Crónicas desde el frente viral
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Termina la peor campaña de la historia
Cuando pasen las elecciones, lo más probable es que no cambie nada. De manera que, a menos que exijamos otra cosa, a la próxima se batirá de nuevo el récord
Es curioso, pocas casas encuestadoras han venido reflejando sus estimaciones de participación en los sondeos. Esa ausencia tiene su importancia. La hipótesis del volumen de ciudadanos que finalmente votarán es central en la cocina demoscópica. Y parece que nadie lo tiene demasiado claro.
Conviene prestar atención a ese factor. Por debajo del 45% de participación, se pueden coger todas las encuestas y depositarlas cuidadosamente en la papelera. Bajo ese umbral, entraríamos en territorio desconocido porque, sin seis de cada diez votantes, no hay manera de saber quiénes son los que se han desmovilizado más.
Es verdad que la temperatura de la polarización está en máximos. Pero también es verdad que hay fatiga ciudadana porque venimos de tres campañas. Además, la campaña no está siendo interesante, ni siquiera entretenida. Y en esta cita suele participarse mucho menos que en las demás.
El escenario apuntado puede producirse si hacemos el histórico. En 2019 las europeas coincidieron con otras urnas, así que ese año no sirve como elemento comparativo. En 2004 estuvo en el 45,1, en 2009 en el 44,9 y en 2014 en el 43,8%.
Los avances de participación nos irán poniendo sobre la pista, y de cara a esos tiempos muertos quizá merezca la pena preguntarse si la campaña electoral que acabamos de sufrir ha contribuido a que los votos sean pocos en una cita tan importante.
No debería extrañarnos demasiado que la mala política acabe generando malas campañas electorales. Es lo que nos está pasando. La degradación democrática de nuestra política se refleja, nítidamente, en cómo los políticos nos están pidiendo el voto.
Básicamente, el argumento con el que nos piden la confianza quienes aspiran a representarnos es hoy el siguiente: "vótame para que tenga muchos votos, más que mis enemigos". No es lo más edificante. Pero creo necesario reconocer que quienes tenemos la responsabilidad de expresarnos en los medios no somos del todo inocentes, hemos permitido que esa lógica centre la conversación electoral.
Lo llaman "estrategia", aunque no sea más que una ensalada de intoxicaciones transmitidas desde las sedes de los partidos
Por alguna razón que no alcanzo a comprender, las disquisiciones estratégicas de quienes nunca han estado en la cocina estratégica de ningún partido monopolizan la información y el análisis transmitido a los ciudadanos.
En las tertulias, lo llaman "estrategia", aunque no sea más que una ensalada de intoxicaciones transmitidas desde las sedes de los partidos a los creadores de opinión por medio del WhatsApp.
Y la "estrategia" está eclipsando al resto del debate público, empezando por lo sustancial. Nunca se ha hablado menos de política que en esta campaña electoral.
Ya hemos normalizado el hecho de que elementos completamente ajenos a lo que se decide en las urnas puedan convertirse en asuntos de carácter electoral.
Teniendo como tenemos una guerra en la frontera europea, permitimos que la atención se traslade a banalidades. Extrapolamos, por ejemplo, los resultados a unas eventuales generales olvidando que el domingo podrían votar cinco millones de españoles menos. Y después hacemos cábalas respecto al futuro de los distintos líderes, como si fuese más importante que el destino común.
Lamento que el PSOE haya permitido que comportamientos poco éticos y estéticos puedan convertirse en material de campaña
Esa obsesión con el personalismo que define a nuestra vida pública perjudica la salud de nuestra democracia porque diluye al sujeto colectivo —la sociedad—, para reclutarnos forzosamente en tribus de rojos o azules, y someter nuestra razón al capricho del cesarismo tóxico.
Hay veneno en la intención peronista que se le transparenta al sanchismo de limpiar con votos las actividades de Begoña Gómez que no han sido explicadas. Veneno de impunidad, porque los juicios no se sentencian en las urnas sino en los tribunales bajo el principio de igualdad ante la ley de todos los españoles.
Lamento que el Partido Socialista haya tocado fondo al permitir que comportamientos poco éticos y estéticos puedan convertirse en material de campaña pop. Eso es tan populismo como el kirchnerismo y el trumpismo.
También hay riesgo en instrumentalizar las relaciones internacionales del país, que son cuestión de Estado, con propósitos meramente electorales. Entristece, molesta y enfada preguntarse si las crisis con Argentina y con Israel se habrían abierto si no hubiese urnas en el calendario.
Y hay peligro, un peligro sobre el que nadie está hablando, en darle oxígeno y brío a la extrema derecha mientras uno dice que la combate. Si la voluntad fuese cierta, si el compromiso fuese auténtico, el sanchismo no podría hacer demasiados distingos entre Milei y Meloni. Pero los hace. Quien se hace paredes con Abascal y calla con Meloni no puede dar a nadie lecciones de progresismo.
Confío en que Sánchez le dirá a la cara de Meloni el "No pasarán" con el que su candidata ha hecho gerracivilismo en una cita electoral europea.
Son muchos los puntos débiles y las incoherencias de esta campaña socialista. Sin embargo, ha sido la más eficaz de todas de entre el suspenso general. Entre otras cosas, porque nadie ha sabido plantarle cara.
No hay en todo el continente europeo una extrema derecha más vaga que la dirigida por Abascal. Normal que surja 'Se acabó la fiesta'
Todavía no sé para qué me está pidiendo el PP el voto. Me están llamando a la movilización, me están diciendo que tengo que responder. Llámenme raro, pero me gustaría que, en lugar de tratarme como un soldado, me explicasen lo que me pueden ofrecer. Si cuando voy a una tienda me tratan como cliente, cuando voy a votar deberían tratarme como ciudadano.
Yo, que soy un votante pertinaz, llevo semanas buscando a quién me dé una razón sensata para votar. Me he encontrado muchas razones para no votar a otros, y ningún motivo relacionado con lo que se decide este domingo.
Las de Sumar, por lo menos, han sido las más claras. Su mensaje es "a la mierda". Y parece claro que los españoles tenemos la intención de devolverles la llamada en las urnas.
Los de VOX, como es costumbre, han vuelto a ser los más perezosos y han estado desaparecidos, echándose una siesta bíblica, desde que Milei les hizo el trabajo.
Es curioso lo de ese partido, han batido el récord de Podemos, han tardado todavía menos desde que se presentaron como bravo partido impugnatorio, hasta que han echado tripa como organización envejecida y acomodada.
No hay en todo el continente europeo una extrema derecha más vaga que la dirigida por Abascal. Por eso es normal que surja 'Se acabó la fiesta', un fenómeno que unos comparan con Ruiz-Mateos, pero que, de saque, dejará la derecha fragmentada en tres mientras el sanchismo cultiva el monopolio en la izquierda.
Termina la peor campaña que ha visto la historia de nuestra democracia. Y, cuando pasen las elecciones, lo más probable es que no cambie nada. De manera que, a menos que exijamos otra cosa, a la próxima se batirá de nuevo el récord.
Es curioso, pocas casas encuestadoras han venido reflejando sus estimaciones de participación en los sondeos. Esa ausencia tiene su importancia. La hipótesis del volumen de ciudadanos que finalmente votarán es central en la cocina demoscópica. Y parece que nadie lo tiene demasiado claro.
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