Es noticia
Así perderemos esta guerra y lo que vendrá después
  1. España
  2. Crónicas desde el frente viral
Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

Por

Así perderemos esta guerra y lo que vendrá después

El mundo en que crecimos está disolviéndose rápidamente, y lo más grave no es que esta guerra esté perdida, tampoco que después puedan venir más, ni siquiera la aceleración de la decadencia occidental

Foto: Soldados del ejército ruso, a bordo de un vehículo blindado en Ucrania. (EFE)
Soldados del ejército ruso, a bordo de un vehículo blindado en Ucrania. (EFE)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Los expertos pronostican que esta fase de guerra relámpago concluirá pronto con la instalación de un gobierno títere tras la caída de Kiev. Calculan que morirán decenas de miles de civiles y que habrá hasta un millón de refugiados en la frontera polaca. Dan por hecho que el ejército ruso aplicará pronto una purga sobre la sociedad civil ucraniana, creen que la lista ya está escrita con el objetivo de evitar cualquier posible levantamiento posterior, y descuentan que se ejecutará a sangre y fuego. Putin ganará esta ofensiva, eso está fuera de toda duda. La duda está en si el conflicto se enquistará. Y la incógnita, en si la guerra se extenderá.

El riesgo de que Ucrania se convierta en la nueva Siria es real. Los invadidos están bastante armados y cuentan con 215.000 efectivos profesionales. Si ese ejército no es embolsado y aniquilado, si encuentra alguna línea de defensa, el paso a la guerra de guerrillas es plausible. Calle a calle, guerrilla urbana. Se estima que para impedir que esto suceda hará falta el empleo de 600.000 soldados rusos. Solo así podrían consolidarse los avances logrados e impedir el contragolpe, la cronificación armada.

La amenaza de que esta guerra desborde las fronteras ucranianas está abierta. Primero, porque puede producirse algún tipo de accidente que termine desencadenando la entrada de la OTAN. Y segundo, porque nadie sabe dónde está el punto final que Putin puso en su plan. No es prudente descartar la posibilidad de que nos encontremos en un escenario tipo 1938. Esto puede ir a más, tal y como temen las naciones bálticas.

Foto: Daños en los edificios de una zona residencial de Kiev tras los bombardeos rusos. (Getty/Chris McGrath)
TE PUEDE INTERESAR
La lucha llega a las calles de Kiev y Rusia asegura haber tomado Melitopol
J. B. P. B. B. T. A. R. Á. F. C. A. A. Infografía: Rocío Márquez y Laura Martín

La diferencia existencial está en que ahora hay armamento nuclear sobre el teatro de operaciones. Putin ya ha amenazado con darle uso si las naciones democráticas mueven ficha. Y, mientras tanto, nosotros los occidentales seguimos ignorando el dicho ruso: "si te pones a bailar con un oso, no eres tú sino el oso quien decide cuándo termina el baile". Bailamos.

Estamos descartando la intervención militar. Y vemos en las sanciones económicas la única opción de plantarle cara a esta invasión. Y, al hacerlo, cometemos tres errores: la confusión, la división y la incoherencia.

Caemos en la equivocación, muy occidental por cierto, de creer que el adversario vivirá la penuria como la viviríamos nosotros. Aquí una situación de escasez puede derrumbar a cualquier gobierno porque la opinión pública pesa y porque estamos acostumbrados a unos niveles de vida que creemos adquiridos de nacimiento. Allí la privación está tan presente en la historia como en las biografías de todas las generaciones; la capacidad de sacrificio es mayor porque no han conocido otra cosa.

Foto: Tubo de gas de la empresa Gazprom. (iStock)
TE PUEDE INTERESAR
Gazprom, la navaja oxidada con la que Putin atraca con éxito a Europa año tras año
Antonio Villarreal Gráficos: Darío Ojeda Infografía: Rocío Márquez

Es ingenuo aventurar que el malestar de los hogares rusos sirva para derrocar automáticamente a Putin. Esa cadena de consecuencias es poco frecuente bajo cualquier autocracia.

Por otro lado, hay consenso en las naciones europeas respecto a los puntos adecuados de presión económica. Pero también hay un disenso interesado en cuanto a la graduación de la ofensiva económica. La manera fina de decirlo es "interdependencia". La cruda está en los dividendos.

Sabemos cuáles son los bancos a los que habría que imponer sanciones —Sberbank donde tienen cuenta uno de cada dos rusos y GazpromBank que es la entidad que canaliza el dinero del petróleo y el gas—.

Sabemos quiénes son los oligarcas que deben ser castigados y cuáles son las exportaciones que deben controlarse —por ejemplo los chips para telecomunicaciones e industria petrolífera—.

