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Por qué Feijóo debe ignorar los gritos de Aznar y 'hacerse un Rajoy'
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Pilar Gómez

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Por qué Feijóo debe ignorar los gritos de Aznar y 'hacerse un Rajoy'

El gallego es el mismo, pero el PP ya no le ve igual. Hay barones con aspiraciones, más allá de Ayuso y Juanma Moreno. Es cuestión de tiempo. Hay que aguantar, como en 2008

Foto: Mariano Rajoy y Núñez Feijóo, durante la campaña electoral. (EFE/Brais Lorenzo)
Mariano Rajoy y Núñez Feijóo, durante la campaña electoral. (EFE/Brais Lorenzo)
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El pasado lunes, Alberto Núñez Feijóo reúne a la Junta Directiva Nacional del PP para insuflar ánimos. Isabel Díaz Ayuso llega tarde. Viene de la Zarzuela donde ha tenido un encuentro con el Rey. La baronesa entra con sus compañeros de filas ya sentados. Feijóo, azorado, espera a que esté sentada. Es cuestión de segundos, pero entre los asistentes parece que el tiempo se haya parado. Se miran y piensan: ¿aplaudimos? Finalmente, el aplauso se ahoga. No hay razón para recibir a Ayuso con una ovación.

La escena la relata uno de los que se descubrió a sí mismo preparado para dejarse las manos en el recibimiento a Ayuso. Lo cuenta desde la sorpresa de vivir en sus propias carnes la esquizofrenia que reina en el PP. Todos están con Feijóo, nadie le disputará el liderazgo, pero hay movimientos involuntarios, unos más que otros, que dejan ver las debilidades del jefe. Feijóo no ha cambiado, pero la percepción dentro del PP sí. Era el hombre de las mayorías absolutas, el mesías que estaba por venir para devolver a los populares a la Moncloa. El gallego tenía que vengar al otro gallego.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto a la secretaria general, Cuca Gamarra. (EFE/Zipi Aragón)

Ahora es un presidente del PP rodeado de barones y baronesas en edad de aspirar. Él sabe bien de lo que hablo. Jugó ese papel con Rajoy de presidente y lo extremó en la etapa de Casado. Contra Génova siempre se vive mejor. El PP tiene un poder territorial apabullante, pero no Feijóo. Los líderes territoriales gozan de la libertad que se les autorizó. Ninguno siente que deba nada al líder. Hasta el pupilo Alfonso Rueda tiene ya agenda propia. La política es así. Solo entiende de gobernar, que no es lo mismo que ganar. Feijóo siempre lo ha dicho, parece que lo ha olvidado.

Ayuso perdió sus primeras elecciones en 2019, pero fue presidenta. Obtuvo 30 escaños y el 22,2% de los votos. El 28-M anotó 71 diputados y el 47, 3% de los sufragios. Pasó de ser la "chica de nuevas" que llevaba las redes de Pecas, el perro de Aguirre, a encarnar el liderazgo capaz de unificar a la derecha. Porque eso es lo que hay en el subconsciente de los que le iban a aplaudir. No es voluntario en muchos casos, en otros sí. Tampoco lo es el nerviosismo que suscita la mera presencia de Aznar.

Si Feijóo tuviese opciones de ser investido presidente tras su discurso del 26 y el 27, Aznar sería un Felipe González. No se tendrían en cuenta sus opiniones e incluso se le tildaría en privado de "soberbio". Si Ortuzar hubiera posado con el gallego y no con Puigdemont, poco se hablaría de la igualdad de los españoles en el PP. Cayetana Álvarez de Toledo se hubiese ahorrado, o quizás no, su artículo marcando la doctrina de "libres y populares". El mensaje de Aznar se amplifica siempre que el partido está en horas bajas. Da igual si Feijóo tenía ya pensado clamar "!Basta ya!", el grito de Aznar fue ensordecedor. Aventuran los aznarológos que, si Sánchez mantiene la Moncloa, el expresidente dará un nuevo aviso. Le avala que fue de los pocos que alertaba, cuando se le quería escuchar, que el PP no estaba en esos 150 de las encuestas que nublaron a Génova. Ya está liberado. Dio su apoyo a Feijóo e incluso aceptó recrear una reconciliación con Rajoy. Nadie le podrá reprochar que no se implicó. Ni una salida de tono en la campaña. Ahora está liberado y actuará en consecuencia.

Los tiempos no favorecen. Su familia añora Galicia y el PP está fatigado de banquillo

Feijóo lo sabe, pero no debe inquietarse. Lo mejor es ser Feijóo. Cuando bendijo los pactos con Vox, defraudó a muchos votantes de centro que creían en su palabra. No reconocían al hombre de Estado moderado. Desde entonces ha dado bandazos, defendido una cosa y la contraria. El horizonte político no le beneficia. El gallego arranca en la oposición superados los 60, con una familia que añora Galicia y un partido cansado de hacer banquillo. Habrá cierre de filas público de los suyos, pero se engaña si ignora que hay barones y baronesas con aspiraciones de liderar el PP. No solo hablo de Ayuso y Juanma Moreno. Hay más. Observen los movimientos, es cuestión de tiempo.

La clave está en "hacerse un Rajoy". Si repasamos las crónicas de 2008 leemos, por ejemplo, en El Heraldo: "El sector crítico del PP ha vuelto a poner en cuestión el liderazgo de Mariano Rajoy tras una semana en la que han visto en su líder errores y bandazos. A las protestas de los críticos de siempre —exzaplanistas, exaznaristas, aguirristas, desplazados o descolocados— se sumaron en esta ocasión las quejas del grueso de los parlamentarios populares, en franco desacuerdo con la oposición desplegada por el nuevo equipo dirigente, con el presidente del partido a la cabeza…".

Se observa que la retahíla de críticos es mayor y que algunos son los mismos de hoy. El otro gallego lo tenía aún peor, pero siempre fue él mismo. Rajoy nunca dejó de ser Rajoy. Ni cuando en 2015 Aznar se presentó el día después de las elecciones en Génova para reclamar una "reflexión profunda" y un congreso después de que el PP pasase de 186 a 123 escaños. Aguantó y ganó. Zapatero acabó devorado por una crisis económica sin precedentes, Sánchez puede verse sepultado por una crisis institucional de consecuencias imprevisibles. El socialista puede ganar la investidura, pero ganar no es gobernar, para Sánchez tampoco.

El pasado lunes, Alberto Núñez Feijóo reúne a la Junta Directiva Nacional del PP para insuflar ánimos. Isabel Díaz Ayuso llega tarde. Viene de la Zarzuela donde ha tenido un encuentro con el Rey. La baronesa entra con sus compañeros de filas ya sentados. Feijóo, azorado, espera a que esté sentada. Es cuestión de segundos, pero entre los asistentes parece que el tiempo se haya parado. Se miran y piensan: ¿aplaudimos? Finalmente, el aplauso se ahoga. No hay razón para recibir a Ayuso con una ovación.

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