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¿Quién mató a Susana Díaz?
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Javier Caraballo

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¿Quién mató a Susana Díaz?

Los vaticinios de ruptura y desmoronamiento del PSOE por el triunfo de Sánchez pueden seguir la misma pendiente de desengaño que ha precipitado a esta cruel derrota de la candidatura de Díaz

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)

La soberbia es un pecado capital en política. Acaso el más importante. Porque, como sabía San Agustín, “la soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”. Lo sabía San Agustín, pero lo desconocía por completo Susana Díaz, por eso su derrota humillante de las primarias del PSOE, en la que el detalle final de los miles de avales falsos que obtuvo, de quienes confiaban en Pedro Sánchez y temían la ira de Susana Díaz, solo es una metáfora precisa de la hinchazón que la hacía parecer grande, creerse grande, sin que nada de ello fuera real ni sano.

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Soberbia, sí, pero no solo la de Susana Díaz sino también, y muy principalmente, la de que quienes cegados por intereses muy diversos, dentro y fuera del Partido Socialista, la llevaron en volandas hasta cometer la atrocidad del ‘golpe’ de octubre, cuando forzó la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general después de dinamitarle la ejecutiva federal. Aquella vocecilla que tronó en Ferraz como un ‘tejerazo’ inesperado, “la autoridad del PSOE soy yo”, resumirá para siempre la equivocada estrategia de soberbia que ha tirado por los suelos las posibilidades de Susana Díaz de ser la líder socialista que tuvo en sus manos hace cuatro años, cuando en las anteriores elecciones primarias declinó la posibilidad y optó por echar por delante a Pedro Sánchez para intentar estrellarlo luego, tras múltiples zancadillas.

Tan equivocada ha sido esa estrategia apabullante, que lo que ha conseguido al final ha sido convertir a Pedro Sánchez en el líder que nunca había sido ni en el PSOE ni en la izquierda. Ahora es una realidad. Ha dicho Pedro Sánchez estos días que uno de los libros que estaba consultando era el que escribió hace unos años Felipe González sobre distintos aspectos de la actualidad, entre ellos las virtudes que debe tener un buen líder político. En el capítulo en el que Felipe González intenta definir qué es un líder, afirma que “lo que llamamos liderazgo es una conexión especial entre un discurso político, en el sentido más noble de la expresión, y un ethos mayoritario, es decir, una aspiración conjunta que expresa la identidad y los deseos mayoritarios de un país”.

Exactamente eso es lo que ha conseguido Susana Díaz, convertir a Pedro Sánchez en un líder con una conexión especial con la militancia socialista, agrupada después de mucho tiempo en torno a un ethos mayoritario, vencer al aparato que quiso liquidar a Pedro Sánchez. Con el ‘golpe’ de octubre, Pedro Sánchez renació como líder en las bases, acaso porque nada puede motivar más que un mártir. Con el ‘golpe’ de octubre, Pedro Sánchez se hizo con un potente discurso, con una ideología, plasmada en un eslogan simple y efectivo: ‘no es no’. Y, finalmente, con el ‘golpe’ de octubre, Pedro Sánchez se cubrió de una pátina de honradez cuando decidió abandonar su acta de diputado en el Congreso y apuntarse al paro.

Conexión con las bases, una ideología resumida en un eslogan y una imagen de honradez. ¿Qué más cualidades necesita un líder político? Ninguna de esas virtudes alumbraban a Pedro Sánchez en su anterior etapa como secretario general, y la estrategia equivocada de Susana Díaz, arrolladora y prepotente, se las otorgó de golpe.

Díaz ha convertido a Sánchez en un líder con una conexión especial con la militancia socialista

“Los 20 segundos en los que Pedro Sánchez comunica que deja el Congreso de los Diputados son los que han cambiado el rumbo de las cosas. En la campaña de estas primarias, hasta nosotros nos hemos sorprendido de cómo había calado aquella imagen y la fuerza arrolladora que tenía”, decía uno de los asesores más activos de la candidatura de Pedro Sánchez el pasado sábado, convencido, con cifras que luego se han confirmado, de la victoria que estaba por llegar.

Cuando se habla de la ceguera del aparato del PSOE y de la potente claque mediática que ha jaleado a Susana Díaz, también se incluye la obstinada insistencia de no querer ponerle ojos y oídos a la realidad, a lo que expresaban los militantes socialistas por toda España. Ayer mismo, junto a la sede de Ferraz, mientras se esperaban los resultados, un joven socialista atendía, mirada arriba, mirada abajo, a los goles del Real Madrid y a las redes sociales que iban escupiendo algunos datos. “He sido militante del PSOE —decía— hasta el pasado mes de octubre. Cuando se produjo aquel ‘golpe de Estado’, porque yo no pienso que fuera otra cosa, rompí mi carné de militante. Hoy he venido aquí a ver si gana Pedro Sánchez, porque solo en ese caso volveré a militar en el PSOE y a votarlo en unas elecciones".

"Yo hubiera votado a Susana Díaz hace unos años, pero ni en la vida ni en la política se pueden utilizar esas malas formas”. A medida que pasaban las horas, se fue llenando la calle de espíritus gemelos, con sus camisetas rojas y sus banderitas. Era como si en Ferraz, sobre el asfalto, se les hubiera quedado una herida abierta y todos ellos volvieran, ocho meses después, a cicatrizar su decepción de entonces. Como una revancha o un desquite.

A partir de ahora, los vaticinios, tan anticipados, tan apocalípticos, de ruptura y desmoronamiento del PSOE por el triunfo de Pedro Sánchez pueden seguir la misma pendiente de desengaño que ha precipitado a esta cruel derrota de la candidatura de Susana Díaz. Lo repiten, en muchas ocasiones, los mismos que vaticinaban que “Pedro Sánchez está muerto” y que Susana Díaz arrollaría en las primarias. En fin, eso, que lo prudente será esperar, escuchar y atender los pasos que va dando Pedro Sánchez en esta nueva etapa como secretario general, que en nada se va a parecer a la anterior.

Los partidos políticos, todos, y sus dirigentes, todos, suelen desarrollar una enorme capacidad de pragmatismo tras las batallas internas, por cruentas que hayan sido. Es lo que, previsiblemente, ocurrirá en el PSOE. Y en unas semanas, ya nadie hará otra cosa más que preguntarse por qué quiso el destino que la misma noche de las primarias socialistas repusieran en la tele aquella serie tan famosa de 'Twin Peaks'. Porque al amanecer todos preguntarán lo mismo: ¿quién mató a Susana Díaz?

La soberbia es un pecado capital en política. Acaso el más importante. Porque, como sabía San Agustín, “la soberbia no es grandeza sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”. Lo sabía San Agustín, pero lo desconocía por completo Susana Díaz, por eso su derrota humillante de las primarias del PSOE, en la que el detalle final de los miles de avales falsos que obtuvo, de quienes confiaban en Pedro Sánchez y temían la ira de Susana Díaz, solo es una metáfora precisa de la hinchazón que la hacía parecer grande, creerse grande, sin que nada de ello fuera real ni sano.

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