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Miriam González

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La primera dama

La serie pone el foco en el liderazgo de aquellos —en este caso aquellas— que a menudo pasan desapercibidos, haciendo un recorrido por las vidas de tres primeras damas norteamericanas

Foto: La ex primera dama de Estados Unidos Michelle Obama. (Reuters/Yeu Duong)
La ex primera dama de Estados Unidos Michelle Obama. (Reuters/Yeu Duong)

Si no han visto la serie 'La primera dama' ('The First Lady'), les aconsejo que la vean. Es una serie facilona, de esas que logramos acabar hasta los que a los 15 primeros minutos de cada película nos suele vencer el sueño. Pero la interpretación de Michelle Pfeiffer como Betty Ford es magistral. Un caleidoscopio de emociones contradictorias: frágil, dura, templada, nerviosa, alegre, depresiva. Pfeiffer es una actriz de instinto, pero en la que se vislumbran en todo momento la determinación y el esfuerzo. Si las interpretaciones de series pudieran recibir nominaciones a los Oscar, ella se lo llevaba seguro. Grande entre las grandes.

La serie pone el foco en el liderazgo de aquellos —en este caso aquellas— que a menudo pasan desapercibidos, haciendo un recorrido por las vidas de tres primeras damas norteamericanas: la magnífica Eleanor Roosevelt, la desconocida Betty Ford y la muy querida Michelle Obama. Tres mujeres bandera. Y no por ser mujeres perfectas, sino precisamente porque las tres lograron hacer virtud de sus vulnerabilidades. Mujeres que sobrevivieron a las inevitables críticas que sufren todos aquellos que quieren cambiar algo. Y que además sacaron energía de esas críticas para catapultarse en su papel de liderazgo.

Foto: El equipo fundador de Juno House. (Cortesía)

Las tres tienen en común el desafiar, cada una a su manera, el papel meramente decorativo que la sociedad esperaba de ellas. Ni aspiraron a ser las más elegantes, ni las más guapas, ni las más delgadas, ni las mejores vestidas, ni las de apariencia más joven. Si no las más conscientes de la enorme responsabilidad que conllevaban sus posiciones privilegiadas. Las más auténticas. Y las más comprometidas con la sociedad, apoyando sus causas sociales con intensidad y sin descanso. ¡Cuánto podrían aprender otras de ellas!, incluidas muchas de las que participaron en el decorativo programa de consortes de la reciente cumbre en Madrid de la OTAN.

A través de la historia, el liderazgo femenino ha sido a menudo invisible, diluido entre los logros de los hombres, meras notas a pie de página. ¿Cómo puede ser que se nos haya olvidado que la primera persona que presidió la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas fue una mujer, Eleanor Roosevelt, y que lo hizo además representando al país más poderoso del mundo, los Estados Unidos? ¿Cómo no saben eso todas las niñas? ¡Y también los niños! ¿Cómo es posible que a pesar de ello se tardase casi medio siglo en reconocer sin ambages algo tan simple como que los derechos de las mujeres son derechos humanos (algo que prácticamente no ocurrió hasta el discurso de otra primera dama, Hillary Clinton, en la Conferencia de la ONU sobre la Mujer en 1995)?

¿Y cómo se explica que, a pesar de ese reconocimiento, a día de hoy no se impongan sanciones internacionales a los que violan sistemáticamente los derechos de las mujeres, como se hace con los que violan sistemáticamente otros derechos humanos? Todavía hacen falta no una, sino miles de Eleanor Roosevelts, en todos los estratos de la sociedad, para llegar donde deberíamos haber llegado ya hace décadas.

Conseguir que millones de personas apoyen una causa social es un logro incontestable que merece el más amplio reconocimiento

Eleanor Roosevelt, Betty Ford y Michelle Obama fueron mucho más populares que sus maridos mientras ellos eran presidentes e incluso después de que dejaran de serlo. No es de extrañar, porque es mucho más fácil ser popular defendiendo causas sociales, como hicieron ellas, que tomando decisiones políticas, como hicieron ellos. Especialmente durante las complicadísimas épocas en las que ellos ejercieron el cargo: la Depresión en el caso de Franklin D. Roosevelt, la desilusión política por el Watergate en el caso de Ford y la crisis financiera de 2008 en el caso de Obama. Ninguna de esas tres primeras damas tuvo que enfrentarse a lo que hicieron frente sus maridos: el tener que elegir no entre una buena causa y una mala opción, sino entre una mala opción y otras mucho peores, que es lo que ocurre a menudo en política, pero haciéndolo en beneficio del país, y con la entereza de asumir plenamente el coste político, personal y emocional de esas dificilísimas decisiones.

Conseguir que millones de personas apoyen una causa social es un logro incontestable que merece el más amplio reconocimiento. Especialmente cuando tales logros provienen de personas que tuvieron que romper primero un montón de estereotipos, como hicieron esas tres primeras damas. Pero las decisiones auténticamente trasformadoras, las que lo cambian todo, las que deciden el futuro de un país, esas no se pueden conseguir desde el ámbito de la acción social. Esas solo se pueden conseguir desde la política.

Si no han visto la serie 'La primera dama' ('The First Lady'), les aconsejo que la vean. Es una serie facilona, de esas que logramos acabar hasta los que a los 15 primeros minutos de cada película nos suele vencer el sueño. Pero la interpretación de Michelle Pfeiffer como Betty Ford es magistral. Un caleidoscopio de emociones contradictorias: frágil, dura, templada, nerviosa, alegre, depresiva. Pfeiffer es una actriz de instinto, pero en la que se vislumbran en todo momento la determinación y el esfuerzo. Si las interpretaciones de series pudieran recibir nominaciones a los Oscar, ella se lo llevaba seguro. Grande entre las grandes.

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