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Andalucía, el recochineo del cambio
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Javier Caraballo

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Andalucía, el recochineo del cambio

Durante muchos años, en las tablas del Teatro Falla no se oían críticas a la Junta de Andalucía, por el respeto o miedo que se le profesaba a ese tótem político

Foto: La expresidenta de Andalucía Susana Díaz, en su escaño durante el pleno del Parlamento de Andalucía. (EFE)
La expresidenta de Andalucía Susana Díaz, en su escaño durante el pleno del Parlamento de Andalucía. (EFE)

¿Cuánto recelo se acumula en una sociedad que percibe como una frustración que un partido político gane siempre las elecciones? Es posible que no exista ningún estudio sociológico o electoral que se haya detenido en medir el poso de resentimiento o de hartazgo que se va creando, pero la constatación de que existe se percibe en el ambiente cuando un partido hegemónico, como lo era el PSOE en Andalucía, pierde unas elecciones en el momento más inesperado, cuando nadie lo había vaticinado, el día que la propia líder socialista había elegido y preparado minuciosamente durante meses y meses.

De repente, la maquinaria que antes funcionaba como un reloj se atora, se bloquea, y la sociedad no responde como se esperaba. Es verdad que son muchos los factores que determinan la caída, pero el resentimiento acumulado es uno de ellos, también determinante, porque se convierte en un motivo subconsciente de movilización del voto contrario al partido hegemónico, pero también desmoviliza el voto del electorado al que pertenece ese partido. La clave de las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre, como se ha repetido, fue la combinación simultánea de la movilización del voto del centro derecha y la desmovilización del voto del centro izquierda; ahí había hartazgo, sin duda alguna.

Foto: Susana Díaz, en una comparecencia del 3 de diciembre. (Reuters)

Lo más curioso de este fenómeno, de todas formas, es que ese ambiente caldeado explota cuando el partido hegemónico ha caído y todos los que formaban parte de él, cientos o miles de personas, se ven obligados a abandonar un puesto que creían garantizado y un estatus social que pensaban que era eterno. Es entonces cuando son perfectamente perceptibles los chascarrillos, la sonrisa socarrona, los comentarios mordaces: es el resentimiento acumulado, que explota.

Porque durante muchos años, hasta 40 años, ha habido gente que ha tenido que soportar, o al menos así lo ha sentido, así lo ha vivido, que en su ciudad o en su provincia, en su comunidad, solo era posible prosperar si se pertenecía a una determinada élite, la élite del poder socialista. Comulgar con ruedas de molino, si no se compartía esa ideología, o cerrarse muchas de las puertas de ascenso que sí estaban siempre abiertas para los que sí se cobijaban a la sombra de ese poder.

Es posible que la percepción social del sectarismo llegue, incluso, a superar el propio sectarismo que se practica, pero esa no es más que una consecuencia de algo que se observa a diario: el médico que logra un puesto de alta dirección por su pertenencia al partido; el empresario que obtiene subvenciones por su cercanía al partido; el vecino que, sin apenas estudios universitarios, vive lujosamente gracias al partido; el periodista al que le conceden programas, halagos y condecoraciones gracias al partido; el artista que logra contratos en todos los ayuntamientos, mientras otros son relegados porque han criticado al partido…

La noche de las elecciones ya había destacados militantes de izquierda que se consolaban pensando que iba a servirle de escarmiento a Díaz

En Andalucía, como ya dijimos, a todo eso se le denominaba genéricamente 'la tela de araña', y describió bien la sensación que podía sentir mucha gente el catedrático malagueño Arias Maldonado cuando dijo que “el ciudadano andaluz está condenado a encontrarse con esa ‘tela de araña’ en algún momento de su biografía personal o profesional, momento en el que tendrá que elegir entre pasar a formar parte de ella o perjudicar seriamente sus oportunidades vitales”. Entenderán que, cuando todo esto se derrumba, existe una sensación extraña de alivio en muchos de los que se sentían oprimidos o limitados por la existencia de un poder superior que eran lentejas, o te pliegas o lo dejas. Durante muchos años, en Andalucía, solo ha existido una realidad, el PSOE y todo lo que gravitaba a su alrededor, que eran asociaciones profesionales de toda naturaleza, asociaciones vecinales, sindicales, patronales, ateneos, fundaciones, medios de comunicación…

