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Las muertas del machismo y una coda de tetas
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Javier Caraballo

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Las muertas del machismo y una coda de tetas

La inmensa mayoría de la población tiene un criterio claro de condena de la violencia que sufren las mujeres, pero resulta que cuando conocen un caso en su entorno, casi la mitad se callan y no dicen nada

Foto: Activistas de Femen, en protesta contra la violencia machista. (EFE/Juanjo Martín)
Activistas de Femen, en protesta contra la violencia machista. (EFE/Juanjo Martín)

A las seis y cuarto de la mañana, abrió la puerta de la panadería y se encontró con Mónica, su jefa, tendida en el suelo, en medio de un gran charco de sangre. La habían apuñalado. A unos metros, dentro del mismo domicilio, también estaba el cadáver de su marido, Antonio, con la cabeza destrozada por un disparo de escopeta. La Guardia Civil no tuvo demasiados problemas para reconstruir lo sucedido: entre las 12 y las cinco de la mañana, comenzaron a discutir y el marido se abalanzó sobre ella con un cuchillo y la apuñaló hasta matarla; luego cogió una escopeta y se disparó en la cabeza.

La reconstrucción del crimen era lo más fácil, ninguna duda sobre lo sucedido, pero todo lo contrario sucedía con la explicación, del tipo que fuera, sobre el porqué. Cómo era posible que esa pareja hubiera terminado de esa manera, si todo el mundo los conocía en el pueblo, una pequeña aldea de Granada, Fuentes de Cesna, y no conocían ni una mala contestación, un desaire o una pelea entre ellos. Ella tenía 50 años y él, 48; la familia se completaba con dos hijos mayores, de 20 y 27 años, que no se encontraban en el pueblo la noche en que su padre asesinó a su madre. “Eran amables y trabajadores, una gran familia… No nos lo creemos”.

Este mismo relato, que se corresponde con la segunda mujer que es asesinada en este 2022 por la violencia machista, por el odio criminal de esos hombres, se repetirá otras muchas veces durante el año, 40 o 50 mujeres más, y en mucho de esos casos volveremos a repetirnos lo mismo: cómo entender ese final trágico si durante años y años no constaba ningún maltrato, ninguna denuncia, ni siquiera una queja, un lamento, a los vecinos, a los familiares. La misma sorpresa se produjo unos días antes, cuando una joven profesora de Tudela, de 38 años, Sara Pina, fue encontrada muerta, salvajemente apuñalada. El marido, que la asesinó mientras dormía, se fugó a Francia, pero fue detenido unos días después.

Si duele en el alma cada noticia de un asesinato así, cada mujer que cae cosida a puñaladas, más duele el desconcierto de vernos perdidos

Tampoco existían denuncias previas de maltrato, ningún indicio previo que pudiera hacer sospechar un final así, despiadado y cruel, que acabaría con una mujer querida por todos. Se habían casado hacía solo cinco años, no tenían hijos, acababan de volver de un viaje de vacaciones por varios pueblos de Andalucía y, de repente, ese final. ¿Qué está pasando? ¿Qué está fallando? Si duele en el alma cada noticia de un asesinato así, cada mujer indefensa que cae cosida a puñaladas, acribillada por su marido, su novio o su amante, más duele el desconcierto de vernos perdidos, de no saber explicar cómo es posible que en el mundo en que vivimos, en esta España avanzada de feminismo, de protección legal de las mujeres maltratadas, no seamos capaces de detectar ni siquiera los indicios que llevan a esa espiral de muertes de mujeres.

Quizá podamos profundizar aún más en este desconcierto si reparamos en las conclusiones asombrosas del último ‘Estudio sobre la percepción y actitudes hacia la violencia de género en Andalucía’, del Instituto Andaluz de la Mujer. Atención: Más de dos tercios de la población conoce dentro de su círculo de amistades o familia a una mujer que es víctima de violencia machista (exactamente el 67,7%), pero resulta que casi la mitad de esas personas se calla y no dice nada: casi el 44% ni siquiera le preguntó a la mujer si necesitaba ayuda. Sin embargo, en esa misma encuesta, cuando se pregunta a los ciudadanos si condenan la violencia de género y si estos casos deben estar perseguidos penalmente, una abrumadora mayoría lo respalda, hasta el 96,1%.

