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Matacán
Por
La oposición previsible del PP
El partido que preside Feijóo jamás ha logrado poner al Gobierno de Sánchez en un serio apuro. Nada que no haya podido solventar con una andanada del 'ministro jabalí', Óscar Puente, un verdadero especialista en lo suyo
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La virtud más preciada de la política es la originalidad. Como en tantas otras facetas de la vida, claro, solo que en la política la originalidad conlleva la posibilidad de que un líder sea capaz de marcar la agenda política, de determinar los debates ante sus adversarios y de conectar con la ciudadanía, con sus problemas reales, más allá del aplauso seguro de los fieles. Podríamos decir, en este sentido, que en la política es donde mejor se percibe eso que decía Ernesto Sábato de que “ser original es, en cierto modo, poner de manifiesto la mediocridad de los demás”. Al Partido Popular es lo que le ocurre, que no basta con que repita lo evidente sobre este Gobierno, aquello que hasta muchos socialistas admiten en privado, sino que debe realizar una política de oposición que ponga de manifiesto la mediocridad del Gobierno. Decir y hacer.
Conviene subrayar el matiz: que no se trata de repetir todos los días que el Gobierno es mediocre, sino de demostrarlo, de ponerlo de manifiesto. Lo primero solo conduce a un intercambio de acusaciones, y siempre habrá un Patxi López dispuesto a contestarle a una Cuca Gamarra, y viceversa, mientras que lo segundo conduce al Gobierno a un callejón sin salida, lo hace trastabillar, sin posibilidad de que un ministro pueda resolverlo con una polvareda de provocaciones y descalificaciones. La mayor evidencia de la oposición previsible del partido que preside Alberto Núñez Feijóo está en la constatación de que jamás ha logrado poner al Gobierno de Pedro Sánchez en un serio apuro. Nada que no haya podido solventar con una andanada del ‘ministro jabalí’, Óscar Puente, un verdadero especialista en lo suyo. Ya sabemos que el desahogo de este hombre, en concreto, es inabarcable, pero es difícil pensar, por ejemplo, en un caos ferroviario como el que se está viviendo este verano en España sin que el responsable del departamento, el ministro de Fomento, se sacuda tan plácidamente los problemas como motas de polvo en las hombreras. Alguna responsabilidad debe tener la oposición para que el caos ferroviario le haya resultado tan barato…
La única explicación posible, como se apuntaba antes, debe estar en lo elemental de la oposición que se ejerce, meramente declarativa, sin desvelar nada que comprometa realmente a los responsables del desaguisado. Un documento comprometedor, la constatación de advertencias ignoradas, de inversiones desatendidas. Si todo se limita a la calificación de los hechos, la réplica se resuelve fácilmente con alguno de los comodines habituales, como la invocación de la extrema derecha. Sin más. Como cada uno de nosotros es posible que haya resoplado cuando asiste a uno de esos cruces de descalificaciones, por la pesadez inmensa, no hará falta insistir más.
Así que vayamos a otro ejemplo de oposición previsible, este mucho más grave: las sentencias del Tribunal Constitucional sobre el fraude de los ERE en Andalucía. De forma absolutamente inexplicable, el PP ha recusado a los magistrados del Constitucional que, claramente, incurrían en incompatibilidad cuando ya era un mero brindis al sol, porque lo hicieron fuera de tiempo y cuando ya se habían dictado varias sentencias. ¿Cómo es posible que al PP se le haya pasado el plazo de recusación si resulta que está presente en ese proceso judicial desde el principio y, además, gobierna en la comunidad autónoma en la que se produjo el escándalo?
