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'President' Torra: la 'chienlit' se apodera de Cataluña
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Isidoro Tapia

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'President' Torra: la 'chienlit' se apodera de Cataluña

Quizá la traducción más exacta de 'chienlit' sea 'carajal', exactamente eso es lo que ha terminado por hacer el Gobierno español

Foto: El candidato de JxCAT a ser investido presidente de la Generalitat, Quim Torra. (EFE)
El candidato de JxCAT a ser investido presidente de la Generalitat, Quim Torra. (EFE)

En su reciente libro sobre el mayo del 68 francés ('El nacimiento de un nuevo mundo'), González-Férriz recuerda una esclarecedora anécdota sobre Charles de Gaulle. En mitad de la revuelta, con el barrio latino de París ardiendo noche tras noche, el viejo general se empeña, para estupefacción de su Gobierno, en mantener un viaje programado a Rumanía. “La visita es demasiado importante”. Rumanía está tanteando una vía intermedia entre el bloque soviético y el americano, y la 'grandeur' francesa es demasiado arrogante para perder la oportunidad de incrementar su influencia. A su regreso a Francia, a De Gaulle le preguntan por las revueltas de los estudiantes: reconoce que tal vez haya que atender algunas de sus reivindicaciones, pero que no puede permitir que el caos se apodere de Francia. “La réforme, oui; la chienlit, non”.

Foto: Ilustración: Raúl Arias
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'Chienlit' no tiene una traducción exacta en español. Significa 'caos' o 'mascarada'. Aunque su etimología exacta es 'cagarse en la cama', una conducta que representa la culminación de no hacer nada, de la pasividad como actitud vital. Quizá la traducción más exacta sería 'carajal'. Exactamente eso es lo que ha terminado por hacer el Gobierno español: después de que fracasasen todos sus planes, ha decidido lavarse las manos y dejar en Cataluña un fenomenal carajal. Al contrario de lo que hizo De Gaulle, Rajoy ha elegido 'chienlit'.

¿Por qué digo que la situación en Cataluña es un carajal? Porque de todas las opciones posibles, hemos terminado con una de las peores. Al frente de la Generalitat habrá no un independentista con una tonalidad intermedia, no un nuevo Gobierno que busque tender puentes y recuperar espacios comunes. Habrá un supremacista étnico que toma posesión de su cargo en abierto desafío al Estado. En su discurso de investidura, Torra ha prometido la “construcción de un país con la máxima radicalidad posible”. Ha asegurado que en España hay “presos políticos y exiliados”. Es cierto que Torra buscaba hacer méritos para granjearse el apoyo de la CUP. Eso explicaría su discurso del sábado, no sus tuits y artículos supremacistas de los últimos años. Fue Charles de Gaulle quien dijo: “Patriotismo es poner delante el amor a tu pueblo; nacionalismo es poner delante el odio a otros”. Por los calificativos que ha dedicado estos años a los “españoles que viven en Cataluña”, Torra pertenece sin duda a la segunda categoría.

Hay algo más peligroso que un fanático, y es un fanático gregario, dócil, de cerviz blanda: Torra ha aceptado incluso las exigencias más humillantes de Puigdemont, como la de no utilizar el despacho presidencial. Torra, según se presenta él mismo, es un candidato provisional, encargado de mantener encendido el pebetero hasta que el verdadero príncipe Puigdemont sea repuesto en su trono. No hace falta bucear demasiado en la historia, o en el mundo animal, para comprobar que, efectivamente, son los gregarios que merodean a las abejas reinas los que tienen más capacidad de hacer daño.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Podía haberlo evitado Rajoy? ¿Hay algo que pueda hacer todavía? En mi opinión, hay indicios de sobra que indican que Rajoy ha aceptado la investidura de Torra como el menor de los males. El Gobierno podía haber recurrido la decisión del voto delegado de los fugados Puigdemont y Comín, imprescindibles para alcanzar los 66 votos favorables que harán presidente a Torra. Podía también, después del discurso de Torra en la primera sesión de investidura, haber recurrido al Tribunal Constitucional. O haber ordenado a la Fiscalía pedir medidas provisionales. Es obvio que ninguna de estas medidas tiene garantizado su éxito: tampoco lo tenía el recurso preventivo a la investidura no presencial de Puigdemont, que se hizo con el informe contrario del Consejo de Estado. Si el Gobierno de Rajoy ha decidido cruzarse de brazos y quedarse en la cama, si ha elegido 'chienlit', es sencillamente porque han fracasado todos sus planes alternativos. Y a estas alturas, ya no tenía más planes con los que seguir navegando.

