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Juan Carlos I se hace extranjero
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Javier Caraballo

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Juan Carlos I se hace extranjero

Nos ha dejado claro el ciudadano Juan Carlos de Borbón que no vuelve a España porque lo más importante para él en estos años finales de su vida es preservar y resguardar la fortuna acumulada en el extranjero

Foto: El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr)
El rey emérito Juan Carlos. (EFE/Lavandeira Jr)
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Ha llegado el momento de poner fin a uno de los bulos más extendidos de la política española: la supuesta obligatoriedad con que se ha castigado al rey emérito, Juan Carlos I, a tener que vivir lejos de España. Se acabó, ya no se sostienen más las acusaciones contra la dureza y la desconsideración de Felipe VI, la crueldad de un hijo con su padre, que lo echa de España sin importarle nada. Se han terminado hasta las protestas contra el Gobierno de Pedro Sánchez, como si el presidente fuera el responsable de que el Rey emérito no regrese a España, como un juez malvado e inquisidor que lo ha desterrado a miles de kilómetros, sin respeto ni memoria, ni a su legado. Todo eso es mentira, es falso: Juan Carlos de Borbón no vive en España porque no quiere. Es su decisión, con independencia de que cuanto más lejos esté, menos problemas le dará al jefe del Estado, su hijo Felipe VI, y menos podrá desestabilizar la monarquía parlamentaria española.

De modo que sí, ha llegado el momento de ponerle fin a todo eso, porque ya nos ha dejado claro el ciudadano Juan Carlos de Borbón que no vuelve a España porque lo más importante para él en estos años finales de su vida es preservar y resguardar la fortuna acumulada en el extranjero y que ha estado ocultando a la Hacienda española. Por eso vive en Abu Dabi y, por esa razón, acaba de comunicar a las autoridades tributarias españolas su firme decisión de mantener en aquel país "el núcleo principal o la base de sus actividades o intereses económicos". Juan Carlos I no vuelve a España porque, para hacerlo, tendría que hacer aflorar el dinero que ha mantenido oculto y, además, dar cuenta de su origen. Ni una cosa ni la otra va a hacer el Rey emérito y, por esa razón, decidió marcharse fuera y no volver jamás. El bulo de la injusticia que se comete con él ya no se sostiene.

Que se fuera lejos era algo que todo el mundo entendió entonces como un mal necesario

Cuando, en agosto de 2020, Juan Carlos de Borbón anunció, con una carta a su hijo, que dejaba la Zarzuela, donde había vivido durante 58 años, para marcharse a vivir fuera de España, él mismo reconocía que se trataba de un gesto necesario "ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada". Que se fuera lejos era algo que todo el mundo entendió entonces como un mal necesario, para que su presencia aquí no pudiera deteriorar más el prestigio de la Casa Real, de la monarquía parlamentaria y de la propia estructura institucional de la democracia española.

También el propio Rey emérito, y por eso añadía en esa primera carta que abandonaba el país "con el mismo afán de servicio a España que inspiró" su largo y fructífero reinado. El problema que, desde entonces, hemos ido acotando se resume en la sospecha creciente de que los escándalos sobre la vida de Juan Carlos I no se agotan, que siempre seguirán creciendo. En estos años, el Rey emérito ha regularizado parte de lo defraudado, con el pago de más de cinco millones de euros, y el resto de las causas que se habían abierto contra él han decaído por distintos motivos, desde "la insuficiencia de indicios incriminatorios a la prescripción del delito o la inviolabilidad del jefe del Estado", como puso de manifiesto la Fiscalía Anticorrupción en uno de sus últimos escritos. La misma certeza debe compartirla Juan Carlos de Borbón, sabe bien que solo puede acabar sus días en un régimen opaco en el que nadie le pida cuentas sobre el origen de su fortuna.

Juan Carlos I se acostumbró al dinero fácil, a cómo ganarlo en la democracia española

"Como suelen decir los alcohólicos, el problema no es la última copa, sino la primera", dice un antiguo amigo de Juan Carlos, uno de esos personajes del mundo empresarial que eran referencia de la España de los noventa. A lo que se refiere, según dice, es que en cuanto se asentó la Transición, tras la victoria del PSOE en las elecciones de 1982 y la incorporación de España a la Unión Europea, Juan Carlos I empezó a preocuparse por su futuro y recibió, en extrañas circunstancias, un crédito multimillonario "de los que jamás se exige devolución".

La razón de fondo, esgrimida entonces, es que tenía que asegurar su futuro, blindarlo ante cualquier eventualidad catastrófica que pudiera sucederle, como a alguno de sus antepasados, como a su propio abuelo, Alfonso XIII… "El problema, sin enredarnos en ningún debate sobre esas razones, esos temores, es que aquel día, Juan Carlos I se acostumbró al dinero fácil, a cómo ganarlo en la democracia española, y así se convirtió en lo que vemos ahora", remata su revelación este hombre que tantas charlas compartió con el Rey emérito en aquellos tiempos en los que el general Sabino Fernández Campo imponía su rigor en los asuntos de la Casa Real. Hasta que el rey Juan Carlos se lo quitó de en medio, precipitadamente, en 1993. Luego vino lo que vino, una progresiva e inexorable degeneración que ha decidido ocultar en Abu Dabi, protegido por el emir y asesorado por sus nuevos abogados, los mismos que asisten a su amigo en aquel país, el traficante de armas hispano-libanés Abdul Rahman el Assir, de 71 años, en busca y captura por defraudar a la Agencia Tributaria española 14,7 millones de euros.

Tras la profunda decepción que supuso conocer el escándalo exponencial del Rey emérito, de su estafa social y sentimental a los españoles, que es más grave aún que el fraude financiero, establecimos la necesidad de diferenciar entre la figura histórica de Juan Carlos de Borbón y la de este señor que se ha ido a vivir a Abu Dabi con sus millones ocultos y sus cosas. El primero nos pertenece a todos, su memoria es patrimonio común de los demócratas españoles, del orgullo de lo conseguido desde la dictadura, y ni siquiera el propio Juan Carlos tiene derecho a arrebatárnoslo. Que siga allí, lejos de España, que para eso se ha hecho extranjero, y dentro de estas cuatro paredes, acabemos con el bulo de la injusticia que se comete con él. Se acabó ese bulo.

Ha llegado el momento de poner fin a uno de los bulos más extendidos de la política española: la supuesta obligatoriedad con que se ha castigado al rey emérito, Juan Carlos I, a tener que vivir lejos de España. Se acabó, ya no se sostienen más las acusaciones contra la dureza y la desconsideración de Felipe VI, la crueldad de un hijo con su padre, que lo echa de España sin importarle nada. Se han terminado hasta las protestas contra el Gobierno de Pedro Sánchez, como si el presidente fuera el responsable de que el Rey emérito no regrese a España, como un juez malvado e inquisidor que lo ha desterrado a miles de kilómetros, sin respeto ni memoria, ni a su legado. Todo eso es mentira, es falso: Juan Carlos de Borbón no vive en España porque no quiere. Es su decisión, con independencia de que cuanto más lejos esté, menos problemas le dará al jefe del Estado, su hijo Felipe VI, y menos podrá desestabilizar la monarquía parlamentaria española.

Rey Don Juan Carlos
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