Crónicas desde el frente viral
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Kamala Harris: el factor humano
Los demócratas pueden sentirse satisfechos, incluso orgullosos, pero no confiados. La próxima cita importante es el 10 de septiembre: el primer cara a cara Trump-Harris
Conclusión: Kamala es una candidata aceptable, pero no deja de ser un cartel electoral de circunstancias frente a una bestia parda. Y eso es algo que ni siquiera ha podido ocultar del todo una convención diseñada al milímetro para ella y prácticamente perfecta.
¿Ha cumplido Harris con las expectativas? Mi impresión es que no ha tirado el listón, que ha pasado el salto, aunque lo ha dejado temblando. Veremos qué ocurre porque a partir de aquí empiezan las curvas y porque Trump, por muy tocado y perdido que se le vea ahora, puede acabar retomando su versión más eléctrica.
Las campañas electorales tienen algo que no puede evitarse: por muy bueno que sea el equipo, por muy bien pensada que esté la estrategia, por muchos recursos que tengas, siempre acaba llegando al menos un momento —generalmente el más decisivo— en el que se impone el factor humano.
Kamala Harris no tiene la talla que Biden mostró en 2020, tampoco la de Obama en 2008 y 2012, ni la de Bill Clinton en 1992 y 1996; probablemente, no llegue a la de Hillary en 2016. Sin embargo, está rodeada de un equipo mejor que el de todos sus antecesores. Y, precisamente por eso, el Partido Demócrata tiene opciones de cara a las urnas de noviembre.
Esta campaña será de confrontación que irá más allá del terreno personal, que es donde Trump tiene eficacia probada
Su partido tiene un aparato capaz de leer el sentir de la sociedad, de interpretarlo, de generar el mensaje idóneo y de aplicarlo a escala territorial y digital. Y es, además, una factoría de emociones con mayor talento y potencia de fuego cultural que cualquier otra industria del entretenimiento.
Y ella no carece de virtudes. Es dura. Tiene el espinazo que solo tienen quienes no lo tuvieron todo y lograron el éxito a base de tesón. Vista así, resulta más que adecuada para el relato que los suyos pretenden desplegar.
Esta campaña será de confrontación, sí o sí, sin piedad. Pero veremos un choque que irá más allá del terreno personal, que es donde Trump tiene eficacia probada. Habrá choque de emociones con los demócratas ubicándose en el polo positivo. Habrá choque de imaginarios con los de Kamala, recuperando la tradición patriótica que puede leerse en los versos de Walt Whitman. Y habrá, también, un choque ideológico frontal.
La vuelta al obrerismo implica mucho más que un ajuste táctico, es un cambio de estratégica que va a la raíz: las clases medias
La lectura reposada del discurso de clausura así lo evidencia. El Partido Demócrata ya no aspira únicamente a lograr una alianza de minorías, retoma de nuevo la cuestión de clase.
Como acaban de demostrar los laboristas británicos, el identitarismo —que durante tiempo ha fascinado y tenido secuestrada a la izquierda— puede valer en el terreno abstracto de la superioridad moral, pero no sirve para llenar la nevera. Y, como en Europa, son muchas las neveras de las clases medias norteamericanas, mucho menos llenas que antes. La vuelta al obrerismo implica mucho más que un ajuste táctico —reconectar con los trabajadores blancos menos formados—, conlleva una reorientación estratégica que va a la raíz del asunto: las clases medias, allí como aquí, han dejado de poder vivir con un mínimo de tranquilidad garantizada, se sienten justificadamente amenazadas.
Recuperar el principio de protección, también el derecho que cada ciudadano debería tener a contar con una oportunidad en la vida, es reactivar la función central del Partido Demócrata en unas elecciones que podrían definir la viabilidad de la democracia estadounidense.
El ticket Harris-Waltz es una oferta electoral mucho más izquierdista que la planteada por los demócratas en elecciones anteriores
Con sorprendente extensión y contundencia, el texto también plantea un choque rotundo frente al país cerrado que el trumpismo plantea en la arena internacional. El contraste es claro respecto a Ucrania, donde el republicanismo rema para el putinismo. Y las diferencias sobre Oriente Medio son indiscutibles: sí a la democracia israelí, sí a combatir el terrorismo de Hamás, y sí tanto al humanitarismo como a la autodeterminación del pueblo palestino.
La letra entera del discurso plantea una oferta electoral mucho más izquierdista que la planteada por los demócratas en elecciones anteriores. La propia elección de Waltz como candidato a vicepresidente refuerza esa apuesta. Sin embargo, hay un par de cosas que no encajan. Es normal, claro. Todo ha ido tan deprisa que todavía quedan pliegues y fricciones que convendrá limar lo antes posible.
La primera es la música. Uno lee el texto y ve la partitura de los discursos de Obama. Se aprecian los mismos recursos: los solos de carácter emocional, las elevaciones que concluyen con frases redondas, el principio de repetición y retroalimentación que define al gospel. Ese parecido tan notable resta eficacia discursiva. Kamala Harris no dispone todavía de un discurso político propio y original. No tiene mucho tiempo que perder: lo necesita. Necesita algo genuino, reconocible y no reciclado.
Kamala Harris no tiene las dotes actorales de ninguno de los Obama. Maneja pocos tonos, y es de una rigidez física extrema
La segunda disonancia se aprecia con el visionado del discurso, con la interpretación. Cualquiera que compare lo que se ve en el papel y en la televisión llegará a la conclusión de que el texto es mejor que la ejecución, y eso no es culpa de la candidata, es responsabilidad del equipo narrativo. Kamala Harris no tiene las dotes actorales de ninguno de los Obama. Maneja pocos tonos, tiene un timbre de voz tan poco trabajado, como poco agradable y es de una rigidez física extrema sobre el escenario.
Quienes han redactado el texto parecen haber olvidado que sería leído por alguien mucho menos rodado y magnético que sus predecesores. Señalar este aspecto no es poner la lupa sobre una cuestión técnica, sino sobre una clave primordial. Lo primero que debe transmitir un discurso es autenticidad. La autenticidad, más todavía cuando te enfrentas a un tipo que podrá gustar más o menos, pero que siempre es de verdad, se logra adaptando el texto a la persona y no forzando al candidato a someterse a las palabras como si fueran una camisa de fuerza.
Los demócratas pueden sentirse satisfechos, incluso orgullosos, pero no confiados. Queda mucho trabajo por delante, muchos ajustes por llevar a cabo y una cita marcada en el calendario: 10 de septiembre, primer debate Kamala-Trump. Aquí lo contaremos si el tiempo y las autoridades lo permiten.
Conclusión: Kamala es una candidata aceptable, pero no deja de ser un cartel electoral de circunstancias frente a una bestia parda. Y eso es algo que ni siquiera ha podido ocultar del todo una convención diseñada al milímetro para ella y prácticamente perfecta.