Foto: EC.

Y sabemos que, a pesar de toda la financiación que Putin seguirá recibiendo desde China, la desconexión de Rusia del sistema de pago SWIFT infringiría un daño sistémico al país del agresor.

Pero sabemos, además, sobre todo sabemos, que esas sanciones impuestas a Rusia no tienen efectos unilaterales, que dañarán nuestro propio horizonte económico con toda seguridad. Y no nos sobra disposición para adentrarnos en un escenario de recesión combinado con alta inflación.

¿Qué gobierno occidental está dispuesto a pedir hoy a su población un sacrificio económico considerable a cambio de frenar a un sanguinario autócrata y de mostrar solidaridad con el pueblo ucraniano? Ninguno.

Ninguno porque cada uno de nosotros considera tolerable que leguemos a nuestros hijos un mundo dañado por el cambio climático, un país con una democracia menguante y una economía endeudada hasta las trancas que caerá sobre la espalda de quienes nos sucederán.

El 11-S quebró la autopercepción de invulnerabilidad occidental

La impresión de abandono que hoy sienten los ucranianos no debería resultarnos nueva, es la misma que vivieron nuestros abuelos y nuestras abuelas cuando aquí hubo un golpe militar y las naciones civilizadas miraron hacia otro sitio. Aquella indiferencia es hermana de esta y las dos son hijas de la debilidad en las convicciones democráticas.

El mundo en que crecimos está disolviéndose rápidamente. Después de la Guerra Fría, la democracia se quedó sin alternativa y la creímos garantizada. Fue así como terminó el siglo XX. Creímos entonces que era el fin de la historia, pero no. En la centuria 21 lo que se decide es si la experiencia democrática es una conquista sólida o un paréntesis histórico. Y no vamos bien.

El 11-S quebró la autopercepción de invulnerabilidad occidental. Puso fin a la hegemonía simbólica global y nos llevó a quebrar el multilateralismo.

Foto: La Plaza Roja de Moscú. (EFE/Ignacio Ortega)

La crisis de 2008 golpeó la legitimidad material del sistema al castigar a las clases medias y desató la peste del populismo y la crispación que ha carcomido el respeto a los usos y costumbres democráticos y también a los demás. Sobre no pocos de nuestros representantes políticos cae la sospecha de estar a sueldo de Moscú.

La pandemia ha puesto en tela de juicio la legitimidad funcional de las democracias porque con ella han emergido carencias en la gestión y un desprecio al valor de la vida humana que resulta difícil de tolerar.

Ahora la guerra de Ucrania supone otra vuelta de tuerca, parecida en el fondo a la triste salida de Afganistán pero en la puerta de nuestra casa. Nos sitúa ante la dificultad cierta de sostener que la democracia representativa —el mayor de los logros alcanzados nunca por la humanidad— es algo permanente, universal y moralmente superior. No lo es para los iliberales y esa es la línea de tensión sumergida en el fondo de esta época. Son más. Son competitivos económicamente. Y no van por detrás en lo tecnológico.

Nos hemos extraviado por habernos olvidado de lo difícil que fue levantar todo esto y de lo fácil que es volver a derrumbarlo

¿Qué nos queda? Debería darnos vergüenza que se hayan manifestado más personas contra esta guerra en Rusia que en nuestras ciudades. Pero ya hemos llegado al punto en el que hasta esto nos da igual.

Por eso lo más grave no es que esta guerra esté perdida, tampoco que después puedan venir más, ni siquiera la aceleración de la decadencia occidental que ya está en curso.

Lo peor es que nos hemos perdido a nosotros mismos, que nos hemos extraviado por habernos olvidado de lo difícil que fue levantar todo esto y de lo fácil que es volver a derrumbarlo.

El bueno de Stefan Zweig nos dejó escrita hace cien años algo más que una crónica. La Viena que nos regaló es una profecía.

Los expertos pronostican que esta fase de guerra relámpago concluirá pronto con la instalación de un gobierno títere tras la caída de Kiev. Calculan que morirán decenas de miles de civiles y que habrá hasta un millón de refugiados en la frontera polaca. Dan por hecho que el ejército ruso aplicará pronto una purga sobre la sociedad civil ucraniana, creen que la lista ya está escrita con el objetivo de evitar cualquier posible levantamiento posterior, y descuentan que se ejecutará a sangre y fuego. Putin ganará esta ofensiva, eso está fuera de toda duda. La duda está en si el conflicto se enquistará. Y la incógnita, en si la guerra se extenderá.

Conflicto de Ucrania Ucrania Vladimir Putin OTAN
El redactor recomienda