalización del acoso a las puertas de las clínicas abortivas—, es la ley de eutanasia —impugnada entre los sectores más conservadores de su electorado—. Es la inmigración, los menores no acompañados. Es la Ley de Memoria Democrática. O es la pésima gestión territorial del PP en 2017 con la reaparición de Carles Puigdemont estos días.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal (c). (EFE)

En definitiva, una serie de debates que empañan el objetivo estratégico de Génova 13 que era centrarse en la inflación (carburantes, cesta de la compra, energía…) y la economía. Es decir, en una España de clases medias precarizadas, autónomos y PYME sufriendo por salir de la crisis. Ese debía ser el filón popular para golpear a Pedro Sánchez y erigirse así como estandarte en oposición al Gobierno de coalición: tratando de ensanchar su base más allá del electorado propio de la derecha, incluso por la izquierda, hasta llegar al final de la legislatura.

Sin embargo, el PP ya no puede escapar a Vox porque todas esas cuestiones estarán encima de la mesa el día 1 de pactar un Gobierno conjunto a la derecha. Esto es, que no habrá Gobierno del PP para “rescatar a España y generar empleo”, como proclamaba estos días Casado en su convención itinerante, sin la otra cara de la moneda. Es decir: un Gobierno desestabilizado por el lado de los derechos civiles, donde Vox no dudará en exigir todo aquello que vino a representar a la política española. Es ahí donde Casado tendrá que demostrar qué está dispuesto a tolerar en su Gobierno de “estabilidad y reformas”, como rige el argumentario popular.

En esencia, porque Madrid, Murcia o Andalucía no son un buen ejemplo para afirmar que Vox no ha logrado condicionar al PP porque siquiera ha entrado a esos Ejecutivos, y en algunos casos ha dado poco o ningún ruido. La realidad es que, todo este tiempo, parte de la estrategia de los voxitas ha sido priorizar su crecimiento en el Parlamento nacional, y afianzarse entre el electorado, antes que llevar al PP y Ciudadanos a la quiebra.

El giro centralista que ha tomado la derecha española en estos años deja a PP y Vox aislados en su política de alianzas futuras

De ese modo, la realidad es que el líder del PP solo tendría margen de maniobra para huirle a Abascal, como insinuaron estos días de convención Alberto Núñez Feijóo, o el propio Mariano Rajoy, si no tuviera ninguna dependencia de este en unos eventuales comicios. Ahora bien, sería vivir a espaldas de la realidad creer hoy que el PP nacional logrará suficientes escaños para gobernar, tal que pudieran aislar a los voxitas. Es decir, la fórmula Isabel Díaz Ayuso en Madrid: sin mayoría absoluta, pero dependiendo de estos para unas pocas leyes de calado.

Ocurre, además, que el daño electoral de Vox sobre el PP ya está hecho: es la soledad parlamentaria. Sería ilusorio incluso creer hoy que PP podría llegar a Moncloa pactando con algún partido nacionalista del estilo del PNV, Vox mediante. El giro centralista que ha tomado la derecha española en estos años, a lomos del revisionismo sobre el ‘procés’, deja a PP y Vox aislados en su política de alianzas futuras. La izquierda se beneficia, pues, de que la amalgama plurinacional —nacionalistas, independentistas y la mayoría de regionalistas— solo quiere juntarse con ellos, y ese efecto es real, pese a que José María Aznar afirmara que “España no es un Estado plurinacional, ni la madre que los parió”.

Foto: Pablo Casado y José María Aznar. (David Mudarra)

Es más, existe ya en España un fenómeno territorial sutil, que podríamos tildar de neocantonalismo, y que podría dañar severamente a los populares en las siguientes elecciones. Esto es, la creencia extendida y creciente en nuestro país de que hace falta ser partido regionalista para hacer valer tus intereses como región. De ahí, la proliferación de plataformas como Soria Ya, Jaén Merece Más, Segovia Existe, Aragón Existe… Eso no solo restaría escaños a los populares en muchas provincias. También supone en términos simbólicos todo lo contrario al espíritu centralista y antiautonomista de Vox. Es decir, que raramente encontrarían acomodo en una alianza con el PP nacional, de irrumpir con fuerza en el Congreso.

Es en esa tesitura de dependencia donde surge la duda de la fortaleza del líder del PP para imponerse a Abascal. Es decir, habida cuenta de la poderosa dificultad que ha exhibido Casado en los últimos tiempos para frenar cualquier discurso que bordee los límites del PP. Por ejemplo, cuando en otro acto de los populares, el exmiembro de Vox, Ignacio Camuñas, dijo que lo de 1936 no fue un golpe de Estado. Casado no se plantó, tal vez consciente de la sensibilidad del tema para una parte de la derecha. Mucho menos el líder popular rebatió las palabras de Alejo Vidal Cuadras sobre el Estado autonómico —lo hizo en su lugar Edurne Uriarte—.

Foto: El líder del PP, Pablo Casado (d), junto al expresidente francés Nicolas Sarkozy. (EFE)

Si bien sería falaz asegurar que el PP es Vox, cuando existen importantes diferencias entre ambos. La primera radica en el pluralismo político, algo a lo que Casado apeló en la moción de censura fallida en 2020. Por ejemplo, los populares no apoyaron ilegalizar partidos que atenten contra la unidad de España, una propuesta de Vox. A nivel territorial, varios barones populares llevan tiempo intentando hacer en sus territorios el discurso regional ‘a la madrileña’, ‘a la gallega’, ‘a la andaluza’ como baluarte del Estado autonómico.

Pero la realidad es que el PP ya no puede escapar a Vox: porque la gestión económica no empaña en ningún caso la batalla cultural que Vox vino a hacer a la política española. Y de eso está alertado Casado por propios y ajenos. Las dos caras de la moneda a la derecha.

Pablo Casado no puede escapar ya de Vox por mucho que en Génova sueñen con ello, porque su destino lleva tiempo anclado al de Santiago Abascal, aritmética y discursivamente, si es que la derecha regresa a la Moncloa en 2023, las primeras elecciones en años donde la izquierda podría perder el poder 'de facto'. Eso es así porque la convención del PP puso de manifiesto otra vez las dificultades de Casado para desmarcarse de ciertos discursos del sector más derechista entre sus referentes. Esta, una deriva que lleva a cuestionar que el líder del PP se plante ante Abascal, cuando se sienten a negociar un Gobierno, y los voxitas exijan sus condiciones.

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