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Pablo e Irene, pareja insulsa
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Javier Caraballo

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Pablo e Irene, pareja insulsa

Al haberse reducido Podemos al liderazgo de la pareja, que no da la talla política para desempeñar ese liderazgo, son toda la estructura organizativa y las expectativas de futuro las que se resienten

Foto: Pablo Iglesias e Irene Montero. (EFE)
Pablo Iglesias e Irene Montero. (EFE)

La construcción política de Unidas Podemos se estructura a partir de un doble liderazgo, el formado por Pablo Iglesias e Irene Montero, que, en sus momentos de mayor proyección pública, que son estos en los que ambos ocupan puestos relevantes en el Gobierno de España, ha comenzado a ofrecer síntomas inquietantes de inconsistencia, de insustancialidad política. Se trata de un serio problema para los militantes y simpatizantes de esta formación política, porque la consecuencia inmediata de todo ello es que, para intentar paliar la superficialidad, a lo que se recurre es a la provocación constante, que siempre asegura un lugar destacado en los titulares de los medios de comunicación y en las redes sociales, pero que se agota ahí.

Cuanto más grotesco sea el desatino, mayor difusión pública. Eso está garantizado y, de hecho, es una práctica habitual en la política española, aunque la diferencia fundamental con Podemos es que siempre se compensa con otra figura política (poli bueno, poli malo) que representa el perfil político contrario. Al haberse reducido Podemos al liderazgo de la pareja formada por Pablo Iglesias e Irene Montero, que no dan la talla política para desempeñar ese liderazgo, como se pudo presumir en los primeros tiempos, son toda la estructura organizativa y las expectativas de futuro las que se resienten.

placeholder Los líderes de Unidas Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero. (EFE)
Los líderes de Unidas Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero. (EFE)

Antes que nada, conviene precisar que el concepto de ‘pareja política’ que se maneja aquí debe desligarse completamente de la pareja sentimental que también forman ambos y que, en demasiadas ocasiones, muchos intentan mezclar de forma grosera con la actividad pública. Esos debates siempre degeneran en una confrontación de juicios y de prejuicios machistas o feministas que nos alejan de la verdadera raíz del problema para una formación política como Podemos, que tantas expectativas electorales llegó a acumular. La cuestión, por tanto, debe ceñirse a la actuación de Pablo Iglesias e Irene Montero como pareja política, igual que lo fueron en su día Felipe González y Alfonso Guerra o Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría. En el caso de Podemos, además, lo que se observa en su trayectoria de estos últimos años es la progresiva transformación del proyecto inicial, mucho más plural, hacia el modelo político actual, acaso pensando en que con esa doble imagen se abarcaba todo el electorado al que se aspira, el de extrema izquierda, que representa Pablo Iglesias, y el feminismo, concebido como ideología, que simboliza Irene Montero.

Con respecto a los orígenes de Podemos, queda claro que la configuración actual obedece a una decisión meditada, no improvisada ni sobrevenida: la diversidad se liquidó para premiar este modelo bifronte. Poco a poco, Pablo Iglesias e Irene Montero se han ido desprendiendo de todos aquellos que interferían la imagen buscada, la de la pareja de líderes en que no caben las diferencias políticas ni estratégicas. En la última ruptura interna, la expulsión de la antigua líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, una de las fundadoras, Carolina Bescansa, que también fue apartada en su día, escribió en su cuenta personal de Twitter: “Leo la noticia sobre la expulsión de Teresa Rodríguez y sencillamente no doy crédito. Algún día alguien tendrá que rendir cuentas ante los cinco millones de personas que un día votaron Podemos y los cientos de miles que se acercaron a los círculos”. En ese mensaje, Bescansa plasmaba bien la evolución de la que se hablaba antes, el paso de Podemos del modelo plural y asambleario al de liderazgo de pareja, y las consecuencias inevitables que tiene para el partido.

