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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La peste

Todavía no hemos atravesado el umbral tras el que empieza a mostrarse lo peor y lo mejor del ser humano. Pero si esto sigue, los aprovechados de Camus no serán demasiado distintos de lo de ahora

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Llego a casa. Sin quitarme el abrigo, comienzo a buscar entre los libros. Compruebo, al recorrer los títulos, que los mejores siguen respirando en las estanterías, latiendo también dentro de mí. Se acerca mi mujer y me pregunta qué estoy haciendo. Localizo la obra de Camus. Subo a una silla y se lo enseño. Nos miramos. Ella me cuenta lo que cuenta la prensa francesa: desde hace unos días, 'La peste' se ha convertido en un superventas del país vecino. Lógico. Hace unos años, con los primeros brotes del nacionalismo y del populismo, ocurrió lo mismo con Orwell. 1984. Los viejos rockeros nunca mueren.

Busco el último párrafo. Leemos. “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que la alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer bajo decenios dormido entre los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.

Foto: Uno de los huéspedes aislados en el Hotel H10 Costa Adeje de Tenerife. (Reuters)

Me doy cuenta de que nuestra especie saldrá de esta, incluso en el más apocalíptico de los escenarios. Lo de ahora no es la peste, es obvio que estamos muy lejos de eso. Está claro. De hecho, la palabra “pandemia” ni siquiera ha adquirido tintes oficiales. Pero, como apunta el final de la novela, lo más seguro es que venga lo que venga…. también lo acabaremos olvidando. Quizá más tarde de lo que creemos, porque el pasado demuestra que estas crisis se despliegan en olas y que las segundas suelen ser más dañinas que las primeras. Ya veremos.

Sí, habrá que ver. Hoy todo lo que vemos es que nos encontramos muy en el principio de la historia. Así que me voy al principio, a buscar algo parecido a nuestro presente en un libro del siglo pasado. Repaso velozmente los párrafos subrayados por el chaval que fui hace más de veinte años. Página 51. Paro en seco.

“… Para detener esta enfermedad, si no se detiene por sí misma, habría que aplicar las graves medidas de profilaxis previstas por la ley…”. Pienso en Italia, en la imposición legal del metro de distancia entre personas. ¿Pasará lo mismo aquí? ¿Cuándo?. “La cuestión no es saber si las medidas previstas por la ley son graves, sino si son necesarias para impedir que muera la mitad de la población. El resto es asunto de la administración…”.

Foto: (Foto: Reuters)

Me quito la bufanda, el abrigo. Voy hacia el sillón. Aquí ya había quedado atrás la parte descriptiva: los márgenes de la rutina, las condiciones ambientales y sociales que hicieron posible la expansión, la acumulación de los primeros casos; el eclipse de la normalidad descuidada. La posibilidad de frenar la propagación ya estaba perdida. Recuerdo que este punto ya estaba más cerca de la condición humana. Todavía falta, me digo. Todavía no hemos atravesado el umbral tras el que empieza a mostrarse lo peor y lo mejor del ser humano. Pero si esto sigue, los aprovechados de Camus no serán demasiado distintos de lo de ahora. El lenguaje será distinto, pero las pulsiones serán iguales. Siempre habrá quien especule con el sufrimiento de los demás por medio de la mentira. Y lo mismo pasará con las muestras de dignidad humana, también habrá otros cauces para ese río. Gestos y muestras de bondad a escala casi íntima, silenciosas demostraciones de que la oscuridad nunca es completa.

Si esto sigue, todavía le quedan algunas páginas a la ilusión de control que necesitamos todos. Por eso se agotaron las mascarillas, el jabón desinfectante y los guantes, porque necesitamos creer que podemos hacer algo aunque seamos conscientes de que no sirve a ciencia cierta. Por eso las bajadas en la bolsa, por el eso la reacción de la Reserva Federal norteamericana, por eso la el vocabulario bélico, porque si esto es una guerra seguro que estamos suficiente armados. Es probable que después sea la política fiscal y el anuncio de paquetes de ayuda a sectores específicos. También la acumulación de alimentos por prevención, viralización del temor por otros caminos. Estanterías vacías en los supermercados, imágenes que ya se han visto estos días en lugares tan distantes como Dortmund y Silicon Valley. Ecos de Italia.

Las fábricas de geles y mascarillas no dan abasto

Si esto sigue, no tardaremos en llegar al episodio al que llegan todas las vidas en la edad adulta. Comprobaremos que el ser humano es capaz de acostumbrarse a casi todo. Y atravesarlo. Nos adaptaremos a una realidad distinta, lo haremos sea como sea, con molestias, con otros hábitos, o con obstáculos más serios. Nos acostumbraremos a convivir con la auténtica diferencia que hay entre la estadística y los números absolutos. Cien millones de infectados con un 3,4% de fallecimientos equivale a 3,4 millones de muertes, una detrás de otra. El fatalismo sirve para eso. Lo absorberemos. Lo olvidaremos. Hay que seguir viviendo.

Página 207. Casi me avergüenzo al leer este párrafo que destaqué hace dos décadas. Siento pudor porque es una prueba de lo poco que sabía entonces de la vida. “A decir verdad, no hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento de un niño, nada más importante que el horror que ese sufrimiento nos causa, ni que las razones que procuraremos encontrarle […] nos pone ante un muro infranqueable”.

En 1918, la humanidad sufrió una pandemia que se cebó con la infancia. Esta enfermedad de 2020 no parece una amenaza directa para quienes tienen menos años. Hace tiempo habría pensado “algo es algo”. Ahora soy padre y soy consciente de que ese “algo” lo es todo. Y eso, si que no hay manera de olvidarlo. Cierro el libro pensando que el bueno de Camus tenía razón, nada hay más importante. Al lado de esa verdad, la crisis económica —cada vez más verosímil— parece poca cosa.

Llego a casa. Sin quitarme el abrigo, comienzo a buscar entre los libros. Compruebo, al recorrer los títulos, que los mejores siguen respirando en las estanterías, latiendo también dentro de mí. Se acerca mi mujer y me pregunta qué estoy haciendo. Localizo la obra de Camus. Subo a una silla y se lo enseño. Nos miramos. Ella me cuenta lo que cuenta la prensa francesa: desde hace unos días, 'La peste' se ha convertido en un superventas del país vecino. Lógico. Hace unos años, con los primeros brotes del nacionalismo y del populismo, ocurrió lo mismo con Orwell. 1984. Los viejos rockeros nunca mueren.