Hay indicios de sobra que indican que el presidente del Gobierno ha aceptado la investidura de Quim Torra como el menor de los males

La aplicación del art. 155 por el Gobierno de Rajoy no fue en realidad un golpe en la mesa sino un simple desiderátum: barajar de nuevo las cartas, con la esperanza de que unas elecciones anticipadas cambiasen la mayoría parlamentaria en Cataluña. El plan A era que los independentistas perdiesen su mayoría absoluta y se viesen obligados a rectificar. Este plan fracasó porque el 20-D los independentistas conservaron, aunque por la mínima, una mayoría por encima de los 68 diputados (entre JxCAT, ERC y la CUP suman 70 diputados).

El plan B (en realidad, el B y el C, como veremos a continuación) era que, aunque los independentistas mantuviesen su mayoría, fuese al mismo tiempo posible una mayoría alternativa, transversal, que tentase a ERC o a los sectores más moderados de la vieja CiU para reconducir el proceso soberanista hacia un estadio distinto, por ejemplo hacia un nuevo concierto económico. Seguramente el escenario preferido por Rajoy (el plan B) era que esta mayoría transversal sumase a los comunes y ERC (lo que parecía cocerse en la famosa 'cena de Roures'). ¿Por qué? Porque nada favorece electoralmente más a los populares que el protagonismo de Podemos en la vida política española. Con un Gobierno de izquierda radical en Cataluña, no solo se desactivaría el debate soberanista, sino que el PP recibiría viento de cola para afrontar el próximo ciclo electoral.

El plan C no disgustaba a Rajoy: no solo cambiaba el tercio en Cataluña, sino que en la escena nacional permitía a los populares atizar a los socialistas

El plan C era una mayoría alternativa distinta, que incluyese a los socialistas. Por ejemplo, la reedición del tripartito de izquierdas. O lo que se conoció como la operación Borgen: una situación de bloqueo que hiciese presidente a Iceta. El plan C tampoco disgustaba a Rajoy: no solo cambiaba el tercio en Cataluña, sino que en la escena nacional permitía a los populares atizar a los socialistas, sacar el espantajo del tripartito catalán de izquierdas que tantos réditos electorales le reportó en su momento a Aznar.

También había un plan D: si era inevitable otro Gobierno independentista, al menos que lo liderase ERC, que había dado muestras de mayor pragmatismo (o al menos, de albergar alguna duda) durante los meses que condujeron al estallido del proceso soberanista.

Pero ni el plan B, ni el C ni el D superaron la aritmética electoral: pasaron dos hechos imprevistos en las elecciones del 20-D. El primero, que el voto constitucionalista (el tradicional voto obrero del cinturón industrial) apoyó masivamente a Ciudadanos, y tanto PSC como los comunes se quedaron muy por debajo de sus expectativas. El segundo imprevisto fue que con una campaña al estilo Trump, Puigdemont le comió la tostada a ERC dentro del bloque soberanista. También por una distancia mínima, pero decisiva, el partido del 'expresident' adelantó a los republicanos. La suerte estaba echada: ni mayoría transversal ni Gobierno liderado por los 'pragmáticos' de ERC.

placeholder Carles Puigdemont anuncia que el diputado Quim Torra será el próximo candidato a la investidura como presidente de la Generalitat. (EFE)
Carles Puigdemont anuncia que el diputado Quim Torra será el próximo candidato a la investidura como presidente de la Generalitat. (EFE)

Así que todo quedó a merced del plan E: la detención de Puigdemont y su traslado a España para pinchar el embrujo soberanista. Pero la decisión del tribunal regional alemán sobre la extradición de Puigdemont se cruzó en el camino y en lugar de apagar hizo resplandecer su aura mística.

Así que, llegados a este punto, deben pensar en Moncloa, mejor un 'president' sectario que un 155 eterno; mejor el caos en Cataluña que una España sin Presupuestos. Mejor no hacer nada que fracasar en un nuevo intento. Con un solo matiz, y el debido respeto: en realidad, no se han agotado todas las alternativas. Hay una que puso en práctica el propio De Gaulle pocos meses después de no enterarse de por qué ardía su país: un editorial de un diario madrileño lo llamó “retirarse a tiempo”.

En su reciente libro sobre el mayo del 68 francés ('El nacimiento de un nuevo mundo'), González-Férriz recuerda una esclarecedora anécdota sobre Charles de Gaulle. En mitad de la revuelta, con el barrio latino de París ardiendo noche tras noche, el viejo general se empeña, para estupefacción de su Gobierno, en mantener un viaje programado a Rumanía. “La visita es demasiado importante”. Rumanía está tanteando una vía intermedia entre el bloque soviético y el americano, y la 'grandeur' francesa es demasiado arrogante para perder la oportunidad de incrementar su influencia. A su regreso a Francia, a De Gaulle le preguntan por las revueltas de los estudiantes: reconoce que tal vez haya que atender algunas de sus reivindicaciones, pero que no puede permitir que el caos se apodere de Francia. “La réforme, oui; la chienlit, non”.

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