Al margen de Pablo Iglesias e Irene Montero, como máximas figuras, solo queda ya un estrecho círculo de confianza, que redunda en lo mismo, el exabrupto y la provocación; dirigentes como Pablo Echenique o Juan Carlos Monedero, que chapotean en las aguas, o en el barro, para acompañar la acción de sus líderes. Pero, de todas esas polémicas incendiarias, ¿qué queda realmente? ¿Contribuyen para cimentar un proyecto político con ambición de gobierno, como era Podemos en sus inicios? La mejor respuesta la ofreció aquí mismo, en una entrevista con Iván Gil, la vicepresidenta tercera del Congreso, Gloria Elizo, representante de Unidas Podemos: “Es un problema de concepto. Podemos ha renunciado a ser alternativa de gobierno precisamente entrando en un Gobierno de manera subalterna (…) En las grandes decisiones no estamos. Y es innegable que, en la mayoría de los casos, nos hemos conformado con no estar, con gesticular mucho para tener una presencia mediática que oculte la falta de presencia política”.

Si nos detenemos en esa respuesta de Gloria Elizo, veremos que lo primero que empieza a escocer en el seno de Unidas Podemos es la decisión de entrar en el Gobierno a cualquier precio, aunque ello suponga la depreciación del proyecto político y la renuncia 'de facto' de los objetivos de alternativa de gobierno. Es evidente que un pacto de legislatura les hubiera otorgado más visibilidad en sus propuestas políticas, negociando cada apoyo a un Gobierno socialista, pero les privaría de los despachos, con todo lo que ello conlleva de red de asesores y cargos intermedios. Todo se supeditó a un objetivo, consolidar en las instituciones a Pablo Iglesias e Irene Montero, con sus respectivos perfiles políticos como pareja de líderes, con el coste de aminorar el protagonismo de Podemos, ausente de los grandes debates, que decide el PSOE.

placeholder Gloria Elizo. (A. M.)
Gloria Elizo. (A. M.)

Todo ello, como se decía antes y también admite la vicepresidenta del Congreso, lo han intentado paliar con una mayor presencia mediática —“gesticular mucho para ocultar la falta de presencia política”— y podría haber resultado efectivo si, al final, no se estuviera constatando que el problema principal de Pablo Iglesias y de Irene Montero es su inconsistencia política, su incapacidad de promover debates profundos y serios sobre la realidad. La pericia que un día tuvo Podemos para conectar con el malestar de la sociedad española se ha difuminado ya completamente. Agarrados a tres tópicos y cuatro consignas muy trilladas de la izquierda, promueven debates que, a menudo, se les acaban volviendo en contra, como el reciente de Pablo Iglesias en su infame comparación de los fugados del independentismo catalán con los exiliados de la Segunda República.

Una torpeza de esa naturaleza no solo ha sepultado cualquier otro mensaje que quisiera lanzar, sino que lo perseguirá por mucho tiempo. E Irene Montero… La ministra de Igualdad fue objeto de chanza hace unos días en las redes sociales cuando retrató su nadería con fotos y texto de una ‘reunión de trabajo’ en su despacho oficial: “Nos hemos reunido con la Plataforma Universitaria de Estudios Feministas y de Género para avanzar en el reconocimiento de la importancia de los estudios feministas y de género”. Cuantas más veces se lea ese mensaje, más honda se hará la única conclusión del nivel político demostrado por los líderes de Podemos: Pablo Iglesias e Irene Montero son una pareja política insulsa al frente de una organización supeditada a su liderazgo.

La construcción política de Unidas Podemos se estructura a partir de un doble liderazgo, el formado por Pablo Iglesias e Irene Montero, que, en sus momentos de mayor proyección pública, que son estos en los que ambos ocupan puestos relevantes en el Gobierno de España, ha comenzado a ofrecer síntomas inquietantes de inconsistencia, de insustancialidad política. Se trata de un serio problema para los militantes y simpatizantes de esta formación política, porque la consecuencia inmediata de todo ello es que, para intentar paliar la superficialidad, a lo que se recurre es a la provocación constante, que siempre asegura un lugar destacado en los titulares de los medios de comunicación y en las redes sociales, pero que se agota ahí.

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