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La preocupante salud mental de la política
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Javier Caraballo

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La preocupante salud mental de la política

Para lo que ha servido la mofa del diputado del PP ha sido para que reparemos en el vacío político sobre la salud mental y la ligereza con la que se abordan estas cuestiones

Foto: Sesión de control al Gobierno. (EFE)
Sesión de control al Gobierno. (EFE)

Payasos, tenores y jabalíes. De todo hay en el Congreso de los Diputados, siguiendo la famosa sentencia de Ortega y Gasset, cuando se sentó en aquellos escaños y recomendó a los diputados que, sobre todo, no se convirtieran en ninguna de esas tres cosas. Pero es lo que abunda, cada vez más, con la única diferencia esperable de que en algunas jornadas el despropósito taladre los muros, salga en estampida y espante a los leones de la entrada.

Un diputado de Huelva, perfectamente desconocido, fue el que lo consiguió esta vez, su triste minuto de fama con un exabrupto indecente, como broche a una semana que comenzó con la espantada de un vicepresidente del Gobierno para convocar a los madrileños a las urnas contra las hordas de criminales facciosos. Ayer estaba allí sentado, en el hemiciclo, con su camisa roja y su corbatín negro mientras en uno de los salones del Congreso conectaban en directo con la cárcel, Luis Bárcenas por entregas, y en Murcia, en un salón de plenos que parece el aula vip de una escuela privada, los parlamentarios se bañaban en odios y venganzas. ¿Cómo van a pretender los cientos de miles de personas que padecen algún problema de salud mental que esa clase política atienda sus necesidades? Es la salud mental de la política española, sectaria y frívola, irresponsable y acomodada, la que ignora los problemas generales de salud mental de la sociedad.

Foto: El líder de Más País, Íñigo Errejón. (EFE) Opinión
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¡Vete al médico!
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El lamentable episodio que protagonizó un diputado del Partido Popular, llamado Carmelo Romero, merece ser reseñado porque describe muy bien el ambiente que se vive en esos escaños y la predisposición con la que los diputados acuden a las sesiones del Congreso. En el caso de este diputado, además, su minuto de fama tiene el inconveniente de que solo entonces se sabe de su existencia, porque, como queda dicho, es un perfecto desconocido incluso dentro del propio hemiciclo. El tal Carmelo Romero pertenece a esa especie de diputados que ya en las Cortes de Cádiz se conocían como ‘culiparlantes’, porque se limitan a sentar sus posaderas en el escaño y a apretar el botón que le indican, en el momento que se lo indiquen. Bien podría dedicar su tiempo huero del Congreso a resolver algunos de los serios problemas del municipio del que es alcalde, Palos de la Frontera, sobre todo en estos meses de cosecha de la fresa, pero no…

Desde los orígenes del parlamentarismo moderno, ahí siguen los ‘culiparlantes’ y solo cobran protagonismo cuando, como ocurrió ayer, al diputado ocioso se le ocurre despedir al orador que acaba de formular la pregunta sobre salud mental con un escupitajo: “¡Véte al médico!”. Conviene insistir: cuantas más veces se repase la pregunta de Íñigo Errejón, menos se entiende la reacción. ¿Qué relación inconsciente se puede establecer en esa cabeza para que, cuando se está planteando un problema como el de la salud mental, que provoca 800.000 suicidios al año en el mundo, uno cada dos horas y media en España, al tipo solo se le ocurra hacer ese chiste? Lo mismo cabe preguntarse de los otros que lo secundaron con una carcajada. La torpe disculpa posterior del diputado, con ese comodín eufemístico de “la frase desafortunada”, no nos ayuda a resolver la duda.

Es posible que la de Íñigo Errejón haya sido la primera pregunta que se le hace al presidente del Gobierno de España sobre una enfermedad que tiende a ser ignorada, minusvalorada o silenciada —sobre todo en lo que se refiere a los suicidios— y que ha crecido exponencialmente durante la pandemia. Entre los efectos incalculables de esta desgracia mundial, los perjuicios sobre la salud mental de la población deben ser los mayores, aunque los colegios de psicólogos y psiquiatras llevan tiempo alertando de esa otra pandemia descontrolada. Comparar esa realidad con lo ocurrido en el Congreso es lo que nos da la medida exacta de la desconexión de la clase política con la sociedad. Y viceversa, que es lo más preocupante desde el punto de vista democrático: esos fenómenos que se hacen virales en los que se cuestiona la validez de las instituciones y de sus representantes.

Dicho de otra forma, para lo que sí ha servido la mofa del diputado del PP ha sido para que reparemos en el vacío político sobre la salud mental y la ligereza con la que se abordan estas cuestiones. ¿O es que no podríamos esperar lo mismo de quienes hacen sus chanzas llamando a la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por su acrónimo, IDA? Ya veremos como en la campaña electoral que acaba de explotar en esa comunidad más de un candidato lo emplea en alguna de sus intervenciones, sin mencionar, claro, lo que ya ocurre en las redes sociales.

Foto: Imagen: Learte
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Los filósofos griegos establecieron que toda actividad humana tiene un propósito, un fin, el 'telos', que es lo que nos hace merecedores de la virtud. En política, el propósito del bien común se ha desviado tanto de la actividad parlamentaria, se ha enquistado tanto en esa guerra de intereses particulares, que los episodios más frecuentes son los que provocan espanto y desolación. Lo que abunda son los payasos, los tenores y los jabalíes, que es de lo que quiso advertir Ortega a los políticos españoles. Pero nada… La salud mental de la política queda representada por el disparate grotesco de la oposición frente a un Gobierno en el que aquel que decía que iba a empeñar todo su esfuerzo en que no se quedara nadie atrás, pega la espantada para enfundarse su camisa roja, su corbatín negro, y luchar en la defensa de Madrid, imaginada en su cabeza, que es como una PlayStation de milicianos.

Payasos, tenores y jabalíes. De todo hay en el Congreso de los Diputados, siguiendo la famosa sentencia de Ortega y Gasset, cuando se sentó en aquellos escaños y recomendó a los diputados que, sobre todo, no se convirtieran en ninguna de esas tres cosas. Pero es lo que abunda, cada vez más, con la única diferencia esperable de que en algunas jornadas el despropósito taladre los muros, salga en estampida y espante a los leones de la entrada.

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