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Aquí empezó todo: las siniestras relaciones entre prensa y poder
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Carlos Sánchez

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Aquí empezó todo: las siniestras relaciones entre prensa y poder

Los nuevos populismos han construido su poder desde los medios de comunicación. Solo los países con buena arquitectura institucional serán capaces de sobrevivir a su empuje

Foto: Rueda de prensa de Pablo Iglesias. (EFE)
Rueda de prensa de Pablo Iglesias. (EFE)

Ahora que se cumplen 40 años de casi todo, tal vez merezca la pena repescar un pasaje de la historia de España que el fotógrafo César Lucas recogerá en su libro de memorias. Lucas, testigo excepcional de la Transición como editor gráfico de 'El País' y otras publicaciones de la época, revela que en diciembre de 1973 Juan Luis Cebrián, por entonces director de la revista 'Gentleman', le propuso acompañarlo a Londres, donde había concertado una entrevista con el embajador de España en el Reino Unido, Manuel Fraga Iribarne.

Cuenta Lucas que lo que inicialmente parecía un trabajo rutinario se convertiría, pasado el tiempo, en un punto de inflexión en la historia de la política española de aquellos años. La 'excusa', como sostiene Lucas, era hacer un reportaje sobre un día en la vida del embajador Fraga, por entonces alejado de España tras las rencillas en el seno del régimen que lo apartaron del general Franco.

El reportaje fue portada de la revista 'Gentleman' con el título 'De paseo con Fraga por Londres', y la importancia de la entrevista fue tal que a ella se dedicaron 12 páginas que fueron la comidilla política de aquellos días.

Uno de los proyectos que el 'exiliado' Fraga había pergeñado en Londres era la creación de un periódico de ámbito nacional de nuevo cuño capaz de suplir las viejas cabeceras del franquismo. La idea original, como cuenta Lucas, fue de dos periodistas. Carlos Mendo y Darío Valcárcel, que se lo propusieron a José Ortega Spottorno, hijo del filósofo. Corría el año 1972. Los tres fundaron la sociedad editora PRISA, de la que Fraga controlaba, a través de amigos de confianza, el 21% de las acciones; mientras que uno de sus adversarios políticos dentro del régimen, José María de Areilza, poseía otro 15%.

En realidad, la verdadera intención de Cebrián con aquella entrevista era ganarse la confianza de Fraga, llamado a ocupar un papel relevante tras el 'hecho biológico', que se decía para salvar la censura. El propio Fraga recuerda en sus abultadas memorias su encuentro londinense con Cebrián: “Dos cosas quedaron claras, que no se cumplieron, ‘tant s’en faut’. La primera, que él se embarcaba "conmigo y por mí" en aquella empresa; la segunda, que el periódico sería liberal y avanzado, pero que en él "no entraría un solo marxista".

Es muy conocido que el primer director de 'El País' iba a ser Miguel Delibes, pero al final declinó el ofrecimiento porque la empresa le pareció demasiado ambiciosa para alguien más interesado en escribir y pasear por el campo, como admitió en su día. En todo caso, lo relevante es que Cebrián logró su objetivo y fue el primer director de 'El País'. Lo paradójico fue, sin embargo, que en el primer número -hace ahora 40 años- la única foto que aparece en portada fue la de Areilza, el enemigo íntimo de Fraga. El cazador cazado, que diría el clásico.

Más allá de los enredos para ser director del diario de Miguel Yuste, lo significativo son las extrañas alianzas que históricamente han tejido el poder político y el mediático, lo que a la postre ha creado un matrimonio de conveniencia que ha acabado por arrastrar la credibilidad -y la cuenta de resultados- de los medios de comunicación. Incluyendo patéticas escenas como aquella que mostraba a un director de periódico saludando de forma triunfante desde los balcones del poder para dejar claro quién mandaba en el ecosistema informativo.

Un proyecto intelectual

No se trata, desde luego, de un fenómeno patrimonio de España. Al fin y al cabo, la prensa es -o debe ser- un proyecto intelectual, y la materia prima con la que trabajan unos y otros (políticos y periodistas) es la misma. Felipe González lo ha descrito con ingenio: “'El País' buscaba lectores y yo electores”, lo que explica el nacimiento de un formidable sindicato de intereses.

