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Ángeles Caballero

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La foto de los que no van a hacerse la foto a La Palma

Las imágenes de estos días son un ejercicio de periodismo impecable, con el foco puesto en ellos. No los que van a hacerse la foto, sino aquellos a los que no les queda otra que salir con lo puesto de casa

Foto: Un hombre retira un crucifijo mientras la gente es evacuada tras la erupción del volcán en la isla de La Palma, en Los Llanos. (Reuters)
Un hombre retira un crucifijo mientras la gente es evacuada tras la erupción del volcán en la isla de La Palma, en Los Llanos. (Reuters)
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Hay preguntas cuyas respuestas serán casi siempre irrelevantes, pero que se siguen formulando en algunas entrevistas. Qué te llevarías a una isla desierta es una de ellas. Al contestar, el entrevistado o entrevistada suele tener querencia a mostrarse mejor de lo que es, así que elegirá un libro cuyo título revelará exquisitez, los más románticos optarán por la persona amada y quizá los más pragmáticos recurrirán al papel higiénico.

Pasa algo parecido cuando preguntan a las mujeres qué llevan en el bolso. Siempre es un bodegón perfecto que incluye una cartera de marca sin rasguño alguno, quizás unos chicles y un cargador de móvil, unas llaves y un llavero reluciente, la barra de labios. No hay rastros de galletas como en el mío, bolis sin capucha, el lazo que envolvía un regalo que me quedé porque pensé que podría utilizarlo para algo.

La ficción te permite mentir y quedar bien. Pero la realidad, tozuda y empeñada en aguarnos la fiesta, es atroz. Especialmente cuando la UME te concede 10 minutos para recoger tus pertenencias porque la lava de un volcán acabará devorando lo que construiste durante años. Y te toca decidir qué guardarás en la parte trasera de un camión.

Los colchones, la ropa, la lavadora con sus cables y toda la pelusa acumulada detrás, ovejas, cabras y perros con la mirada por descifrar. Pero no hay tiempo para florituras. Es optar por lo imprescindible. Un adjetivo que para cada cual implica cosas muy distintas. Escoger la despensa o las fotos. El estómago o la memoria. Y solo tienes 600 segundos para decidirte.

Las imágenes de estos días son un ejercicio de periodismo impecable, con el foco puesto en ellos. No los que van a hacerse la foto, sino aquellos a los que no les queda otra que salir con lo puesto de casa. Una camiseta con mensajes como ‘Mamacita te quiero’, unos pantalones cortos y unas zapatillas de esas que llevan tanto tiempo contigo que se han amoldado a tus juanetes, a tus pies planos.

Pero no hay tiempo. Corre, coge lo primero que se te pase por la cabeza. Esto no es una entrevista, es la vida real que se te escapa, que acabará sepultada por la lava si no haces algo. ¿No ves que ya solo masticas ceniza? Despídete de las plataneras, de esas sillas que llevas tanto tiempo queriendo jubilar y a las que de repente has cogido muchísimo cariño cuando te has enterado de que no volverás a verlas.

Foto: Foto: EFE.

Llevas tus colchones, un paquete de arroz SOS, también los de pasta, porque sabes que son alimentos no perecederos. Lo aprendiste la primera vez que llevaste comida para otros que lo necesitaban más que tú. Fíjate ahora. Pides a los que viven contigo que no se olviden del sofá cama, del álbum de la boda, la foto del niño en el bautizo, del muerto mucho antes de su entierro. Ruegas que el segundero del reloj vaya más despacio, porque tu lista de imprescindibles incluye un par de botellas de vino y los bongos. Y a ver quién se atreve a decirme a la cara que eso no es importante.

Hay una imagen de una mujer muy mayor y muy pequeña. Sujeta con sus brazos un montón de ropa con sus correspondientes perchas, aquellas que ha sido capaz de coger de una vez del armario; en otra, hay ropa amontonada en bolsas de basura demasiado finas, destinadas a otro contenido muy distinto que las bragas y los sujetadores del primer cajón de la cómoda. Se acumulan en el salón de una casa, o en la parte de atrás de otro camión cuyo conductor está deseando arrancar.

Foto: Foto: Reuters. Opinión
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Antonio y Rosa tienen más de 70 años. El fotógrafo los retrata mientras permanecen sentados con la comida que les acaba de entregar una voluntaria. Parece una paella de hospital, sin sabor y con demasiado colorante. Ambos miran con curiosidad el menú y en sus rostros, como en los de tantos otros habitantes de la isla, hay resignación y cansancio. Esa fase de duelo en la que aún no has arrancado a gritar, a maldecir lo que tienes encima. Ya llegará, ya.

Hay otra fotografía, oscura como los cuadros de El Greco, en la que un hombre quita de la pared un crucifijo enorme que preside una cama de matrimonio. Es una habitación desnuda de otro tipo de adornos en la que quizá duermen sus padres. Los míos tuvieron uno igual y en el mismo sitio durante 56 años.

Y sé que si tuviera que salir ahora corriendo, cogería las últimas gafas con las que ambos me vieron. También una postal dedicada desde Lille, un 'post-it' plastificado, el plato de plástico de 'Los Aristogatos' que me acompaña desde que era niña. Garbanzos, el libro de familia, un par de sandalias y todas mis batas. Es un bodegón imperfecto que jamás saldría en una entrevista. Pero es que solo tienes 10 minutos.

Hay preguntas cuyas respuestas serán casi siempre irrelevantes, pero que se siguen formulando en algunas entrevistas. Qué te llevarías a una isla desierta es una de ellas. Al contestar, el entrevistado o entrevistada suele tener querencia a mostrarse mejor de lo que es, así que elegirá un libro cuyo título revelará exquisitez, los más románticos optarán por la persona amada y quizá los más pragmáticos recurrirán al papel higiénico.

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