Tanto manoseo con estereotipos gastados puede servir a unos pocos, o a muchos, pero nos perjudica a todos

A ver quién puede explicar una contradicción como esta, que la inmensa mayoría de la población tenga un criterio claro de condena de la violencia que sufren las mujeres, pero resulta que cuando conocen un caso en su entorno, casi la mitad se calla y no dice nada. Es evidente que todos conocen las consecuencias mortales que puede conllevar el maltrato, siquiera por la enorme difusión y contestación social que se produce tras cada crimen machista, pero lo desconsideran igual. Y otra conclusión más de ese estudio, para aumentar la estupefacción: son mujeres quienes, de forma mayoritaria, conocen la existencia de algún caso de violencia machista en su entorno, familiar, laboral o vecinal, y, sin embargo, no hacen nada, ni comentan nada.

Ocurre, además, que muchas de esas mujeres son jóvenes y adolescentes que han nacido y se han criado en una sociedad, como la española, con una legislación específica contra la violencia de género y un enorme entramado de burocracia política y administrativa de Igualdad, concejalías, consejerías, ministerios, observatorios, plataformas y fundaciones repartidas por todo el país. A pesar de ello, en las encuestas que se realizan se señala que “se estima que el fenómeno de la violencia de género ha crecido en España de una forma vertiginosa, más rápido que los accidentes de tráfico, los robos y las agresiones sexuales”.

Algo, evidentemente, está fallando. De forma estrepitosa, además, porque si el resultado de todo lo que hacemos contra la violencia machista es que el fenómeno aumenta y lo hace, además, en las capas más jóvenes de la población, es que tenemos que empezar a contemplar si no se están aplicando algunas medidas que son contraproducentes para el objetivo que perseguimos. De modo que, cuando, otra vez, la violencia machista madruga en España, como cada año, y nos desconcierta tanto como esos dos primeros asesinatos de 2022, en los que no medió ni una sola denuncia de maltrato, tendríamos que plantearnos si, al cabo de tantos años, no hace falta una auditoría general sobre la lucha contra la violencia de género.

La canción de Bandini es una melodía que puede servir de himno ocasional de una generación que asiste a la explosión del feminismo

Para analizar qué funciona y qué no: dónde se despilfarra dinero y dónde hace mucha falta, por ejemplo, en la protección efectiva de las mujeres que sufren ese acoso asesino. Frente a esa auditoría necesaria lo que encontraremos, sin embargo, es una clase política enrocada en un feminismo institucional que negará cualquier revisión porque ya tienen un discurso construido de la realidad que no piensan cuestionar, ni permitirán que se haga.

Coda: la última polémica feminista que ha estallado en España, la de las tetas de Rigoberta Bandini, por su canción ‘Ay, mamá’, es un ejemplo magnífico del absurdo en que degenera en muchas ocasiones el debate sobre el feminismo, con la grave consecuencia de que podemos pensar que también esa degeneración contribuye al desenfoque, la trivialización y el desnorte del problema real.

Tanto manoseo con estereotipos gastados puede servir a unos pocos, o a muchos, pero nos perjudica a todos. La canción de Bandini es, sin más, una melodía que, perfectamente, puede servir de himno ocasional de una generación, la actual, que asiste a la explosión del feminismo, de la igualdad real, como la última gran revolución social de la humanidad. Debemos entender que cuando se dice, en la canción, “no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”, se está plasmando una metáfora contra aquellos que se resisten al movimiento feminismo, ese machismo rancio. Pero de ahí, como ha sucedido, elevar la canción a un estadio superior, como si planteara la existencia de un problema de discriminación social de las mujeres por sus pechos, es simplemente absurdo. Estamos a un tris de que alguien diga que en España se criminalizan las tetas...

A las seis y cuarto de la mañana, abrió la puerta de la panadería y se encontró con Mónica, su jefa, tendida en el suelo, en medio de un gran charco de sangre. La habían apuñalado. A unos metros, dentro del mismo domicilio, también estaba el cadáver de su marido, Antonio, con la cabeza destrozada por un disparo de escopeta. La Guardia Civil no tuvo demasiados problemas para reconstruir lo sucedido: entre las 12 y las cinco de la mañana, comenzaron a discutir y el marido se abalanzó sobre ella con un cuchillo y la apuñaló hasta matarla; luego cogió una escopeta y se disparó en la cabeza.

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