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A favor de Pedro Sánchez en Cataluña
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Javier Caraballo

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A favor de Pedro Sánchez en Cataluña

Su estrategia está consiguiendo los objetivos que se había marcado: desarmar la amenaza independentista de Cataluña

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece en el Palau de la Generalitat. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece en el Palau de la Generalitat. (EFE)
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El presidente Pedro Sánchez ha cedido al independentismo la palabrería incendiaria y se ha reservado los hechos y el paso del tiempo para sí mismo y para su Gobierno. Por eso, se puede afirmar hoy que su estrategia está consiguiendo los objetivos que se había marcado: desarmar la amenaza independentista de Cataluña, que provocó en España la crisis institucional más grave de la democracia; ni siquiera equiparable al golpe de Estado de Tejero, porque esta vez procedía de las propias instituciones del Estado. Solo con un poco de distancia de la melé política diaria sobre el hartazgo catalán, de esa polvareda que se levanta, es posible contemplar con claridad qué es exactamente lo que está ocurriendo con esa mesa de diálogo que, para empezar, ni es nueva, ni es exclusiva de Cataluña —también figura en otros estatutos de autonomía— ni se ha reunido ahora por primera vez.

Sin crispación, todo este embrollo se puede contemplar con una perspectiva distinta, pero para conseguirlo lo primero que se requiere es el abandono de los insultos y las descalificaciones, de los juicios y los prejuicios apocalípticos mil veces repetidos desde que el Gobierno de Sánchez comenzó este ‘proceso de diálogo’. Y se puede contemplar, claro, siempre que la intención no sea la contraria, siempre que no se busque inflamar con más tensión el ambiente político en España hasta conseguir derribar el Gobierno. Si los intereses no son espurios, veremos cómo Cataluña evoluciona lentamente hacia la normalidad constitucional de comunidad autónoma de la que descarriló en el otoño de 2017, durante la revuelta independentista que juzgó y condenó el Tribunal Supremo. Esa sentencia y esa condena, por supuesto, supusieron el primer paso imprescindible para la normalización, de la misma forma que, a continuación, se requería de un proceso como el iniciado por Pedro Sánchez.

"El PSOE hace cosas que solo puede hacer el PSOE", se ha dicho en alguna ocasión aquí para resumir con ese retruécano una evidencia antigua de la democracia española: los dirigentes socialistas suelen mostrarse más hábiles en las negociaciones políticas. Además de que podamos pensar que el pacto y la negociación están más interiorizados en la cultura de este partido, es evidente que al PSOE, por ser un partido de izquierdas, progresista, se le concede un margen de actuación mayor que al resto. ¿Tiene que ver todo esto con la ‘superioridad moral’ que se adjudica la izquierda y con la agitación del odio a la derecha que se produce en España? Probablemente, pero la cuestión irrebatible es que, por todas esas circunstancias, el PSOE puede salir victorioso, o airoso, de crisis políticas en las que otros saldrían achicharrados.

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Lo que está ocurriendo en Cataluña tiene mucho que ver con eso. Podemos fijarnos, por ejemplo, en lo ocurrido en el último mes: a principios de agosto, pactan con Junts per Catalunya, el partido de Puigdemont, la ampliación del aeropuerto de El Prat, para irritación del otro partido independentista, Esquerra, el partido de Oriol Junqueras y del presidente de la Generalitat, que se opone. Al cabo de unas semanas, de forma unilateral, el Gobierno de Pedro Sánchez decide paralizar la inversión anunciada y comienza la preparación de la mesa de diálogo en la que, otra vez, se repite la misma secuencia, pero cambiando los actores: esta vez pacta con Esquerra los integrantes de la mesa y deja tirados a los de Puigdemont, que ni siquiera asisten. En medio de todo eso, el Gobierno de Pedro Sánchez se compromete con los primeros a mantener en expectativa la inversión paralizada y, con los segundos, a continuar como aliados en el Congreso de los Diputados para amarrar la legislatura. ¿Quién es capaz de mantener ese equilibrio de platos chinos? El resultado es un mayor y progresivo enfrentamiento entre los independentistas, paso previo inexcusable para desinflar el suflé catalán de la república independiente que hace unos años congregaba en la calle a un millón de personas y ahora no pasan de 100.000.

Foto: El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters) Opinión
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La ‘mesa de diálogo’ es otro ejemplo de esa misma estrategia del presidente Pedro Sánchez para reconducir la revuelta independentista a la senda constitucional, en la que se admite —no se olvide— la discrepancia de la propia Constitución, pero no la desobediencia. Podemos fijarnos ahora en el tiempo transcurrido desde que comenzó esta polémica: en diciembre de 2018 se celebró la primera reunión de esa mesa. Quizá pueda recordarse porque fue la de la polémica de las flores de Pascua que decoraban la estancia en la que se reunieron Pedro Sánchez y Quim Torra. Los independentistas las buscaron amarillas, para colar el símbolo de los presos que estaban en la cárcel, pero un asesor de la Moncloa, a última hora, se percató de la jugarreta y les intercaló un macetón de flores de Pascua rojas. Casi tres años después —¡tres años después!— de aquella primera reunión, la mesa del diálogo sigue reuniéndose de cuando en cuando con el mismo ‘acuerdo’ que el que se alcanzó ayer en Barcelona: nada.

Según el presidente de la Generalitat, todavía están pendientes de concretar “las bases y la metodología del proceso de negociación”. En dos horas de reunión, Pedro Sánchez constató lo mismo: “Hemos decidido trabajar sin prisas, sin pausa, pero sin plazos”. A la vicepresidenta Yolanda Díaz se le pudo oír también una frase definitoria, incluso antes de que se celebrase la reunión: “El acuerdo será que seguiremos reuniéndonos para seguir acordando”. Cuando en política se quiere olvidar, apagar o postergar eternamente un problema, se deriva a una ‘mesa de negociación’.

Eso es lo que está ocurriendo en Cataluña, todo lo demás es palabrería incendiaria y chulesca que solo afecta a quien entra en la provocación. Fijémonos en lo que ocurre y tenemos delante, no en lo que otros dicen que ocurre. Y por lo que ya tenemos constatado, conviene confiar en la estrategia de Pedro Sánchez en Cataluña mientras esas reuniones se mantengan dentro del marco constitucional, del que el Gobierno ni se ha apartado ni puede apartarse, y siempre, por supuesto, que no se quiera acallar a los independentistas con privilegios económicos a costa de los demás, aunque tampoco esto será nuevo en España.

El presidente Pedro Sánchez ha cedido al independentismo la palabrería incendiaria y se ha reservado los hechos y el paso del tiempo para sí mismo y para su Gobierno. Por eso, se puede afirmar hoy que su estrategia está consiguiendo los objetivos que se había marcado: desarmar la amenaza independentista de Cataluña, que provocó en España la crisis institucional más grave de la democracia; ni siquiera equiparable al golpe de Estado de Tejero, porque esta vez procedía de las propias instituciones del Estado. Solo con un poco de distancia de la melé política diaria sobre el hartazgo catalán, de esa polvareda que se levanta, es posible contemplar con claridad qué es exactamente lo que está ocurriendo con esa mesa de diálogo que, para empezar, ni es nueva, ni es exclusiva de Cataluña —también figura en otros estatutos de autonomía— ni se ha reunido ahora por primera vez.

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