La misma noche de las elecciones andaluzas de diciembre ya había algunos destacados militantes de izquierda —no necesariamente del PSOE— que se consolaban pensando que, al menos, eso iba a servirle de escarmiento a Susana Díaz y a buena parte del equipo que la arropaba, porque localizaban en ellos —a veces de forma justificada y otras, no— la prepotencia que ha exhibido el poder socialista en Andalucía en cada uno de los momentos en los que se ha comportado como un régimen, clientelar y absoluto.

Foto: El coro 'Coroterapia', durante los carnavales del año pasado. (EFE) Opinión

Si eso era lo que sentían algunos en la propia izquierda andaluza, se puede imaginar qué ocurre fuera de ese electorado. Como en otras ocasiones, el Carnaval de Cádiz, que ya ha echado a andar en las preliminares del Teatro Falla, sirve de espejo de las entretelas de la sociedad. Durante muchos años, en las tablas de ese teatro no se oían críticas a la Junta de Andalucía, por el respeto o miedo que se le profesaba a ese tótem político; solo se podían escuchar criticas y burlas mordaces a los gobiernos de España y a la monarquía, un clásico en las chirigotas y en los disfraces. El año pasado, esa tendencia de inmunidad ya se torció y la entonces presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, recibió ataques feroces de los chirigoteros, sobre todo por su deseo frustrado de abandonar la política andaluza para liderar el PSOE y por haber apoyado la investidura de Mariano Rajoy, propiciando la abstención de los diputados socialistas. “Traidora por defecto, ambiciosa e insatisfecha. Manejando el cortijo, pero con Madrid en el punto de mira. Presumiendo de tierra con un acento que es de mentira. Dime quién te has creído, si mientes más que respiras”, le llegó a cantar una comparsa.

Chirigota Los Quemasangre (Onda Cero Cádiz Carnaval)

Entre las agrupaciones del Carnaval de Cádiz de este 2019 que ya han actuado en el Falla, la que con más mordiente ha retratado la situación ha sido la famosa chirigota del Selu, José Luis García Cossío, que este año se llama Los Quemasangre. En un alarde de ingenio, se ha apoyado en la conocida melodía de ‘Bohemian Rhapsody’ de Queen para darle a su estribillo un significado muy distinto; ventajas polisémicas de la palabra 'mama'. Dice así: “Toda tu vida fuiste un político que ha estado comiendo siempre de la olla grande. Puesto a dedo, puesto a dedo: tú, tu prima y tu cuñada. Pero pasó que tu partido perdió y te han echado a la puta calle. Pues ya ves, si ya no llega a fin de mes, mama. Si ahora te ves sin coche oficial, ni despacho para mandar, mama. A buscarte el pan, a comer papas con huevo de almorzar, mama tú”.

Se dice que el resentimiento es un sentimiento negativo, porque linda con el rencor, pero cuando no nace de los deseos de venganza ni de la envidia, cuando surge de la frustración, se convierte en burla, en vez de ira. ¿Podría llamarse recochineo? Sí, es el recochineo del cambio andaluz.

¿Cuánto recelo se acumula en una sociedad que percibe como una frustración que un partido político gane siempre las elecciones? Es posible que no exista ningún estudio sociológico o electoral que se haya detenido en medir el poso de resentimiento o de hartazgo que se va creando, pero la constatación de que existe se percibe en el ambiente cuando un partido hegemónico, como lo era el PSOE en Andalucía, pierde unas elecciones en el momento más inesperado, cuando nadie lo había vaticinado, el día que la propia líder socialista había elegido y preparado minuciosamente durante meses y meses.

Susana Díaz