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Cifuentes, la tormenta perfecta de suciedad
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Javier Caraballo

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Cifuentes, la tormenta perfecta de suciedad

Desde el principio se tuvo claro que el dichoso máster no era más que una anécdota, el exponente de algo más, el síntoma de una enfermedad mayor, el pus que supura de una herida infectada

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

El máster que no hizo Cifuentes nos ha servido a todos de lección magistral, cómo se fabrica una tormenta perfecta de suciedad. Las miserias de la política, la endogamia de la universidad y el poder de las cloacas. Todos hemos aprendido gracias a lo que ella ignoraba. Quizá por eso, desde el principio, se tuvo claro que el dichoso máster no era más que una anécdota, el exponente de algo más, el síntoma de una enfermedad mayor, el pus que supura de una herida infectada.

Desde la antigüedad, por la experiencia acumulada de comportamientos simétricos en situaciones dispares, sabemos que “la soberbia derribó más reinos que la espada; más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros”. La soberbia de Cristina Cifuentes ha tenido también ese carácter exponencial, pero no solo sobre ella misma, sino sobre el resto de escándalos que se han ido adosando hasta el final. Objetivamente, lo que ha sobrevenido a la polémica inicial debería tener una mayor consideración política y social que la propia falsificación o manipulación de unas notas académicas y, por eso mismo, ahora que ha dimitido la presidenta de la Comunidad de Madrid la obligación de todos debería ser la de comenzar a hacernos preguntas y reflexionar sobre todo lo demás.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes (d), y el consejero y portavoz del Gobierno, Ángel Garrido (i), durante la sesión de control al Gobierno del pasado marzo. (EFE) Opinión
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El carácter de mera espoleta del máster que no hizo Cristina Cifuentes se puede demostrar con la simple constatación de que, si nos hacen la pregunta repentinamente, la inmensa mayoría no sabría decir de qué era aquel curso o cómo se llamaba. Se trataba de un máster menor, cuyo importe ni llegaba a los 2.000 euros, sobre el Derecho Público del Estado Autonómico. Yo mismo he tenido que mirarlo porque, si alguna vez lo he leído, se me ha olvidado al instante. Quiere decirse con ello que, evidentemente, si esa ha sido la polémica que ha conducido a Cifuentes hasta la dimisión, el máster en sí mismo era lo de menos, ni siquiera el hecho de que figurase en su currículum sin haberlo realizado, porque ya hemos visto en estos días la proliferación de casos en toda España de políticos con másteres inexistentes y trayectorias profesionales adulteradas.

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Como ya se advertía desde el principio, si esa polémica iba a llevar a Cifuentes hasta la dimisión era por la red de mentiras que ella misma fue construyendo para explicar lo que, entre la clase política española, es una práctica habitual. Con lo cual, una vez dimitida Cifuentes, lo que se impone es hablar de las universidades españolas, de la escandalosa dependencia política de los gobiernos autonómicos que invalidan el principio de autonomía; de la inexistencia de controles, como prueba el hecho de que el máster de Cifuentes tenía todos los parabienes de la agencia de evaluación, la Aneca; y del vergonzoso corporativismo y la endogamia que impera en las universidades españolas y que se convierte, en muchos casos, en el principal valor de promoción interna que degenera en comportamientos y actuaciones serviles.

Si esa polémica iba a llevar a Cifuentes hasta la dimisión era por la red de mentiras que construyó para explicar lo que entre los políticos es habitual

En lo único que se ha mantenido firme Cristina Cifuentes desde que comenzó la polémica, que ha durado un mes y cuatro días, es que ha sido víctima de una operación de ‘acoso y derribo’. En la inmensa mayoría de las ocasiones en las que un político se ve sorprendido en una actividad ilícita, irregular o, simplemente, carente de ética, lo primero que hace es denunciar que está siendo objeto de una campaña de acoso y derribo.

Hace más de veinte años, Alfonso Guerra dimitió como vicepresidente del Gobierno convencido de que existía “una cacería” contra él; “una operación montada en la que participaron mucha gente, desde partidos políticos, medios de comunicación, sectores bancarios y algún sector diplomático también”. En esa gran coalición de conspiradores también estaban, por supuesto, sus compañeros de partido, los primeros que se aprovecharon “de una canallada”, protagonistas persistentes de las miserias de la política. Se trataba simplemente de explicar cómo fue posible que ocurriera lo que ocurrió con su hermano Juan, nombrado por él asistente en la Delegación del Gobierno de Andalucía, pero no. Alfonso Guerra, además, siempre lo ha repetido con ese tono que utiliza en algunas entrevistas en las que da la impresión de que este hombre, en los muchos años que estuvo en política, se dedicaba a tocar el arpa en el despacho.

Foto: Cristina Cifuentes tras la rueda de prensa en la que anunció su dimisión como presidenta de la Comunidad de Madrid. (EFE) Opinión
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¿Puede ocurrir lo mismo con la denuncia de ‘acoso y derribo’ que denuncia Cristina Cifuentes o ha existido realmente esa conspiración? Tendría que ser ella misma la que comience ahora a demostrar todo aquello que denuncia, las extorsiones a las que ha sido sometida durante años, con dosieres elaborados por personas o grupos de personas que pretendían acabar con ella, vinculadas o relacionadas con una mafia de la corrupción en Madrid. De los tres episodios de crisis que se han vivido en el mes de crisis del máster, solo uno de ellos estaba vinculado a la actualidad: la falsificación del acta del trabajo fin del máster, fabricada horas después de que estallara el escándalo. Esa fue la primicia que se ofreció en El Confidencial.

Los otros dos episodios se corresponden a hechos del pasado, un curso realizado cinco años antes, que fue el origen del caso, y el vídeo grotesco, humillante, con el supuesto hurto de dos botes de crema de belleza, valorados en 40 euros. No puede pasarse por alto que ese vídeo de un supermercado, que no tuvo más trascendencia que la amonestación del vigilante y el pago de los productos, que lo reglamentario es que se borren en 30 días, alguien lo ha guardado durante siete años con el oscuro interés de ‘apuntillar’ algún día a la dirigente madrileña.

Ahora que Cristina Cifuentes ha dimitido, que es lo que debió hacer hacer un mes, cuando se enredó en sus propias mentiras, debemos saber de qué cloacas ha salido ese vídeo y qué manos lo han lanzado a la actualidad como un estilete mortal.

El máster que no hizo Cifuentes nos ha servido a todos de lección magistral, cómo se fabrica una tormenta perfecta de suciedad. Las miserias de la política, la endogamia de la universidad y el poder de las cloacas. Todos hemos aprendido gracias a lo que ella ignoraba. Quizá por eso, desde el principio, se tuvo claro que el dichoso máster no era más que una anécdota, el exponente de algo más, el síntoma de una enfermedad mayor, el pus que supura de una herida infectada.

Cristina Cifuentes