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Antes rota que roja
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Manuel Cruz

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Antes rota que roja

La fractura de la sociedad catalana no es un efecto no deseado de la voluntad de secesión por parte de un sector de la misma, sino el precio que este ha aceptado pagar para alcanzar sus objetivos

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Si el detonante del 'procés' no fue, como el relato del oficialismo catalán gusta de repetir, la sentencia del Estatut de junio de 2010, sino lo ocurrido justo un año después, en junio de 2011, cuando Artur Mas tuvo que entrar en helicóptero en un Parque de la Ciudadela rodeado de indignados que le impedían el acceso al Parlament en protesta por su feroz política de recortes, entonces una reflexión se impone. Habrá que empezar a plantearse seriamente si lo que en realidad los promotores del 'procés' pensaron siempre, volviendo del revés la famosa frase de José Calvo Sotelo referida a España para aplicarla a Cataluña, es que antes rota que roja.

Los independistas recuerdan el asedio a la Consejería de Economía del 20-S

Lo cierto es que la reconstrucción veraz de los hechos abona más una tal hipótesis que la oficial, pero no es esta cuestión la que en este momento pretendo plantear, sino otra, de mayor importancia a mi juicio, y es la de que, estirando el hilo de nuestra sospecha, llegaríamos a la conclusión de que la fractura de la sociedad catalana no es un imponderable, un efecto no deseado de la voluntad de secesión por parte de un sector de la misma, sino el precio que este ha aceptado pagar conscientemente para alcanzar sus objetivos.

Fueron poco destacadas a mi juicio las palabras con las que Ernest Maragall, hoy flamante candidato a la alcaldía de Barcelona por ERC, finalizó su desafortunado discurso como 'president' provisional del Parlament el pasado 17 de enero: "Este país siempre será nuestro". Ya sé que una interpretación benévola sostendría que, en el contexto de su ataque furibundo al Estado español, el posesivo "nuestro" empleado por Maragall pretendía aludir a la totalidad del pueblo de Cataluña. Pero los hechos se han encargado de demostrar que esa benevolencia entra en rotunda contradicción con la práctica del bloque independentista y, en particular, con la de sus dirigentes.

Las repetidas referencias de Torra al pueblo de Cataluña en realidad se dirigen al sector independentista del mismo, ignorando al resto

Así, por más que algunos sectores de dicho bloque insistan en la necesidad de ensanchar su base social, atrayendo para la causa a nuevos sectores ahora desafectos, la evidencia es que, por proporcionar solo un dato, pero profundamente significativo, el 'president' Torra nunca se ha dirigido a los ciudadanos catalanes no independentistas ni como aquel que dice para saludarlos. Sus repetidas referencias al pueblo de Cataluña en realidad se dirigen al sector independentista del mismo, ignorando por completo al resto o, si se digna aludirlo muy de refilón, identificándolo con los sectores de la derecha española más franquista.

Leídas bajo esta clave, las citadas palabras de Ernest Maragall muestran su hiriente verdad, que no es otra que la apropiación patrimonializadora de la idea de Cataluña llevada a cabo por el independentismo, excluyendo de la misma a más de la mitad de sus ciudadanos. ¿Alguien puede creerse, a la vista de tales prácticas, la existencia de esa proclamada voluntad de integrar a los que todavía no comparten el proyecto secesionista, acogiendo al máximo de catalanes en un fraternal diseño de futuro común?

Más bien parece que las iniciativas publicitadas en ese sentido, como podrían ser las de asociaciones de castellanoparlantes por la independencia, al margen de propiciar la promoción política personal de sus dirigentes, estaban en realidad más cerca del "de uno en uno y con el carné en la boca" que de una genuina política de brazos abiertos. Tampoco debería extrañar tanto esta actitud por parte del sector independentista, que hace tiempo que renunció a la persuasión de los ciudadanos discrepantes para dedicar todos sus esfuerzos a colocar a estos en la disyuntiva de tener que elegir entre la adhesión inquebrantable a su causa o el silencio más absoluto.

