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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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El fallo moral: por qué los viejos no cuentan

La realidad es que las personas mayores han caído como chinches, y que bastaba con haber actuado antes para haber reducido el rango de acción de la muerte

Foto: Voluntarios de la ONG Pro-Activa Open Arms trasladan a personas mayores de una residencia de Barcelona a hospitales de la ciudad. (EFE)
Voluntarios de la ONG Pro-Activa Open Arms trasladan a personas mayores de una residencia de Barcelona a hospitales de la ciudad. (EFE)

Creo que el trato que están recibiendo las personas mayores tendría que llevar a nuestra sociedad a reflexionar un poco. El daño infligido a nuestros padres y a nuestros abuelos pudo contenerse en el primer tramo de la pandemia —prevención—, puede enmendarse mientras la crisis persista —protección— y podrá corregirse cuando salgamos del túnel —rectificación—.

No es agradable admitirlo, ya lo sé. La indiferencia es más fácil, claro. Tenemos el chupete de la retórica oficial al alcance de la mano. Discurso empapado en agua de 'prime time' con azúcar a ver si así cerramos los ojos pronto y caemos en un sueño monitorizado por el ministro del Interior.

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Tenemos la suerte de vivir bajo un Gobierno que solo es eficaz en lo único que no hace falta para solucionar los problemas: manipular. Si Moncloa fuese tan eficiente frente a la enfermedad como lo es contra la verdad, hoy España estaría mejor que Grecia, Irlanda, Portugal, Alemania o Dinamarca. Es una pena que la evidencia nos ponga por detrás de todos después de haber empezado a sufrir antes que la mayoría. Y es una desgracia la realidad, aunque cueste dejarla por escrito. Pero hay que hacerlo.

La realidad es que las personas mayores han caído como chinches, y que bastaba con haber actuado antes para haber reducido el rango de acción de la muerte. Ni siquiera sabemos cuántos han caído y, sinceramente, me cuesta imaginar una muestra mayor de degradación moral. Algo no va bien cuando se le hurta a un ser humano el derecho a que se cuente el motivo de su fallecimiento.

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La realidad es que muchos de nuestros padres y madres han muerto solos, y que las parejas y los hijos han sido privados de la oportunidad de estar juntos en el último adiós. Esas palabras que no se dijeron quedan afiladas en la garganta para siempre. Sin embargo, nadie en el Gobierno tuvo nunca el mínimo de sensibilidad que hace falta para comprender que el ser humano merece un 'te quiero' antes del punto final.

La realidad es que muchos ancianos ni siquiera han podido ser tratados en un hospital. Quédese en casa y le llamaremos. Medicina de guerra lo llaman mientras no llegan las llamadas. Cuando hay escasez, el protocolo señala que hay que primar a quien tiene más opciones de sobrevivir, a quien tiene más años por delante, a quien llega sin condiciones preexistentes. El razonamiento utilitarista se sostiene sobre el papel, pero esas cuentas no soportan el peso de la vida. No alcanzo a imaginar la desesperación de quien se ve combatiendo contra el apagado de sus pulmones mientras oye el aplauso de las ocho de la tarde. ¿Por qué nadie lucha por mi vida? ¿Dónde están mi culpa y mi derecho?

Foto: La 'consellera' de Salud, Alba Vergés. (EFE)

Me cuesta escribir sobre esto, lo reconozco. Si me siento obligado a seguir avanzando en este artículo es porque creo que el trato que reciben las personas mayores refleja la fibra moral de cualquier sociedad. Lo estamos haciendo mal. Creo que estamos equivocándonos, que colectivamente venimos arrastrando desde hace tiempo unos errores que haríamos bien en superar.

No han pasado tantos años desde que la edad era considerada algo valioso para la comunidad. Los niños escuchábamos a los más mayores, respetábamos. Recuerdo aquello ahora que, dolorosamente, soy algo más consciente del significado del tiempo. Ahora que me reconozco a la misma distancia de la vejez y de la juventud, me doy cuenta de que el culto a lo joven que hemos ido instalando conlleva también la ocultación del dolor y de la muerte. Esta pandemia solo ha parasitado el error.

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Silenciosamente, en un proceso infantil de dejación afectiva y de responsabilidades, nuestra sociedad ha ido permitiendo que las residencias de la tercera edad se convirtiesen en aparcamientos donde nuestros seres queridos esperasen su final, muchas veces para muchos años.

El despiadado golpe de la enfermedad a las residencias refleja graves problemas de gestión, miserias insoportables, pero es también un golpe a la falta de compasión que hay en la sociedad respecto a las personas mayores. Y tendría que ser una llamada en las puertas de la conciencia común. Seguro que faltan residencias públicas, seguro que las cosas pueden hacerse mucho mejor, pero en algún momento tendremos que preguntarnos si el modelo asistencial de nuestro país puede defenderse éticamente. Sería bueno que en algún momento empecemos a pensar en ello.

Foto: Foto: EC.

Llamo a mi amigo Manuel, que ya cumplió los 75, me habla de “gerontocidio” con su voz indignada, y solo puedo darle la razón. Llamo a mi amigo Ignacio, me dice que siente una profunda envidia porque lleva más de un mes envuelto por el silencio mientras oye las voces y las carreras de mi casa, y solo puedo ofrecerle algo de compañía diaria por teléfono. Llamo a mi madre y pregunto cuántos lleva. Me responde que 4.000, ayer descansó, pero mañana volverá a superar los 10.000 pasos caminando por la casa. Tiene el récord en 11.000 y siempre se sentirá joven. Los viejos no cuentan, pero ella sigue contando sus pasos, sus idas y vueltas por un pasillo que me vio crecer.

Son ya 86 las residencias investigadas por la Fiscalía en toda España

Imaginar a tu madre en ese camino le deja a uno con la necesidad inmediata de encender un cigarro. Siempre ha sido una mujer fuerte, confío en que saldrá entera. Me pregunto en cuántos pisos habrá abuelos encerrados en un recorrido parecido, y en cuántas casas la depresión habrá llevado a la falta de movimiento. Sofá y Telecinco a tope, consumirse poco a poco.

Esa es otra cifra que nunca tendremos. La cantidad de enfermedades físicas y mentales que provocará este encarcelamiento, el número de últimos años de vida robados, esfumados, por la banalidad de un presidente del Gobierno que, eso sí, se acerca con su corbatita de colores al teleprónter, pone cara de muy serio y da las gracias a las personas mayores por la disciplina que están teniendo. Es un detalle precioso, la verdad. Aplaudamos.

Creo que el trato que están recibiendo las personas mayores tendría que llevar a nuestra sociedad a reflexionar un poco. El daño infligido a nuestros padres y a nuestros abuelos pudo contenerse en el primer tramo de la pandemia —prevención—, puede enmendarse mientras la crisis persista —protección— y podrá corregirse cuando salgamos del túnel —rectificación—.

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