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La 'vieja normalidad': la pandemia y el papel del Estado
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Isidoro Tapia

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La 'vieja normalidad': la pandemia y el papel del Estado

La pregunta más relevante que estamos pasando por alto es: ¿qué nos dice la pandemia sobre la 'vieja normalidad'? En particular: ¿qué nos dice sobre el papel del Estado?

Foto: Una mujer pasea con su hijo en Oviedo. (EFE)
Una mujer pasea con su hijo en Oviedo. (EFE)

Han aparecido varios artículos en los últimos días, muchos de ellos sugerentes aunque tal vez precipitados, sobre la 'nueva normalidad': cómo cambiarán nuestras sociedades a consecuencia de la pandemia. Pero tal vez hay una pregunta incluso más relevante que estamos pasando por alto: ¿qué nos dice la pandemia sobre la 'vieja normalidad'? En particular: ¿qué nos dice sobre el papel del Estado?

'Death in Hamburg', del historiador británico Richard J. Evans, es un fascinante retrato social y político de la segunda mitad del siglo XIX, recorriendo las causas que condujeron a la epidemia de cólera que asoló la ciudad alemana de Hamburgo en 1892, dejando cerca de 10.000 víctimas, uno de los episodios más graves de un periodo en el que las crisis sanitarias no eran infrecuentes (cólera, tuberculosis, viruela o sífilis).

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Hay varias similitudes con la crisis sanitaria actual: desde las más anecdóticas, como el incremento del consumo de alcohol durante la pandemia, a las más importantes, como lo decisivo de responder con prontitud ante una pandemia (Altona, una ciudad literalmente pegada a Hamburgo, apenas sufrió casos de cólera, gracias a la respuesta temprana de sus autoridades, frente a la procrastinación de las de Hamburgo), o un creciente malestar ciudadano que acabaría arrasando como un huracán el tablero político local. Muchas de las raíces de la tragedia que protagonizó Alemania durante las siguientes décadas se sembraron durante aquellos días.

Repasamos algunas otras semejanzas con la presente crisis:

1) El disminuido poder del Leviatán. Si algo ha puesto de manifiesto la actual crisis del coronavirus, es que los Estados ya no son lo que eran. A finales del siglo XIX, Hamburgo era uno de los mejores ejemplos de Estado 'mínimo liberal' (el 'night-watchman'), autorregulado (su Gobierno local estaba formado por comerciantes y abogados, las fuerzas vivas de la ciudad), sin apenas recursos públicos ni funcionarios. Para repartir las instrucciones básicas a la población, como la recomendación de hervir el agua, el Gobierno local tuvo que recurrir al Partido Socialdemócrata, la única organización con implantación y logística sobre el terreno.

En la crisis actual, el Estado ha tenido dificultades para realizar las tareas más básicas, como la adquisición de mascarillas. Gobiernos como el español se han visto obligados a recurrir a empresas privadas para el abastecimiento y el transporte del material sanitario procedente de China. Un baño de realidad para el Leviatán moderno: Inditex como agente paraestatal, desempeñando el papel de los fieles militantes socialdemócratas de finales del siglo XIX. Con un importante matiz, y es que ahora no se trataba de una opción voluntaria: la realidad (melancólica, si se quiere) es que hay tareas para las que el Estado moderno no está preparado, como reaccionar con eficacia y rapidez. Un defecto grave en una etapa histórica donde se suceden hipercrisis como la que estamos viviendo.

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2) La reforma de las administraciones públicas. De un modo parecido a los juicios apresurados que ahora señalan las presuntas ventajas de un régimen autoritario como el chino para gestionar la crisis, también a finales del siglo XIX se contraponía el modelo de Estado mínimo de Hamburgo frente el sistema más burocrático y de 'Estado fuerte' de Prusia. Sin embargo, Evans argumenta con solidez que entonces, como ocurre ahora, hobo ejemplos en todos los sentidos. Bremen, otro ejemplo de Estado mínimo, tuvo una respuesta mucho más enérgica y eficaz que Hamburgo a la epidemia de cólera.