Es obvio que esa enorme capacidad de influencia a través de la prensa tradicional se ha trasladado a los medios audiovisuales y a internet. Hoy, los periódicos de papel languidecen y las redacciones se vacían, lo cual ha generado un nuevo entorno informativo más proclive al espectáculo que a la reflexión. Algo que explica, en buena medida, el resurgir de los populismos, desalojados de la política durante décadas cuando mandaba la lectura y no el ‘show business’. Hoy hubiera sido imposible hacer la Transición política con estos medios informativos y con estos políticos, más interesados en quedar bien con la opinión pública que en resolver los problemas de los ciudadanos.

La capacidad de influencia de los medios tradicionales se ha desplazado a los audiovisuales y a la red pero también prima el espectáculo frente a la reflexión

Fenómenos como Donald Trump, Le Pen (en sus orígenes) o, incluso, Podemos han crecido gracias a ello. Y de hecho, si a Izquierda Unida o a UPyD, por poner dos ejemplos, se les hubiera prestado tanta atención como a Iglesias y sus conmilitones, es muy probable que el mapa político español hubiera sido muy diferente.

No ha sido así. Y lo cierto es que hoy los populismos se han situado en el centro del debate político y conforman de manera decisiva los comportamientos de la opinión pública. O, por lo menos, son referentes de amplios sectores de la población gracias, en el caso español, a una presencia obsesiva en algunas cadenas del duopolio patrio con un descomunal desprecio hacia el equilibrio informativo. Uno suponía que los líderes políticos leían informes, libros de historia o de economía o se reunían con sus colaboradores para diseñar sus estrategias políticas, pero nunca que se convertirían en asalariados de los platós de televisión. En la mayoría de los casos para decir obviedades y sandeces.

Ningún país es ajeno a esta tendencia, pero parece obvio que aquellos que tienen mayor calidad de sus instituciones están mejor protegidos. Un individuo como Trump difícilmente puede poner en peligro la democracia americana. Ni siquiera Marine Le Pen aunque llegara a presidenta de la República francesa.

Parlamento de papel

No sucede lo mismo en España, donde a la hora de abordar una campaña electoral, la contaminación mutua entre políticos y medios de comunicación pone en riesgo la esencia de la democracia, que no es otra que los ciudadanos voten con criterio y objetividad. Para lo cual son necesarios medios de comunicación rigurosos, no sectarios, independientes, solventes económicamente y capaces de cumplir con su obligación, que no es otra que informar verazmente. En una democracia avanzada que no se limita a votar cada cuatro años, los medios no son solo información, sino que también son contrapoder, crítica y análisis.

El hecho de que los medios cumplan con su obligación no es una cuestión baladí. Es algo más que una evidencia que la falta de calidad de nuestras instituciones explica en buena medida la intensidad de la recesión y de la corrupción política.

La contaminación mutua entre políticos y medios de comunicación pone en riesgo la esencia de la democracia al tumbar la objetividad en el voto

Si hubiera habido auténtica separación de poderes, es muy probable que la justicia y los tribunales de cuentas hubieran arrancado la corrupción de cuajo; si el Parlamento, en lugar de ser un servil lacayo del Gobierno de turno, hubiera controlado a todos los presidentes y ministros, es muy probable que se hubiera evitado tanto despropósito, y si los medios de comunicación, en general, no hubieran lamido de forma indigna las suelas del poder a través de siniestros príncipes de las tinieblas de mesa camilla y hoteles de lujo, es muy posible que España no hubiera estado en la encrucijada actual: sin Gobierno y con un clima político impropio de una democracia que aspira a ser avanzada.

El ‘parlamento de papel’ pudo haber tenido sentido durante la dictadura, cuando el sistema de representación era un lodazal, pero es falso que los medios sean el cuarto poder. Son el ‘contrapoder’ de la arquitectura institucional de un país, y aunque parezca un juego de palabras, no lo es. Es la esencia de la democracia.

Ahora que se cumplen 40 años de casi todo, tal vez merezca la pena repescar un pasaje de la historia de España que el fotógrafo César Lucas recogerá en su libro de memorias. Lucas, testigo excepcional de la Transición como editor gráfico de 'El País' y otras publicaciones de la época, revela que en diciembre de 1973 Juan Luis Cebrián, por entonces director de la revista 'Gentleman', le propuso acompañarlo a Londres, donde había concertado una entrevista con el embajador de España en el Reino Unido, Manuel Fraga Iribarne.

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