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Boris Johnson, Trump y lo que vendrá: así es como terminan los líderes narcisistas
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Boris Johnson, Trump y lo que vendrá: así es como terminan los líderes narcisistas

¿Qué define a estos líderes en su hora de la verdad? El máximo desinterés por los demás, por el crédito de la democracia, por el país como Trump o por el partido como Johnson

Foto: Jens Stoltenberg, Boris Johnson y Donald Trump. (Reuters)
Jens Stoltenberg, Boris Johnson y Donald Trump. (Reuters)

Los analistas británicos coinciden hasta casi la unanimidad: el recorrido de Boris Johnson está terminado. Los más benévolos señalan que ha perdido el volante de su destino, sostienen que es cuestión de tiempo. Y todos los demás apuntan a que la próxima publicación del informe independiente sobre lo acontecido en Downing Street debería dictar una sentencia que solo una precipitación de la crisis ucraniana podría anular o postergar. ¿Qué podríamos aprender de esta historia?

Podríamos confirmar lo que la vida no se cansa de enseñarnos, que el tiempo es caprichoso. Es curioso, el mes de enero de dos años consecutivos marca el hundimiento de los dos emblemas del nacionalpopulismo, del gamberrismo y del ejercicio narcisista del liderazgo político. Las caídas de Trump en 2021 y de Johnson en 2022 guardan algunos elementos comunes que pueden ser útiles para anticiparnos el provenir.

Cierto es que las diferencias entre ambos procesos son notables. No cabe comparación entre el golpe del Capitolio y ningún escándalo político, por grande que sea. Es distinto tensar hasta el límite las costuras del Estado que probar los límites de resistencia de tu propio partido. No es lo mismo denunciar un fraude electoral imaginario perpetrado por unos enemigos imaginarios que convertirte en tu propio enemigo por tu propia negligencia y mediocridad. La lista de elementos distintos puede alargarse mucho, sin embargo…

Foto: Los asaltantes, en el interior del Capitolio de los Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo)

Sin embargo, cabe argumentar que todo lo anterior puede encuadrarse en lo circunstancial y que tiene sentido poner el énfasis en lo esencial, esto es, el material humano. La forma de ver el mundo de quienes sufren un trastorno narcisista de la personalidad permite explicar su manera de hacer política y adelantarse a su modo de abandonar el poder.

Este trastorno está cada vez más presente en las élites políticas y económicas, pero también en nuestros propios entornos, porque la sociedad lo incentiva y no lo castiga. Todos tenemos alguno cerca. Saltan a la vista.

La prestigiosa Cínica Mayo refleja algunos de estos síntomas: sentido exagerado de prepotencia, necesidad de una admiración excesiva y constante, demanda de que se les reconozca su superioridad incluso sin logros que lo justifiquen, exageración de logros y talentos, fantasías acerca del éxito, creer que son superiores y que solo pueden vincularse con personas tan especiales como ellos, incapacidad o falta de voluntad para reconocer las necesidades y los sentimientos de los demás, sacar ventaja de los demás para lograr lo que desean, dificultades para aceptar cualquier cosa que consideren una crítica

La mentira y la propaganda se convierten en moneda corriente porque necesitan distorsionar la realidad

La llegada al poder de un narcisista es cualquier cosa menos irrelevante. Las consecuencias llegan pronto y no son positivas para el cuerpo social porque su inestabilidad emocional les impide funcionar y hacer que las cosas funcionen adecuadamente.

Su autoimagen de superioridad les lleva a desdeñar la propia coherencia discursiva y práctica, también a despreciar a las instituciones y a los límites tácitos o explícitos, porque no pueden soportar la distancia que va desde los impulsos hasta el proceder político adulto. Se ven con derecho a todo.

La mentira y la propaganda se convierten en moneda corriente porque necesitan distorsionar la realidad hasta hacerla encajar con su estado emocional.

El empobrecimiento de los equipos es inmediato porque no son capaces de tolerar puntos de vista diferentes. Por eso son tan frecuentes las reacciones de ira y el afán de sometimiento.