¿Alguien puede creerse, a la vista de esas prácticas, la existencia de esa voluntad de integrar a los que todavía no comparten el proyecto secesionista?

La insistencia de los promotores del 'procés', reiterada en las últimas semanas, en llevar a cabo un referéndum de autodeterminación expresa con claridad meridiana su empeño en consagrar la fractura de la sociedad catalana. Porque si algo a estas alturas parece asegurado es, punto arriba, punto abajo, el resultado: dos mitades enfrentadas en las que una de ellas obtendría una diferencia casi insignificante sobre la otra. No conozco a ningún constitucionalista que se ponga contento ante la posibilidad de ganar un referéndum por la mínima que certificara el fracaso de Cataluña como proyecto nacional integrador. Proliferan, en cambio (los podemos leer y escuchar a diario), los independentistas que valoran dicha posibilidad, si el resultado es a su favor, como una auténtica Itaca.

Llegado a este punto, el oficialismo catalán acostumbra a argumentar en su descargo que han sido las circunstancias externas (o sea, la cerrazón y la intransigencia de los gobiernos centrales) las que le han abocado a dicha reclamación como única alternativa. Pero la prueba de la inconsistencia del argumento es que cada vez que alguien ha insinuado desde sus propias filas, y aunque fuera con la boca pequeña, la posibilidad de alcanzar alguna forma de acuerdo entre las fuerzas de izquierda de ambos lados como forma de superar el 'impasse' actual, sacando a la política catalana del ensimismado eje nacional y desplazándola, aunque sea en parte, hacia el eje social, los independentistas pata negra se han lanzado a la yugular del proponente al grito de "traidor" o, en su defecto, "botifler". Por el mismo precio, piénsenlo por un instante, podrían haber gritado "antes rota que roja".

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (c), realiza una declaración en las escalinatas del Parlament tras aprobarse la declaración de independencia. (EFE) Opinión
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Pero no confundamos la valoración con la descripción. De ser cierta la hipótesis que hemos planteado hasta aquí, no queda otro remedio que reconocer que el empeño de ruptura de la sociedad catalana por parte del independentismo, empeño perseguido con tenacidad desde junio de 2011, ha empezado a dar sus frutos. A poco que los promotores del 'procés' perseveren en su actitud no hay que descartar que terminen por conseguirlo. Aunque ello, conviene puntualizarlo, no necesariamente tiene por qué implicar que alcancen los objetivos políticos últimos que se habían fijado.

En este último supuesto, por cierto, su comportamiento se ajustaría como un guante a la tercera ley básica de la estupidez humana presentada por Carlo Cipolla, la cual, como se sabe, sostiene que "una persona estúpida es una persona que causa pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio, incluso incurriendo en pérdidas".

El empeño de ruptura de la sociedad catalana por parte del independentismo, perseguido desde junio de 2011, ha empezado a dar sus frutos

En cualquier caso, no da la sensación de que a los líderes independentistas la posibilidad del fracaso político parezca importarles demasiado, concentrados como están en conseguir romper la sociedad catalana en dos. Ya no queda tanto para que ello suceda (empiezan a no ser raras las noticias de enfrentamientos en la calle, sea por los lazos, por el encuentro de manifestaciones de diferente signo o por cualquier otro motivo análogo) y, aunque visto desde fuera pueda resultar sorprendente, se les ve eufóricos ante la expectativa. Ánimo, Quim, no 'afluixis', que la convivencia en Cataluña ya está a punto de saltar por los aires.

Si el detonante del 'procés' no fue, como el relato del oficialismo catalán gusta de repetir, la sentencia del Estatut de junio de 2010, sino lo ocurrido justo un año después, en junio de 2011, cuando Artur Mas tuvo que entrar en helicóptero en un Parque de la Ciudadela rodeado de indignados que le impedían el acceso al Parlament en protesta por su feroz política de recortes, entonces una reflexión se impone. Habrá que empezar a plantearse seriamente si lo que en realidad los promotores del 'procés' pensaron siempre, volviendo del revés la famosa frase de José Calvo Sotelo referida a España para aplicarla a Cataluña, es que antes rota que roja.

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