Un interesante artículo publicado hace unos días ("The Virus Should Wake Up the West", de Micklethwait y Wooldridge) proponía un enfoque diferente para valorar la respuesta de los diferentes países a la crisis: en lugar de distinguir entre Estados fuertes o débiles, centralizados o federales (clasificaciones todas que resultan insuficientes), proponía la siguiente: aquellos países que han abordado en los últimos años una reforma profunda de las administraciones públicas, como Singapur, Corea del Sur, Dinamarca o Alemania, han tenido más éxito para gestionar la crisis. No existe un único modelo de Estado detrás de todos estos países. Lo que sí hay es un mismo patrón: se han preguntado para qué quieren el Estado, y tras definir el objetivo, han abordado las reformas para alcanzarlo.

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3) Políticos y expertos en el Leviatán. Los dos elementos principales que han determinado la suerte relativa de los diferentes países en esta crisis han sido estos: en la entrada, la rapidez para adoptar medidas de distanciamiento social; en la salida, la información. Los testeos masivos para detectar la población inmune y establecer mecanismos de trazabilidad tecnológica para reducir el riesgo de nuevos rebrotes.

Sobre lo primero, la prontitud en la respuesta, la epidemia de cólera en Hamburgo a finales del siglo XIX deja también varias lecciones. Entonces, las autoridades locales fueron demasiado sensibles a las presiones de comerciantes y navieros, temerosos del efecto económico del cierre de las ciudades. El cóctel explosivo fue un Gobierno débil, que siempre es pasto de los intereses políticos más variopintos, y una información sanitaria insuficiente.

Se ha discutido mucho sobre el retraso del Gobierno español en la adopción de medidas al comienzo de la crisis, igual que ahora, en la salida, se discute sobre su capacidad de testar a la población y utilizar eficazmente la información obtenida. El núcleo del problema, en mi opinión, vuelve a estar en la relación entre 'políticos' y 'expertos' en nuestro Leviatán. En la Administración pública española no existen los 'expertos'. Mejor dicho, por supuesto que existen, pero no se les considera como tales. Y eso no se cambia de la noche a la mañana, y mucho menos en mitad de una crisis como la actual.

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En el difícil equilibrio entre 'políticos' y 'expertos', hay países como España donde el peso está completamente vencido hacia los primeros. Decisiones como suspender o no las manifestaciones, dejar salir a los niños y en qué condiciones o reactivar determinados sectores económicos son decisiones exclusivamente políticas. Se escucha a los expertos (faltaría más), pero no se les hace más caso que a los gurús electorales o a los socios políticos del Gobierno.

Los expertos, en algunos países, son solo un parapeto comunicativo. Hace años, eran los políticos los que daban las ruedas de prensa durante las crisis. Vista la suerte que corrió el ministro Acebes durante el 11-M (y otros ejemplos parecidos), el manual de comunicación cambió por completo. Durante las crisis, había que poner a un señor uniformado, o que tuviese el prefijo de doctor delante de su nombre. Desgraciadamente, solo cambió el manual de comunicación, no el de gestión. El problema, no nos engañemos, no es que Fernando Simón sea el portavoz. El verdadero problema es que los Fernando Simón de este país no están en el núcleo que toma las decisiones. Solo salen para anunciarlas.

Han aparecido varios artículos en los últimos días, muchos de ellos sugerentes aunque tal vez precipitados, sobre la 'nueva normalidad': cómo cambiarán nuestras sociedades a consecuencia de la pandemia. Pero tal vez hay una pregunta incluso más relevante que estamos pasando por alto: ¿qué nos dice la pandemia sobre la 'vieja normalidad'? En particular: ¿qué nos dice sobre el papel del Estado?

Administraciones Públicas Fernando Simón