La posibilidad de entendimiento con los rivales políticos se restringe porque la degradación y el desprecio al contrario les resultan imprescindibles como mecanismo de autoafirmación. El mejor de los acuerdos les parece peor que una mala sumisión.

placeholder El primer ministro de Reino Unido en uno de sus paseos matutinos junto a su perro. (Reuters)
El primer ministro de Reino Unido en uno de sus paseos matutinos junto a su perro. (Reuters)

Inevitablemente, todos estos elementos que trae de serie el líder narcisista acaban dañando a la salud de la democracia y al propio desempeño de su Gobierno.

Como siempre se subordinan los hechos y la racionalidad política al tribalismo y al cesarismo, siempre termina generándose un contraste demasiado obvio entre la envergadura de las metas vendidas y el tamaño de los logros obtenidos. Un contraste que las crisis, más todavía la pandémica, solo pueden acrecentar.

Y así hasta que irrumpe el momento desencadenante: el estallido del escándalo para Boris Johnson, el resultado electoral para Trump. Lo que sea.

En ese instante, comienza la zona de peligro crítico. Ya es imposible aplazar la colisión de la realidad con la autoimagen. Así que el narcisista pretende el levantamiento inmediato de una realidad distinta, a la medida.

Foto: El primer ministro Boris Johnson en sesión de control. (Reuters)

¿Cómo se comporta el 'establishment' cuando el hundimiento llama a la puerta del líder narcisista? Los interesados, los aduladores abandonan el barco y empiezan a jugar a la contra sin haber avisado. Estaban hasta el gorro, hartos de tanta prepotencia y tanta amenaza.

¿Cómo actúa la tribu, los que tanto han aplaudido? Casi todos se inhiben. Cansados unos, asustados otros y aburridos los demás. Quedan algunos haciendo ruido, vociferando. Lo que se emite parece una parodia del pasado. Esa imagen imprime en el público la sensación de que el cuento se ha acabado.

¿Cómo se mueven los que están al lado? Ni pestañean. Nadie se atreve a señalar que el punto de no retorno ha quedado rebasado, que la escapada ha terminado.

La soledad se hace completa. La fantasía de la adoración perpetua e incondicional cruje a punto de saltar y de hacerse añicos. El aire se torna irrespirable.

Lo importante es que alguien dice "hasta aquí hemos llegado". Cae el telón de un final a escala bíblica, feo y terrible, cutre, irracional

¿Qué define a estos líderes en su hora de la verdad? El máximo desinterés por los demás, por el crédito de la democracia, por el país como Trump o por el partido como Johnson, desde luego por los más cercanos. El mundo empieza y termina donde su espejo comienza y finaliza, no cabe más.

¿Hasta dónde son capaces de llegar? Hasta el final. Primero, el ritmo de las mentiras se hace más compulsivo. Segundo, las maniobras de distracción se suceden como espasmos. Tercero, lo que sea para ganar tiempo. Y, cuarto, lo que haga falta. Las reglas no existen, la velocidad de los acontecimientos se multiplica. Si le quedan fuerzas, prepárate porque lo inesperado acaba llegando. El órdago final vendrá forzado.

¿Quién acaba con la locura? Los hombres de negro. Pueden ser de tu partido como está ocurriendo en Gran Bretaña. Pueden ser más poderosos como pasó en Estados Unidos. Y hasta podrían ser otros, da igual. Lo importante es que alguien dice “hasta aquí hemos llegado”. Cae el telón de un final a escala bíblica, feo y terrible, cutre, completamente irracional. Y nadie es feliz.

Nadie porque la vida sigue. Esta especie de líderes es de las que dejan el legado de la división en las sociedades, de la desnaturalización en sus partidos y del mal ejemplo para las futuras generaciones. La tragedia es completa porque ni siquiera el narcisista ha llegado a ser feliz nunca. Nada puede parecerle suficiente. Así que todo el daño es completamente inútil. Una pena.

Los analistas británicos coinciden hasta casi la unanimidad: el recorrido de Boris Johnson está terminado. Los más benévolos señalan que ha perdido el volante de su destino, sostienen que es cuestión de tiempo. Y todos los demás apuntan a que la próxima publicación del informe independiente sobre lo acontecido en Downing Street debería dictar una sentencia que solo una precipitación de la crisis ucraniana podría anular o postergar. ¿Qué podríamos aprender de esta historia?

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