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La respuesta a esa pregunta es muy complicada para los dirigentes del Partido Popular porque ninguna de las explicaciones posibles lo deja bien parado. Inoperancia e inutilidad o un incomprensible dejar hacer, una especie de pasteleo oculto. No hay más posibilidades porque el artículo concreto de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, el artículo 56 que se refiere a las recusaciones, no deja lugar a dudas: hay que presentarlas en cuanto se tenga conocimiento de la irregularidad, porque después tendrá que ser rechazada, con independencia de que sea cierta o no. “Se inadmitirán las recusaciones cuando se propusieren iniciado ya el proceso, si la causa de recusación se conociese con anterioridad al momento procesal en que la recusación se proponga”.
Volvamos a repetir que el PP forma parte de este proceso judicial desde el comienzo y que la Junta de Andalucía, que es parte perjudicada en el fraude, está gobernada por uno de los políticos más destacados de ese partido, Juanma Moreno, que dispone de una amplia mayoría absoluta en el Parlamento. Y añadamos que lo que iba a ocurrir se venía anunciando desde muchos meses antes. Aquí mismo, en El Confidencial, se publicó en octubre de 2023 que el Tribunal Constitucional iba a resolver los recursos de los ERE en el verano de 2024 y que la ponente sería Inmaculada Montalbán, una mujer que siempre ha contado con el respaldo del PSOE para ocupar los puestos más relevantes de su carrera profesional.
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Meses más tarde, en enero de este año, se precisó incluso que en el Tribunal Supremo estaban seguros de que el Tribunal Constitucional pensaba saltarse todas las líneas rojas para poder dejar sin responsabilidad penal a los políticos socialistas condenados. Es justo lo que ha ocurrido. Tal cual. Sin embargo, lo que ha hecho el PP es presentar la recusación hace un mes, cuando ya se conocían las sentencias y los condenados daban ruedas de prensa eufóricos, sacando pecho y exigiendo disculpas. Evidentemente, el Tribunal Constitucional resolvió la cuestión en un plis plas y rechazó las recusaciones, con el simple recuerdo de que eran “extemporáneas”.
Lo último que estamos contemplando, en sintonía con lo anterior, es la respuesta de los dirigentes del Partido Popular al compromiso del Gobierno de Pedro Sánchez de concederle a Cataluña un ‘concierto a la vasca’ para contentar a los independentistas. Resulta inútil, por ineficaz, que todos los días se repita lo que todos sabemos, que el presidente Sánchez ha vuelto a cambiar de opinión y que, tras el engaño, van a negar con el mayor de los descaros lo que todos podemos leer, letra por letra, en el documento firmado por los socialistas catalanes y los independentistas. La vicepresidenta Montero es capaz de mentirse ella sola delante del espejo y no cambiar el semblante.
Que sí, que todo eso es sabido, y es verdad, pero lo que se espera de un partido que gobierna en la mayoría de las comunidades autónomas, que tiene mayoría absoluta en el Senado y el grupo parlamentario más numeroso del Congreso, es que empiece el curso político con una propuesta alternativa que puedan suscribir hasta algunos presidentes autonómicos del Partido Socialista, como el castellanomanchego Emiliano García-Page. Y que lleve esa propuesta al Congreso, negociando con los adversarios que puedan sumársele en esta reclamación. Pensar, dialogar, pactar… Una estrategia más elaborada que este bla, bla, bla tan cansino como vago que podemos denominar así, la oposición previsible.
La virtud más preciada de la política es la originalidad. Como en tantas otras facetas de la vida, claro, solo que en la política la originalidad conlleva la posibilidad de que un líder sea capaz de marcar la agenda política, de determinar los debates ante sus adversarios y de conectar con la ciudadanía, con sus problemas reales, más allá del aplauso seguro de los fieles. Podríamos decir, en este sentido, que en la política es donde mejor se percibe eso que decía Ernesto Sábato de que “ser original es, en cierto modo, poner de manifiesto la mediocridad de los demás”. Al Partido Popular es lo que le ocurre, que no basta con que repita lo evidente sobre este Gobierno, aquello que hasta muchos socialistas admiten en privado, sino que debe realizar una política de oposición que ponga de manifiesto la mediocridad del Gobierno. Decir y hacer.