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Ómicron lleva la ética a la UVI
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Ómicron lleva la ética a la UVI

No tenemos Gobierno. No tenemos una oposición que exija coordinación ofreciendo lealtad institucional. Por no tener, no tenemos ni siquiera números fiables de lo que está pasando

Foto: Foto de archivo: Reuters/Juan Medina.
Foto de archivo: Reuters/Juan Medina.
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Mira que la pandemia nos viene abriendo interrogantes. Pero es que hay uno que me tiene atrapado. ¿Cómo es posible que España haya alcanzado un éxito indiscutible en el proceso de vacunación y que, al mismo tiempo, ola tras ola, nuestro país destaque sistemáticamente entre las naciones con peores cifras frente a la enfermedad?

Lo cierto es que la magnitud del logro de las vacunas desarbola por completo la explicación inmediata de los malos datos. Demuestra que no carecemos de los recursos necesarios.

Nuestra capacidad material es, como mínimo, adecuada. Puede que no tengamos el mejor sistema sanitario del mundo como creíamos. Pero cuesta discutir que debemos estar en la zona alta de la tabla. Tenemos buenos profesionales. Tenemos una buena red hospitalaria. Y tenemos músculo logístico.

Foto: Militares de inmunización comienzan a vacunar en hospitales valencianos. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

A su vez, en cada una de las fases, la población española se ha comportado con una disciplina social ejemplar. Las normas se han respetado en todo momento. La contestación social ha brillado por su ausencia y no hemos visto ningún episodio de violencia. La respuesta a la llamada para vacunarse ha sido sencillamente masiva. Espectacular. Muchos, muchísimos, hemos preferido llevar mascarilla en exteriores cuando ni siquiera era obligatoria.

En términos de civismo, los españoles llevamos ya dos años comportándonos mejor que los ciudadanos de los países más desarrollados. Frente al covid, los alemanes o los daneses son unos anarquistas a nuestro lado.

Y, a pesar de todo, aquí estamos: en la zona cero por sexta vez. ¿Por qué? Si no es por capacidad material, si no es por irresponsabilidad de la población, solo puede ser porque la política no está funcionando.

En este país, el entorno político es tóxico y en esa toxicidad se nos revuelca, se nos alimenta

En España, la gestión no está respondiendo a criterios científicos como en Dinamarca, ni sanitarios como en Portugal, tampoco a la lógica económica como en el Reino Unido, sino al estricto interés de los actores políticos involucrados. El partidismo en la gestión de la crisis sanitaria es el hecho diferencial español y la causa principal de todos nuestros pesares.

En este país, el entorno político es tóxico y en esa toxicidad se nos revuelca, se nos alimenta y se nos refuerza una vez tras otra ese bicho mutante que nos devora el sueño, el bolsillo y la tranquilidad de ánimo.

No parece muy saludable para la nación esto de poner la supervivencia política de uno por delante de la protección de la vida y de la salud de los compatriotas, como viene haciendo Sánchez desde el primer minuto.

Lo curioso, en realidad lo tremendo, es que nuestra sociedad parece haberse acostumbrado a la constante insalubridad del poder ejecutivo. No es que se tolere, es que ya nos parece hasta parte del paisaje.

Foto: Foto: EFE/Antonio Lacerda.

Y como se ha naturalizado, como le venimos dando cada vez menos valor a la higiene política, casi nadie levanta una ceja porque los demás se comporten con igual frivolidad y parecido descaro, algo que también tendría que escandalizarnos.

¿Es normal que nos parezca normal que quienes nos representan renuncien al consenso frente al episodio más grave que ha vivido España en muchas décadas?

¿Es aceptable mirar hasta la enfermedad y la muerte con el cristal del color político?

Por lo visto sí. No pocos incluso celebran que las distintas administraciones se pongan zancadillas entre sí. Hemos llegado al punto en el que boicotear el entendimiento o la coordinación hasta se premia, como se aplauden las gestas de los héroes y los valientes en los momentos de dificultad.

Toda esta podredumbre moral tiene consecuencias directas cada vez que la pesadilla regresa. Condiciona, determina la gestión política hasta hacerla nefasta, emergencia tras emergencia.

La decisión de Moncloa parece consistir en ceder terreno a la enfermedad y poner la prioridad en que los servicios sanitarios no colapsen

Emergió ómicron y el gobierno sabía que España tiene la capacidad material necesaria para frenar el aumento de contagios. Pero, tras haber convertido el entorno político en un lodazal, supo también que aquí no se dan las condiciones necesarias para fraguar un consenso entre las distintas fuerzas políticas, ni para articular la imprescindible coordinación entre las distintas administraciones.

Por eso la decisión de Moncloa parece consistir únicamente en ceder terreno a la enfermedad y poner la prioridad en que los servicios sanitarios no colapsen. Y por eso puede haber desaparecido el gobierno generando esta impresión tan angustiosa de abandono general. Porque, después del no hacer, el no estar es una forma de evadir el desgaste ante la opinión pública.

El hecho de que un gobierno tome la decisión de renunciar a contener el aumento de contagios no es inocuo en términos sanitarios y tampoco económicos. Es un paso que conlleva costes mesurables que probablemente no se medirán. Sin embargo, lo más trascendente, está en el campo de la ética que siendo más intangible es todavía más vital.

Foto: Personal sanitario realiza test de antígenos en saliva en la Casa da Xuventude, en Ourense. (EFE/Brais Lorenzo)

Antes de dar un paso de tanta envergadura como levantarle las barreras a una enfermedad, a cualquiera, sea cual sea su gravedad estadística, toda democracia que se precie de serlo afronta la obligación de alumbrar un debate profundo.

Un debate adulto porque lo que está en juego es nada menos que el derecho a la salud de toda la población, la precisa definición del interés general en un momento crítico, y la credibilidad del sistema democrático entero a la hora de ser eficaz para proteger a sus ciudadanos desde un sencillo malestar hasta una sola muerte irreparable.

No tenemos ese debate. No tenemos gobierno. No tenemos una oposición que pida claridad y exija coordinación ofreciendo lealtad institucional. Por no tener, no tenemos ni siquiera números fiables de lo que está pasando. Tiramos el contador de velocidad y arrancamos los frenos, todo en orden.

Foto: Récord de contagios en España.

No tenemos los test al precio necesario. No tenemos quien nos atienda cuando nos autodiagnosticamos como positivos. Lo único que sí tenemos es a la ética en la UVI pero eso… bueno… eso no parece preocuparnos demasiado.

Es humano darle importancia a que lo personal caiga en asintomático. Pero también lo es preguntarse por el sufrimiento de quien no conocemos, por si esta explosión de contagios podría haberse evitado empleando un poco de racionalidad, por si de verdad no nos queda más remedio que sufrir hasta en la propia salud las consecuencias de que la vida pública se haya convertido en un estercolero.

Quedarnos en el "mal de muchos, consuelo de tontos", felicitarnos porque el tejido de nuestros pulmones está intacto mientras se corroe el tejido moral de nuestra sociedad, no pasa de ser un fracaso colectivo que nos degrada como comunidad y como individuos. No tendríamos que aceptarlo.

Mira que la pandemia nos viene abriendo interrogantes. Pero es que hay uno que me tiene atrapado. ¿Cómo es posible que España haya alcanzado un éxito indiscutible en el proceso de vacunación y que, al mismo tiempo, ola tras ola, nuestro país destaque sistemáticamente entre las naciones con peores cifras frente a la enfermedad?

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